Año CXXXVII Nº 48359
La Ciudad
Política
Economía
Opinión
El Mundo
Información Gral
Escenario
La Región
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Campo
Educación


suplementos
ediciones anteriores
Salud 14/04
Autos 14/04
Turismo 11/04
Mujer 11/04
Economía 11/04
Señales 11/04


contacto

servicios

Institucional

 sábado, 17 de abril de 2004

Reflexiones
La pasión de Cristo

Ana María Zeno

Los comentarios sobre la película de Mel Gibson me motivan a escribir este artículo. No pienso verla por la truculencia de las imágenes. Al parecer hay dichos velados o directos sobre los judíos. Existe tanta intolerancia entre las religiones... Tantas versiones sobre la muerte de Cristo. ¿Quiénes son los culpables?

Me atrevo a dar mi versión resumida, no ortodoxa. Me baso en las enseñanzas recibidas, lecturas, reflexiones, discusiones y demás. Y también en los aportes de grandes pensadores espirituales que tomaron lo esencial de cada religión pero llenos de bondad y tolerancia. En Cristo por cierto; en Romain Rolland; en Gandhi ("soy musulmán, judío, cristiano"); en Juan XXIII (el "Papa bueno"), que decía: "Por qué ese odio a los judíos, si Cristo era judío, su familia toda era judía"; y en tantos otros.

Cristo no fundó ninguna religión -era judío, y siempre practicó su religión-. Afirmaba su divinidad: "Soy el Mesías, el hijo de Dios", "soy el rey de Israel". Así le creyeron los que luego se llamarían cristianos. Para los judíos, que hace cuatro mil años esperan al Mesías, Cristo no lo fue; fue sí un dulce profeta, como los tantos que había por entonces en Judá. Me pregunto: ¿se puede obligar a creer?

Cristo era muy tolerante. "Cuido ovejas que no son de mi rebaño", decía, perdonó a una adúltera a la que iban a lapidar, a la Magdalena que era una prostituta, y tantos otros ejemplos. Cuestionó algunos aspectos de su religión. Cuestionó sobre todo al alto clero judío: el Sanhedrin.

El Sanhedrin era el Gran Consejo Judío, elegido entre los mejores; los fariseos eran la mayoría. Pero desde la dominación romana, la situación se pervirtió. Cristo estaba horrorizado, por ejemplo, con lo que sucedía en el templo, que se había convertido en un mercado. Mientras andaba a los latigazos, apostrofaba: "Fariseos hipócritas", "quebrantáis la ley de Moisés", y así. Todo ello, más sus prédicas, inquietaba a los fariseos. Comenzaron a considerarlo su enemigo y buscaban la forma de acusarlo de falso profeta ante los judíos y de sedicioso ante los romanos.

Recordemos que por esos tiempos Judea era una provincia del Imperio Romano, que Poncio Pilatos era su gobernador, o sea la autoridad suprema. Cristo también se enfrentaba a esa feroz dictadura, diciendo por ejemplo: "Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios".

Finalmente los fariseos lograron su objetivo: llevarlo ante Pilatos. Este quedó muy impresionado al oírlo. Entre otras, le hizo esta pregunta: "¿Por qué tomas el título de rey?". "Mi reino no es de este mundo". Entre otras cosas, les dijo a los fariseos: "¿Qué tengo que ver yo con vuestras querellas religiosas?". Además Prócula, su mujer, le pidió que no se hiciera cómplice de la muerte de ese justo.

Pilatos utilizó un último recurso: recordó la costumbre pascual judía de dar libertad a un preso condenado a muerte. Dio a elegir al pueblo entre Cristo y Barrabás, sujeto de la peor calaña, creyendo que se elegiría a Cristo. Pero no contaba que los fariseos se mezclarían entre la multitud, susurrándoles que pidieran la libertad de Barrabás. Y así fue. Entonces Pilatos se lavó las manos, no por indiferencia, sino porque era un romano rescatable: "No soy responsable de la sangre de este justo, vosotros responderéis de ella". Cristo fue condenado a la crucifixión, que debía verificarse en el Gólgota. Recordemos que la crucifixión era la muerte que aplicaban los romanos; los judíos aplicaban la lapidación.

El cristianismo acusó de la muerte de Cristo, a todos los judíos. Y se enseñaba que era una raza maldita, condenada a errar por los siglos de los siglos. Este antisemitismo religioso persistió unos mil novecientos años. Hasta que en 1965 se realizó el Segundo Concilio Vaticano, presidido por Juan XXIII. Y se concluyó que fueron los judíos malos, y no todos, los responsables del crimen del Gólgota. Hubo una reconciliación judeocristiana y se cambió la enseñanza religiosa.

Para finalizar, vemos que la injusticia existió y existe a través de las dictaduras, el terrorismo de Estado, los imperialismos y las malas personas. Pero que también al lado de todo lo malo, está todo lo bueno.

Y al margen, recordemos que fueron las mujeres las que acompañaron a Cristo hasta el final: fueron muy valientes, mientras que sus discípulos, salvo Juan, huyeron, se escondieron.

enviar nota por e-mail

contacto
buscador

  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados