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| miércoles,
28 de
noviembre de
2007 |
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Charlas en el Café del Bajo
—Es necesario recorrer el paisaje urbano, detenerse, observar y escuchar el sonido del entorno para comprender, aproximadamente, dónde el ser argentino desarrolla su vida y cómo. A eso, precisamente, me dediqué anteayer a la tarde. Arranqué mi periplo en San Lorenzo y Sarmiento. Allí un manojo de jóvenes inspectores cortaban el tránsito, por un piquete que se realizaba a tres cuadras del lugar. El embotellamiento, el enojo y los bocinazos me atormentaron los sentidos mientras pensaba por qué se impedía el paso a quienes deseaban retornar por Santa Fe. Al mismo tiempo, frente a la Ansés, reinaban los bombos, bombitas de estruendo y malestar de los seres...
—Nunca entendí bien esto de corte de tránsito tan adelantados, pero siga con su recorrida.
—Luego, más tarde, recalé en Sarmiento y Mendoza. Allí el panorama era más tétrico, si se permite usar el apocalíptico término: un solo inspector cortando la calle, recibiendo los enojos de los automovilistas, quienes le disparaban sin piedad insultos y bocinazos a una hora pico. El hombre al fin terminó enojado con una joven automovilista, diciendo que la gente que acampaba frente a una delegación del Ministerio de Trabajo “es gente que tiene problemas como yo, como usted”. Pasé luego entre los acampantes: chicos descalzos, miradas perdidas en medio del desamparo y la pobreza. Seres sometidos por el sistema y sus agentes a una vida humillante. Pero a su vez, también vecinos que, sin ser responsables de tamaña injusticia, se ven condenados a la suciedad, las parrillas, las carpas y vivencias inmerecidas.
—Así es.
—Seguí caminando y un poco más allá, sobre Maipú, se desarrollaba una discusión entre un automovilista y un ciclista. El primero un hombre adulto, el otro un joven que, al parecer, le había propinado una trompada al conductor del auto. La policía en el medio y, de pronto, una joven, indignada, que había observado la escena se acerca a los agentes del orden y con coraje se atreve a atestiguar que el conductor recibió un trompis. La chica, al fin, regresa al lugar de donde había salido y, al pasar por el lado de un joven que pertenecía seguramente al grupo de acampantes, éste le dice: “No hay que defender a los ricos”. Dejo al lector todas las reflexiones que se le ocurran sobre esta frase. Yo me fui pensando que la riqueza no es sinónimo de injusticia, ni de carencia de bondad; que el poseer un bien no hace rica a una persona ni la convierte en cruel amo y que hay un sentimiento que se está arraigando en los corazones de ciertas clases sociales, un sentimiento que es resentimiento, que puede devenir en odio y violencia, y que sepultará a pobres y ricos en la misma tumba. Todo por culpa de un sistema cuyos representantes se regocijan en el almácigo de la desgracia que siembran de diversos modos. Hasta mañana.
Candi II
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"Central no necesita más palabras. Necesita humildad, trabajo y sacrificio y es lo que le vamos a dar"
Leonardo Madelón
Director técnico de Central
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