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domingo,
04 de
noviembre de
2007 |
La política crispada
Después de las elecciones, los políticos argentinos se encargaron de ofrecer un espectáculo patético. Gobierno y oposición se sumergieron en un camino de agravios, ataques y desacreditación mutua. Lo único que han logrado es seguir minando su propia credibilidad ante los ojos impávidos de la sociedad, que contempló azorada semejante bochorno.
A tal punto llegó este desquicio que tanto desde el oficialismo como desde la Coalición Cívica se cuestionó el sustento del voto de los argentinos. Incapaces de aceptar la decisión de la gente con humildad y sabiduría, de aprender de ese mensaje y obrar en consecuencia, optaron por la soberbia y la descalificación.
La noche del domingo, con la derrota consumada, Elisa Carrió miró su propio ombligo y dijo que a ella la habían votado cuatro millones de "argentinos libres". Y según su mirada Cristina Kirchner no obtuvo un voto que la legitimara socialmente.
La reacción fue feroz y desmesurada. Desde el gobierno calificaron como "gorilas" a los votantes de Carrió y después, incluso, llegaron a decir que contó con el apoyo de aquellos que fueron cómplices de los represores.
Un ministro, para no ser menos, les había pedido a los porteños que dejaran de lado la soberbia y que no siguieran votando como si viviesen en una isla.
Ninguna voz puso mesura en medio de tanta crispación, de tanto agravio innecesario.
El voto de los argentinos fue cuestionado, devaluado, por los propios destinatarios de la voluntad popular. La clase política protagonizó otro capítulo desafortunado, lejos de las conductas y el temple que debiera exhibir.
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