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 sábado, 20 de septiembre de 2003

El outsider: De Tablada con glamour

Gustavo Conti / Ovación

Ver el rugby al lado de un periodista que conoce poco del tema es casi como ver un partido de fútbol al lado de una mujer. A no ofenderse unos u otros, al fin y al cabo nunca es triste la verdad. Para quien ha concurrido innumerables veces a Tablada a ver a Central Córdoba no puede menos que ocurrírsele una infinidad de chistes tontos que acentúan las diferencias entre uno y otro deporte. Por eso, el que está en el tema piensa, y no lo dice: "¿A qué vino este infeliz?".

Amén de que uno cree en que no existe el periodismo exclusivamente deportivo (como buena excusa además de no sentirse obligado a conocer al dedillo los reglamentos de cada deporte, sobre todo del que nunca le llamó la atención como este caso), la mirada de aquel que se siente ajeno al ambiente puede acaso brindar una perspectiva que haga pensar: "¿Por qué no en el fútbol también?".

Tablada, terruño de Córdoba, esta vez no vivió al latido de la garra charrúa sino de la de Los Pumas que le son ajenos. Sin embargo, ojalá un espectáculo de los azules tenga el brillo del que brindó anoche la selección, a la que seguirá cualquier perejil como uno aunque haya que madrugar para verlo en unos días más en el Mundial.

Pocos, muy pocos de los apasionados por la redonda hubo en el Gabino Sosa, tanto que no estuvo el Gaby Martínez. Apenas un puñado de cronistas habitués de los sábados de ascenso, que se extraviaban en el entendimiento de la ovalada tanto como su mirada hacia la innumerable presencia femenina.

Claro que los hombres no les dijeron groserías, ya que muchos impecablemente vestidos de saco y corbata, con celular en mano, fueron acompañados por sus esposas e hijos. La familia estaba allí, como alguna vez lo hizo el futbolero y que hoy parece una extrañeza.

Respeto, mucho. Tranquilidad. Ni un insulto, salvo cuando el jugador del seleccionado local Morcino eligió patear un penal bajo los palos en vez de intentar un try. Sólo al final, la popular recuperó su esencia cuando tres ovaladas no regresaron nunca más.

Los cocacoleros no se hicieron la noche. Ni ahí. Ni los que vendían praliné. No estaba el pizzero de La Popular ni el que vende las turcas. Y a los choripaneros los mandaron al rincón. Sí en cambio abundaron los Bacardí, sandwiches y cervezas que las promotoras llevaban a domicilio. Sí, Castrilli se hubiera agarrado la cabeza pensando en alchoholizados provocando desmanes. Nada de eso. El rugby pasó por Rosario a puro glamour. Y fue una fiesta de convivencia para imitar.

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