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 domingo, 04 de noviembre de 2007  
[Muestras]
El cielo y sus destellos
En el Museo de Arte Contemporáneo (Macro) se exhibe una muestra de Xil Buffone. La luz y la intimidad de un espacio sigular impactan en la propuesta

Homs

“Usted está aquí” lleva por título la primera obra sugerida o perforada sobre una pátina negra que cubre la puerta de entrada del piso cuarto del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (Macro). Los primeros restos del mundo proyectando sombra le abren campos infinitos a la claridad. Buffone en “La creación del sol, la luna y las estrellas” plantea una instalación lumínica de filamentos ardientes y observatorios dorados.

Es una concepción eléctrica pero también una excursión vibrante —sin servicio de guía incluido— por el placer del borde. Un viaje concreto a una parcela de la abstracta escultura que se despliega en el cielo, una gran puesta escrita producida y realizada para elevar al vidrio a la categoría de estrella. Otra estrella más, la menos distante y más cotidiana. Y dentro de su substancia tan interferida por las transparencias, un ensueño deja su pesadilla, el hecho contumaz no es un golpe sino una aliteración dentro del verso. Es arte adorar al despojo que le ronda a la utilidad. Rima que trasciende al uso, un desliz de la materia que sobre sí misma origina otro cosmos.

Puede que usted esté ahí, dentro de un silo de cara al Paraná o en el medio de una planicie frente al infinito de los cuerpos celestes. Da igual. Es de esperar que dentro de un tiempo prudente —no demasiado prolongado— el turbio afuera se esfume en este ámbar acaramelado. El meollo parece ser ese: no sortear las tempestades originadas en el seno de las bombitas Osram sino atravesarlas en un inmenso gozo de buzo que anhela llegar a la luz más pura que subyace a la oscuridad.



Un baile vidrioso

El fuego baila en el vidrio bajo las formas más apocadas del reflejo. Su cuerpo es la voluptuosidad de miles de hebras de una esencia en sí gélida que nace del punto de fusión, una eternidad ciega que corre a establecer en el tiempo su inerte sangrado. Eso es la luz. O un intento de explicación, o hasta un caso extremo de extrañamiento frente a ese objeto que despojado de vidrio vemos a menudo actuar como botella.

Lejos ya de los líquidos que alguna vez comprimió, impasible a tales aromas contenidos y luego liberados, sobreseída de la carnalidad, opaca y pesada como el recuerdo que arrastra, la botella se inmola en su filo.

He ahí al arte, coreografiando el instante por entre las nervaduras que el impacto le proporciona a su materialidad, ese veneno hipnótico de no saber a dónde llegar, el maravilloso riesgo a correr. Buffone desafía a un material poco maleable, ríspido y hasta ingrato en su manipuleo. Aquí hay intensidades rotas y vacíos sugeridos dentro de recipientes para contener. En esos volúmenes sigue presente el temple de la pintora.

No es que estemos hablando de vidrios pintados, nada más lejos de eso. Es el vidrio quién traspone espacios y en su reverberar procrea el fluir de la luz y sus estelas de nardos. Del tono del trazo se hará cargo el silicio, y de la desintegración de una forma para mutar a otra bastará el gesto de la artista. Buffone sienta las bases de una poética de la luz a semejanza de las estrellas que rigen los destinos.

No hay mapas astrales, ni constelaciones fácticas tan ardientes como el impulso del verdadero artista, la médula inquieta que busca tallar en el hielo la marca perenne del fuego. ¿Qué arde? El tul de la intemperie que en diásporas se dispara. El cristal puro allá arriba señoreando en la constelación Baldemar es prueba irrefutable de que el azul existe desde antes de los tiempos. Tal vez la falta y la oscuridad no sean otra cosa que ese atávico azul. Un beso de terciopelo que se entrega a la pared. La sugestiva raja de los labios del vidrio.

El verde de una botella de Sprite origina al reflejar sedas translúcidas que anteceden el arribo de la más perturbadora serpiente voladora. Polvos que flotan en el ambiente.

No es que el vidrio haya sido roto, se lo ha ennoblecido en su quebrada entereza. Cómo en una sublime cantata que celebra el fin de la latencia “La creación del sol, de la luna y las estrellas” transcurre en la textura de una astilla. Y no deja de ser un gran homenaje a Lucio Fontana.


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Iluminaciones. Buffone bucea más allá de los materiales con los que trabaja tras los pasos de alcanzar una poética de la luz.

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