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 domingo, 20 de junio de 2004

El 27 de febrero los rosarinos vieron flamear el primer pabellón celeste y blanco
Día de la Bandera: Tres historiadores recrean los 22 días que pasó Belgrano en Rosario
Los soldados marcharon a pie durante casi dos semanas y cuando llegaron no encontraron dónde alojarse

Carina Bazzoni / La Capital

"El pueblo no tiene casas ni galpones para colocar la gente; sólo se ha encontrado uno a propósito para las municiones que traemos". Así vio Manuel Belgrano a Rosario, allá por 1812, cuando llegó con el fin frenar el tránsito de la marina española por el Paraná. La operación se hubiera convertido en una más de las tantas que hicieron a la lucha por la independencia de no ser porque, durante la tarde del 27 de febrero, en la batería Libertad se enarboló el primer pabellón celeste y blanco.

En el Día de la Bandera, La Capital consultó a tres historiadores para seguir los pasos de Belgrano en la ciudad. La tarea no fue sencilla. No existen demasiados documentos de esos 22 días que el prócer pasó en el Pago de los Arroyos, ni Rosario guarda muchas señas de lo que era en esos tiempos. Más allá del Monumento -ubicado donde se plantó la batería Libertad y se presentó la bandera- no hay otras marcas de su estadía entre los rosarinos. Ni de ésta ni de las otras cuatro visitas que hizo.

Lo cierto es que el 23 de enero de 1812, Belgrano deja Buenos Aires con rumbo a la capilla del Rosario, al mando del Regimiento Nº 5 de infantería. La tropa marcha a pie, los oficiales a caballo y el jefe en carruaje. Los acompañan 16 carretas tiradas por bueyes que cargan las municiones, equipos y alimentos.

El presidente de la Junta de Historia de Rosario, Miguel Carrillo Bascary, retrató este periplo en la revista "Rosario la fuerza de su historia" y destacó "la falta casi total de abrevaderos", indispensables para calmar la sed de los soldados "alimentada por el sol de enero e incrementada por el polvo levantado por los pies de varios cientos de soldados".

Debido al sofocante calor, el recorrido se realizaba de tarde y de noche. No había árboles que dieran sombra al camino, ni leña para encender de noche y ahuyentar los mosquitos que sí sobraban. "Fue una misión muy pobre, realizada a fuerza de sacrificio y entusiasmo más que otra cosa", destaca Silvio Vaccarezza, presidente del Instituto Belgraniano de Rosario.

Pero esos no serían los únicos problemas. "Belgrano viene a Rosario con un ejército de descontentos", agrega la investigadora del Conicet, Patricia Pasqualis, recordando que la tropa estaba formada por efectivos del Regimiento de Patricios que en 1811 se habían sublevado en respuesta al desplazamiento de su jefe, Cornelio Saavedra.

"Eran efectivos muy politizados y, entonces, el Triunvirato vio la necesidad de sacar a este regimiento del lugar que era el eje de toda efervescencia política (Buenos Aires) y se lo envía hacia el interior", explica la historiadora.

Con ese grupo, más otras milicias que se unirán en el camino, Belgrano llega a la capilla del Rosario el 7 de febrero. Al atravesar el cañadón del arroyo Saladillo, ordena que la tropa se forme y marche con las banderas desplegadas, en un intento por elevar su espíritu y al mismo tiempo alentar a los vecinos que podrían encontrar.

"Se cree que del centro urbano salió una comitiva a recibirlos, formada por autoridades civiles, militares y pobladores de la capilla. Las dos columnas se encontraron en el lugar que hoy coincidiría con la esquina de Alem y Virasoro, donde existía la Posta del Rosario, a cargo de Gregorio Aguirre", cuenta Bascary.

De allí, Belgrano habría seguido la traza de la actual calle Buenos Aires y, a caballo, llegó sobre el mediodía a la plaza mayor del poblado.

Lo que encontró no pareció satisfacerlo, al punto que en correspondencias lo describe como una "triste" villa. Para entender el adjetivo hay que remontarse 192 años. Rosario era un caserío disperso en torno de una primitiva capilla (ubicada donde actualmente se encuentra la catedral), un cementerio adyacente, la plaza central -sin árboles ni ornamentos- marcada por la huella de las actuales calles Buenos Aires y Santa Fe (prolongaciones de los caminos hacia estas dos ciudades).

Sus habitantes no llegaban al millar, distribuidos en unas 15 manzanas que sumaban, cada una, entre 9 y 15 construcciones bajas, en muchos casos de adobe. "La más poblada era la comprendida actualmente entre Juan Manuel de Rosas, 1º de Mayo, San Luis y San Juan, que tenía unas 21 casas que resultaban también las más pobres de todas", apunta Bascary.

Miguel Angel de Marco (h) señala también la "sencillez y austeridad" de la vida cotidiana de aquellos días, con domingos de "misa, juegos de naipes, deportes a caballo, riñas de gallos, taba, bailes y pesca". De noche, "la oscuridad se adueñaba de las calles porque no había alumbrado público". La economía tampoco estaba muy diversificada, había "comerciantes, milicianos, estancieros, peones, criados, pulperos e isleros".

Así, Belgrano no encontró lugar donde alojar a la tropa, que tuvo que acampar a la intemperie bajo una tupida arboleda que algunos ubican en la costa hacia el sur de la ciudad, en las inmediaciones de lo que hoy sería el parque Urquiza. Allí, el tiempo volvió a jugarle una mala pasada: un temporal arrasó el campamento y tiró muchas tiendas al río.

Las municiones se guardaron en un galpón cercano a la plaza principal y a Belgrano se le ofreció una residencia que muchos historiadores ubican cercana a la esquina de Juan Manuel de Rosas y Córdoba.

En lo que no hay acuerdo es a cerca de la propiedad de la construcción. Algunos sostienen que era de Vicente Anastasio de Echevarría, primer abogado rosarino, amigo de Belgrano y compañero del prócer en 1811 cuando viajó a Paraguay en misión diplomática.

En cambio, Juan Manuel Castagnino -que está escribiendo un libro sobre Cosme Maciel (el encargado de enarbolar la primera bandera)- asegura que se trató de la casa de Pedro Tuella, un funcionario de la corona española, receptor de impuestos (alcabalas) reales. "La confusión se da porque los inmuebles eran linderos", explica Castagnino y porque, a la sazón, existían lazos de familia entre los Tuella y los Echevarría.

Sobre lo que no existen dudas es sobre la ayuda que recibió Belgrano de los rosarinos. "En una semana pudo concretar el montaje de una de las baterías, y eso da la pauta de la colaboración que tenía de los pobladores del lugar que no sólo donaron su trabajo, sino también materiales para la construcción", afirma Pasqualis. El gesto no sólo respondía a un temprano ánimo patriótico, sino más bien a la amenaza de los saqueos o bombardeos que podían venir desde la marina española.

Más allá de esto, el 26 de febrero se logra emplazar un cañón en la batería Independencia, situada en la isla, al día siguiente lo acompañarán otros dos más. ¿Cómo se logró trasladarlos allí? Vaccarezza tiene una hipótesis: "Se llevaron en chalanas (unas barcazas planas impulsadas a remo) que tenían que subir por el Paraná hasta la altura de la actual avenida Génova para después poder cruzar el río y que la embarcación caiga a la altura de la batería".

Establecer cuál era realmente este lugar no es fácil, principalmente por el movimiento que impuso el río a estos terrenos. En 1872, al producirse 60 años del izamiento de la bandera, la Municipalidad hizo construir en la isla Castellanos una pirámide que recordaba su ubicación. Pero la creciente del Paraná de 1878 arrasó con este homenaje y no quedaron rastros de su emplazamiento. Es más certera la ubicación de la batería Libertad, sobre la costa, donde actualmente se levanta el Monumento.


El nacimiento de la bandera
Y mientras ambas baterías se instalaban, Belgrano da las primeras señales de estar pensando en algo más que en detener el avance de la flota realista concentrada en Montevideo.

El 13 de febrero escribe al Triunvirato solicitando que se cree una "escarapela nacional" para identificar a los efectivos militares y cinco días después recibe la autorización del gobierno. El 26 de febrero decidirá doblar la apuesta pidiendo además que se apruebe un distintivo para las baterías.

Sin esperar respuesta, el 27 de febrero, a las 18.30, enarbola el pabellón blanco y celeste en la batería Libertad, ceremonia que presencian no sólo las tropas sino los vecinos de la villa.

El final de la historia parecía anunciado: informado el Triunvirato de la creación de esta bandera, le envió a Belgrano una misiva donde le ordenaban "pasar por un rasgo de entusiasmo el suceso de la bandera blanca y celeste enarbolada, ocultándola disimuladamente y subrogándola con la que se le envía, que es la que hasta ahora se usa en esta fortaleza", es decir el pabellón español, roja y amarilla.

Pero la carta llegó tarde a Rosario. El 2 de marzo Belgrano ya había partido hacia el norte para hacerse cargo de la jefatura del ejército del Perú.

Tras la declaración de la independencia, el 20 de julio de 1816 se adopta como símbolo nacional la bandera celeste y blanca. Dos años más tarde, el Congreso le agregará el sol. En 1938, se establece el 20 de junio como Día de la Bandera, en homenaje a su creador fallecido el 20 de junio de 1820.



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