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 jueves, 01 de abril de 2004

Ayer, a los 86 años, murió Harry Hayes, el ex centrofoward e hijo de uno de los fundadores de Central

Chau, Inglés. Ayer murió Harry Hayes, el ex centrofoward e hijo de uno de los fundadores de Rosario Central, que a los 86 años era el último símbolo viviente de la generación de descendientes de los ingleses que forjaron los principales clubes de fútbol, en un país de puertos, ferrocarriles y una cultura del trabajo que intenta resurgir de sus cenizas. Si todavía parece ayer la primaveral tarde de octubre del año pasado, cuando Ary nos recibió con sus amigos la Chancha Piraíno y el Turco Musa en su inmaculada casita de Perdriel y Darragueira, que construyó con sus propias manos a mediados del siglo pasado, cuando Alberdi era un pueblito perdido en la Pampa Gringa al que había que llegar en tren.

Ary, como le decían sus amigos más entrañables, era la cara misma del fútbol en las épocas del ferrocarril, los buenos jugadores y la palabra. Ojos azules, cabellos blanquísimos y esa sonrisa pícara bien de potrero, tal como lo retrató el Colorado Vásquez en un reportaje fotográfico imperdible, que el viejo tenía colgado en su casa como un tesoro, rubricado con un remate notable: "Lástima que me perdí sus goles".

El Inglés nació el 25 de mayo del 17 en la arrabalera esquina de Catamarca y San Nicolás, donde funcionó por décadas el legendario almacén de Fuggini, que cobijó durante largos años la sede de Central. A pasos del Cruce Alberdi y a otros tantos del barrio Inglés, donde en la lejana Nochebuena de 1889 un puñado de laburantes ingleses y criollos del ferrocarril, entre los que estaba su padre, fundaran el viejo y querido Rosario Central.

Ary vivió después en una vieja casona de bulevar Oroño y Salta hasta los ocho años, cuando los viejos se fueron a vivir a Alberdi y el pibe cambió el Colegio Inglés por la imperdible escuela La Mazamorra, como fue magníficamente bautizada la República de San Luis, de Baigorria y Zelaya, por su generosa merienda de antaño. "Yo aprendí primero el inglés y cuando era chico no pronunciaba bien el castellano. Y cuando fui a La Mazamorra los pibes me cargaban porque en vez de decir gorrión, decía gorion", recordaba Ary en la última entrevista.

Casi como un mandato de familia, Ary trabajó desde muy joven en el ferrocarril, mimado por el amor de su mamá Genoveva, que le preparaba el arroz con leche o la avena todos los días a las 5 de la mañana, para ir a laburar a los talleres de Pérez, "los más grandes de Sudamérica", como se ufanaba el Inglés, que trabajaba en la sección out doors, donde arreglaban y ajustaban los molinos, las balanzas y los vehículos. "Trabajábamos en el ferrocarril y jugábamos en Central, pero los ingleses eran muy severos y no podíamos faltar. Y menos los lunes", recordaba Ary al fútbol en los tiempos del tren.

Ary empezó a jugar en la quinta de Central en el 32, llegó a la primera en el 36 y jugó hasta el 44, fue capitán y todos le decían el Inglés, pero siempre recordaba la lejana tarde de octubre del 39, cuando le ganaron al puntero invicto Independiente en Avellaneda, como en la última entrevista: "Siempre me acuerdo de ese partido que ganamos con dos goles del Ruso Marcovich y uno mío. Pero sobre todo me acuerdo del gran recibimiento que nos dieron en Rosario Norte, donde cortaron la calle por la cantidad de gente y ese fervor tan centralista. Me acuerdo que ese día vinimos en el Mitre, que era más caro, cuando siempre veníamos en el tren del Estado. Y me acuerdo como si fuera ahora que la locomotora, la Capriotti 1119, pitó desde Pellegrini hasta Rosario Norte, que estaba bloqueado. Enfrente estaba el Pelado Pola, un gran centralista, y todos nos fuimos a comer un asado a Ovidio Lagos y Brown".

Después siguió laburando toda la vida en el ferrocarril y junto a un puñado de compañeros, rebeldes y soñadores en el 62 fundaron la Mutual de Jugadores, que presidió hasta ahora y cuya casa arregló con sus propias manos, con ese don de gentes, como dicen los gaitas.

Hace un par de días Ary se despidió de su amigo la Chancha en su lecho de enfermo, cuando le apretó las manos y se emocionó hasta las lágrimas, y ayer lo hizo del Turco, que llegó a afeitarlo hasta que el corazón cantó el no va más, como la vieja acacia del barrio que estaba entera a sus 86 años, pero se fue con una sonrisa ancha con la primera tormenta del otoño, el último día de marzo.

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Se fue Ary, un jugador del tiempo del fútbol en las épocas del ferrocarril.

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