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 sábado, 17 de abril de 2004

Inseguridad, malas condiciones de trabajo y conflictos, algunas de las consecuencias de la falta de normativa clara
La escuela pública: la cara no oculta del Estado
La provincia de Santa Fe está en deuda con la mejora salarial y la revisión de los cambios de estructura

Liliana Sanjurjo (*)

Cuando hablamos de escuela pública nos referimos a la institución a través de la cual el Estado universalizó la obligatoriedad de la educación formal, monopolizó y unificó los criterios de selección de conocimientos válidos para ser transmitidos socialmente, intentó concretar principios tales como libertad e igualdad de oportunidades y logró un buen instrumento de control y hegemonía.

La modernidad significó, entre otras cosas, el triunfo del Estado en la disputa de poder tan antigua como la humanidad: quién regula la organización social y por ende lo político, lo económico, lo cultural. Y aunque en nuestro país todavía hoy no está totalmente saldada esa disputa con otras instituciones premodernas, fue posible la construcción de un país grande por la existencia de un Estado fuerte, con presencia hacia adentro y hacia fuera, que apostaba a sus instituciones claves.

Una de las cuales fue, por más de un siglo, la escuela. En ella se aprendían comportamientos y saberes socialmente válidos, conocimientos científicos. En ella se transmitían valores y una cosmovisión unificadora del mundo. En cada hogar, en cada barrio, en cada medio rural alejado estaba presente la escuela como una de las caras más generosas del Estado.

Sin desmerecer los análisis críticos que señalan la visión unificadora de la escuela como una de las causas de la dilución de formas culturales alternativas, ya que con ella se buscó el control de los cuerpos, de los tiempos y de los espacios, debemos reconocer que fue también, por mucho tiempo, uno de los principales dispositivos de democratización y de posibilidad de participación en los bienes materiales y simbólicos.

¿Qué nos pasa hoy con la escuela? Perecería que la arrolladora posmodernidad ha arrasado con casi todas las fortalezas previas. Un fenómeno clave de la posmodernidad es el cambio de poder en lo referido a la regulación social. Ya no es el Estado quien regula sino el mercado. Ello provoca efectos impredecibles en las prácticas sociales e individuales, los que todavía son difíciles de analizar. Entre otras: excesivo individualismo, mayor concentración del poder y de la riqueza, pauperización de la población, proletarización de los trabajos sociales.

No obstante es justo reconocer que la posmodernidad también significó la ruptura con concepciones monolíticas y homogéneas que no nos permitían mirar más allá de esas lentes. Conceptos tales como deconstrucción, antididáctica, desescolarización lograron abrirnos la cabeza, aunque también, por efecto quizás no deseado, hicieron el juego a consignas disgregantes típicas de la posmodernidad neoliberal, como "sálvese quien pueda" o "la supervivencia de los más aptos", y quizás contribuyeron en parte, a disminuir la conciencia social de los 70, el compromiso y la participación.

Parecería entonces que las grandes utopías de la modernidad han caído. Buen momento para que el mercado, el que nunca puede construir una utopía representativa de los intereses de las mayorías, decrete la muerte de las mismas y se imponga como gran regulador de lo social, de lo político, de lo económico, de la vida privada.


"Templo del saber" y "comedero"
¿Qué lugar ocupa la escuela en este contexto? La escuela no ha sido ajena a los embates contra el Estado, no se salvó de la crisis provocada por el deterioro económico y moral de lo público, no estuvieron ajenos a ella los conflictos. Pero a diferencia de otras instituciones, en algunos aspectos salió fortalecida a pesar de los ataques eficientistas que pretenden juzgarla desde parámetros del primer mundo en condiciones del tercero. Más aún teniendo en cuenta las tareas no específicas que se le sumaron, sin ningún reconocimiento.

Pensemos, por ejemplo, qué otra institución estatal sigue llegando a cada barrio, por más espinosas que sean sus condiciones. Podemos afirmar que en lugares donde es difícil que se hagan presentes aún las fuerzas de seguridad, hay por lo menos un maestro y una escuela. Pensemos, por ejemplo, si no fue la escuela la institución que demostró capacidad organizativa para asumir catástrofes como fue la inundación de la ciudad de Santa Fe. Pensemos también, qué complejo resultará encontrar otras instituciones que se hagan cargo de comedores que atienden a cientos de comensales, tan bien administrados por directores que reciben por esa ardua tarea un plus de tan sólo noventa pesos.

En este sentido creemos que la decisión política de sacar los comedores de las escuelas, aunque difícil de implementar, debería hacerse con firmeza y decisión, pues es necesario recuperar la función específica de las mismas. Las funciones que sucesivamente se le fueron agregando también han contribuido a su deterioro.

Muchas críticas se han alzado en contra de "la escuela como templo del saber" aislada del contexto. Pero la "escuela como comedero" corre el riesgo de perder su razón de ser. La alteridad, la posibilidad de que los chicos y jóvenes tengan contacto con otras cosas distintas a lo que pueden aprender en el hogar, en la calle, ha sido una de las funciones sustantivas de la escuela. Es necesario que logremos recuperar una institución que vuelva a brindar la oportunidad de experiencias distintas a lo cotidiano, sin que por ello necesariamente se aísle del contexto.

Sería necio no reconocer los problemas también endógenos a la escuela. Por ejemplo, su responsabilidad en los resultados que hoy muestran los exámenes de ingreso a la universidad. Pero cabe preguntarse, ¿es sólo ella responsable?, ¿o lo es fundamentalmente el deterioro económico agudísimo?, ¿o también la falta de presencia de adultos en el hogar que impongan un ritmo de trabajo y estudio?, ¿o también la falta de incentivos de buenos trabajos para muchos de nuestros jóvenes estudiosos y superespecializados en relación a los puestos de trabajo que se les ofrecen?, ¿o el escaso interés de la universidad por cumplir con uno de sus objetivos, el de contribuir al desarrollo de los otros niveles del sistema?, ¿qué papel jugaron, al respecto, las reformas y las políticas educativas de los últimos años?

No desconocemos que la escuela no fue una víctima pasiva de toda esta situación, pues respondió a todos estos embates con el pecado más grave: dejar de hacer bien su función específica, de enseñar conocimientos actualizados y socialmente válidos. A pesar de ello, como señalábamos más arriba, cuando la ausencia de otras instituciones públicas es notoria o están sumidas en la corrupción, la escuela continúa siendo una de las caras generosas del Estado.

Por ello, la actual política de revalorización de éste, debe poner nuevamente en el centro a una institución que ha demostrado ser irremplazable, por ahora, para la reconstrucción del tejido social. Y ello se puede lograr con políticas claras y definidas, con presupuesto, con nueva normativa.

En este sentido, la provincia de Santa Fe tiene que saldar urgentemente algunas deudas. Por ejemplo, gran parte de la normativa provincial es anterior o está desactualizada en relación a las nuevas leyes nacionales (ley federal, ley de educación superior, ley de transferencia), en relación a la modificación de todos los planes de estudio y a las nuevas condiciones que esos cambios generaron.

La falta de normativa actualizada genera caos, inseguridad, conflictos, malas condiciones de trabajo, juicios al Estado. Por eso es, sin duda, una de las tareas prioritarias a la que se tendrán que abocar los funcionarios del área educativa, encontrando mecanismos de consulta a directores y docentes, quienes tienen experiencia en el asunto.

Otra deuda pendiente es, no sólo la mejora salarial del colectivo docente, sino un sistema de jerarquización salarial y académica que incentive la preparación y el estudio. En la actualidad no existe calificación docente; el estudio, la capacitación, la actualización no tienen puntaje en los escalafones para interinatos y suplencias de algunos niveles.

El salario, en algunos cargos de conducción, es inferior al que percibe el docente que cumple la misma cantidad de horas, lo que hace que muchas veces no los acepte el personal mejor preparado. En algunos cargos de conducción no hay diferencia salarial según el nivel, como lo hay en los cargos de base, aunque las exigencias de titulación y de preparación sean mayores para un nivel que para otro. Todo ello necesita de una profunda, justa y estimuladora revisión.

También hace tiempo que las escuelas normales, transferidas en el año 1995, requieren un proyecto provincial claro. Desde entonces no hay normativa provincial que las encuadre y además, dado que las escuelas normales provinciales fueron disgregadas, ronda el fantasma que también lo serán las nacionales transferidas, generando incertidumbre y malestar. Este tema merecería un tratamiento especial que no lo permite este artículo. Sólo señalamos que estas escuelas mostraron fortalezas históricas que deberían revisarse a la hora de tomar decisiones.

Por otra parte, el hecho de tener todos los niveles les permitió neutralizar los efectos negativos del cambio de estructura del sistema. En cambio, las escuelas provinciales, a las que no se les permitió garantizar la totalidad del nivel obligatorio, vieron su matrícula notablemente disminuida.

Otro tema pendiente es el referido al nivel inicial, ya que es una deuda pendiente el incremento de salas para niños de tres y cuatro años en contextos urbano marginales, donde la acción compensadora del Estado debe ser fuerte si se apuesta a la búsqueda de mayores niveles de igualdad social. Pues si la extensión de la obligatoriedad hacia el nivel inicial para niños de cinco años se hace a costa del cierre de salas para los más pequeños, los niños que más necesitan de la estimulación que puede brindar la escuela, ven disminuida esa posibilidad.

Finalmente creemos necesario mencionar que la ley federal de educación, la ley provincial todavía no sancionada y su implementación, deberían ser objeto de una mesurada pero firme evaluación. Sobre todo, lo referido al problemático EGB 3 y al polimodal, los que mostraron, como era previsible, serias debilidades como dispositivo de cambio y mejora.

(*) Doctora en educación (UNR)

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"Sacar los comedores escolares debería hacerse con firmesa y decisión".

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