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| domingo,
18 de
noviembre de
2007 |
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Charlas en el Café del Bajo
—Un rey mandó decir a su siervo: Ven a mi encuentro, camina hacia el sur por el desierto, por la ruta de Namad durante dos días y me encontrarás, pues voy camino al norte. Al mediodía de la segunda jornada, desesperado porque no había encontrado a nadie, el siervo se creyó perdido y giró al este, a los pocos minutos llegó el rey al lugar del encuentro y no halló a nadie.
—Para el análisis.
—Otra historia, esta bíblica y muy conocida. Había llegado la noche y Jacob había mandado a su grupo adelante. Estaba solo y se presentó un varón, un enviado de Dios. Jacob se traba en lucha con el. Esta lucha no es corta, dura toda la noche y toda la madrugada. Cuando está por amanecer, el ser desconocido (se dice un ángel) le pide que lo deje ir, pero Jacob se niega y es entonces que el ángel lo hiere, le corta el tendón del muslo. Jacob, herido, no se da por vencido y lo retiene diciéndole: “No te dejaré ir si no me bendices”. Este ser celestial accede, lo bendice y le manifiesta: Desde hoy serás llamado Israel, porque luchaste contra Dios.
—¿La enseñanza?
—A menudo en la vida esperamos algo, pero como demora en llegar abandonamos la idea y hacemos como el siervo de la historia: tomamos otro camino, sin saber que en ese momento el deseo podría haberse cumplido. En ocasiones soñamos, nos fijamos metas, pero nos rendimos antes de la batalla (“No, esto no es para mí”, se escucha decir). Otras veces las personas luchamos, queremos lograr eso que nos hemos fijado (componer las cosas con la pareja, encaminar al hijo, encontrar trabajo, alcanzar un digno nivel de vida, superar la adversidad, la pena, etcétera) pero, fatigados, heridos, renunciamos a la lucha (se escuchan las palabras: “No, es imposible”). En ocasiones hasta se cree en la condición de impotencia o propia inferioridad, o se asume que uno no es digno. Pero lo cierto es que el éxito es para aquellos que lo siguen y persiguen, para los que sienten y dicen sin titubear, aun al propio Dios, “no te dejaré si no me bendices”. El triunfo es para quienes sienten y gritan heridos: “Me levantaré, y seguiré hasta alcanzar mi meta, a pesar de todo”. Esta es una tarea que el hombre debe hacer solo, a veces en la noche de la vida e incluso en una lucha “aparente” contra Dios. Aparente, digo, porque en ocasiones parece que El no estuviera junto a nosotros o, peor aún, enfrente nuestro. Mas sin embargo, esta ausencia, este embate divino, no es sino el modo de despertar la llama de la voluntad y de la fe en el hombre. La verdad es que nada puede hacer Dios si la persona no está dispuesta. Cuando ella se decide a lograr algo en la vida, dentro de los cánones razonables, no puede oponerse la fuerza del infierno (adversidad) y sólo se abrirán, finalmente, las puertas del cielo (éxito) como ocurrió en el amanecer de Jacob. Algunos, y para terminar, erróneamente, piensan que lo bíblico es sólo sinónimo de religiosidad. Pero todas las enseñanzas bíblicas son aplicables para una buena vida, para una vida de cierto éxito. La frase es para llevarla siempre y a mí me la recordó un hombre de “negocios” materiales y también espirituales: “No te dejaré, si no me bendices”.
Candi II
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