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 domingo, 04 de noviembre de 2007  
La política que viene

Por Mauricio Maronna / La Capital
Cristina Fernández de Kirchner no podrá hacer uso de la muletilla que utilizó cada presidente que asumió el poder en la Argentina, echándole las culpas de todos los males al antecesor. La senadora recibirá los atributos de su propio marido y socio político. La mandataria electa no gozará de la luna de miel de la que sí disfrutó cada gobernante que se calzó la banda y el bastón: lo suyo es una continuidad, casi como un segundo mandato del hoy jefe del Estado, Néstor Kirchner. Pero antes de asumir, la primera dama debería mirarse al espejo y preguntarse: “¿Quién soy yo?”.

   Cristina construyó una carrera política siempre en pleno ascenso producto de su inteligencia (superior a la media de la clase política nativa), su irresistible imán mediático, que la tenía abonada a los programas periodísticos, y que seducía a los entrevistadores que pasaban por sus despachos legislativos y dejaban estampadas largas parrafadas de elogios. La mujer era la cara visible de un matrimonio político que se repartía las cargas del poder de manera inteligente, pragmática y con visión de futuro. “No se la crean, nadie es eterno en política”, dijo cuando ganó las elecciones a senador en la provincia de Buenos Aires, provocándole un golpe cuasi mortal al duhaldismo.



Lo que el poder se llevó. ¿Qué quedó de aquella mujer seductora, capaz de pasar horas con un periodista cuando se apagaba el grabador, hablando de Eduardo Luis Aute, Andrés Calamaro, Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina? ¿Qué pasó para que la alfombra roja la haya transformado en una dirigente huidiza de las repreguntas y del cara a cara con los noteros, salvo con algunos escribas que, como la dirigencia tradicional, pegan barquinazos en sus columnas domingueras a cambio de un mohín de la primera dama, y con demasiados años barruntando las mismas cosas?

   Un clima de preocupación envolvía a los funcionarios de la primera línea del gobierno el domingo a primera hora. Los números “no daban bien” en los principales conglomerados urbanos ni en las provincias más grandes. Incluso en la surrealista Buenos Aires, Daniel Scioli parecía distanciarse por más de seis puntos respecto al voto a presidente/a.

   Así como los partidos de fútbol duran 90 minutos como mínimo, el domingo se inauguró una nueva modalidad electoral: a las 19.01 cuando miles de ciudadanos todavía estaban pugnando por votar, un sondeo a boca de urna decretó la victoria oficialista.

   Curiosamente (o no tanto), nadie desde la oposición (salvo Elisa Carrió bordeando la medianoche) salió a repudiar la situación. La puesta en escena de la victoria demostró en la realidad lo que se preveía en los análisis: en el país no existe oposición, hay opositores que, con mayor o menor voluntad, juegan el partido con tapones bajos cuando la cancha está embarrada.

   Más allá de la catarata de “irregularidades” aparecidas a lo largo y a lo ancho del país, nadie puede discutir la enorme diferencia que Cristina Fernández le sacó a Carrió y a Lavagna. Los números son contundentes: 77,91% contra 9,238% en Santiago del Estero, 62,19 contra 15,80 en Tucumán, 68,25 contra 15,37 en Misiones, 61,25 contra 26,36 en Jujuy, 49,36 contra 21,66 en Chaco, 53,70 contra 23,30 en Corrientes, 52,92 contra 20,64 en Catamarca y, fundamentalmente 51,12 frente a 21,40 en provincia de Buenos Aires.

   Pese a las criticas hacia el “pejotismo” lanzadas por el presidente al inicio de su mandato, fueron los caudillos de las provincias los que le dieron la victoria a su candidata. Como escribió con lucidez el periodista Carlos Pagni: la anatomía de los grandes electores lleva la impronta de los barones del conurbano y no de Segolene Royal, invitada a compartir el escenario de la victoria.

   De hecho, el voto cosmopolita y refinado de las grandes ciudades le dio la espalda a Kirchner & Kirchner. Tal vez demasiado rápido, tal vez en forma incomprensible teniendo en cuenta que son los sectores de clase media los que están protagonizando otra vez la furia consumista, como en una remake de 1995, cuando Carlos Menem arrasó en las urnas. El estilo de la primera dama (fría, distante, crispada) es refractario a un sector importante de la ciudadanía (más y mejor informado), que esta vez decidió terminar con los cheques en blanco.

   Carrió tiene en sus manos una enorme responsabilidad que la obliga, por una vez, a ser constante, responsable y seria. Lilita estuvo a punto de echar todo por la borda cuando anunció su retiro hacia Punta del Este para no ser nunca más candidata a nada. Una declaración irresponsable e incomprensiblemente vulgar tratándose de la dirigente más lúcida del país. La rápida toma de posición de sus votantes la obligó a cambiar de posición y a comprometerse con el futuro de la Coalición Cívica, que ya dejó de ser un ateneo, un centro de estudios o una capilla esnob que refugia a intelectuales cool. La chaqueña debe ponerse al frente de la oposición, dar el debate como nunca y tratar de lograr que su discurso penetre en los sectores más pobres, que la ven demasiado lejos de sus urgencias.

   Lilita tuvo sí la inteligencia de llevar como candidato a vicepresidente a Rubén Giustiniani, el cuadro más importante del socialismo, que supo hacer honor a la victoria que Hermes Binner logró en septiembre. El socialismo se convirtió en el partido de moda, y es el que resistió todos los embates de coptación. El primer escollo para evitar que el PS se reconvierta al kirchnerismo fue Giustiniani, reconocido por Carrió a la hora de sacarle humo blanco a la fórmula.

   El senador (aunque lo niegue y no lo desee) es de ahora en más otro candidato natural para suceder a Miguel Lifschitz en la Intendencia de Rosario.

   La Argentina protagonizó las elecciones nacionales más desprolijas, sospechadas y anárquicas desde el regreso de la democracia, que se linkea con los procesos vividos en Córdoba, Chaco y Jujuy para elegir gobernador. Un severo llamado de atención que se debería posar en la Casa Rosada, con primer plano para Aníbal Fernández, encargado del proceso desde Balcarce 50.

   El justicialismo comenzará a transitar desde el 10 de diciembre un escenario novedoso, con un poder bicéfalo al que no está acostumbrado. De hecho, cuando Menem y Duhalde eran cabezas visibles, la pelea terminó con Fernando de la Rúa ungido presidente.

   Cristina asume con muchos asuntos pendientes (reforma política, inseguridad, tasa inflacionaria y sospechas sobre numerosos organismos públicos, entre otros). Si imita el estilo autoritario del presidente, dedicándose día a día a pelearse contra el resto del mundo desde un atril, su valoración popular caerá aún más.

   Por lo pronto Kirchner & Kirchner deberían amonestar a la barrabrava oficialista (encabezada por los Fernández) que descalifican de la peor manera a los que eligieron otra opción electoral, algo que se da de bruces con el discurso medido, racional y moderno que la presidenta electa ensayó el domingo desde el hotel Intercontinental.



El gran fracaso. Ricardo López Murphy, si se habla seriamente de otro modo de hacer política, debería renunciar ya mismo a seguir ofertándose como candidato. Su lastimoso 1,3 por ciento de los votos es más hiriente para él que para el resto de la ciudadanía, que no dejó pasar la hipocresía de alguien que (siendo un hombre honesto) se presentó como objetor moral de los desmadres kirchneristas pero se reservó una doble postulación (a presidente y a diputado) por si los votos lo alejaban del Sillón de Rivadavía. Y así le fue.

   En Santa Fe, el justicialismo (aunque ganador por dos puntos) volvió a estar lejos de las circunstancias, pero se derrumbó el mito de que la derrota de septiembre provocaría un severísimo pase de facturas hacia la lista que encabezó Jorge Obeid, algo que finalmente no sucedió. Rosario reconfirmó su apego hacia Carrió, sustentado en la tracción de la líder de la coalición Cívica, pero también en la poderosa influencia de los independientes, a los que poco les importó que Binner haya tomado distancia de Lilita.

   En síntesis: los peronistas volvieron a votar peronismo más allá de los coqueteos transversales con el radicalismo K, un rejuntado de dirigentes que pagaron caro en sus distritos la seducción de las mieles del poder.

   Esta historia continuará.

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