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domingo,
04 de
noviembre de
2007 |
Interiores: intangible
Se trata de un concepto no demasiado usado y que por el momento no es víctima de ninguna moda como muy a menudo sufren las palabras. Como es de suponer, las palabras y los humanos tienen sufrimientos distintos, pero al mismo tiempo sufrimientos compartidos cuyo ejemplo más contundente es el maltrato. La diferencia reside en que los humanos son muy maltratados y en una proporción similar también son maltratadores.
En cambio las palabras en muchas ocasiones son más bien maltratadas por usos y abusos varios. Es el caso de la palabra paradigma, término que habla de un ejemplo o de un ejemplar, con la que se llenan la boca de ciencia la alta cultura representada por algunos agentes en ciertos círculos que a menudo logran la proeza de transformase en círculos cuadrados. Es que las palabras fascinan, y si nos armamos de una de ella, salimos al mundo blandiéndola de tal forma y en tal proporción que logramos la ilusión de pasar de ser fascinados a ser fascinantes.
Lo intangible tiene un sentido a la vez simple y preciso ya que remite a lo que no debe o no puede tocarse. Posiblemente el mayor de los intangibles sea Dios que a todas luces no puede tocarse, tampoco se lo puede ver. Esto no impide que en el planeta los creyentes en dioses diversos sean la inmensa mayoría, muchos de los cuales con toda probabilidad se precian de ser agentes pragmáticos y muy concretos que sólo creen en lo que ven. La intangibilidad es quizás el mayor de los atributos de Dios, la condición fundamental de su existencia, lo que de alguna manera lleva al gran escritor portugués José Saramago a escribir un notable artículo bajo el título “Dios como problema”.
Saramago, lejos de discutir su existencia o de probarla con el auxilio de la razón como tradicionalmente han hecho muchas filosofías, lo que hace es discutir su invención, es decir la pone bajo reflexión. Lo hace con el invalorable trabajo del razonamiento cuando en el centro del artículo dice:”No hay amor ni justicia en el universo físico. Tampoco hay crueldad. Ningún poder preside los 400.000 millones de galaxias y los 400.000 millones de estrellas que existen en cada una. Nadie hace nacer el Sol cada día y la Luna cada noche, incluso cuando no es visible en el cielo. Puestos aquí sin saber por qué ni para qué, hemos tenido que inventarlo todo. También inventamos a Dios”.
Es decir, el problema de Dios no es su existencia o su no existencia, sino el uso que los humanos hacen de él ya que no siempre es fuente de vida, sino que en muchas ocasiones se mata en nombre de Dios. Semejante mandato lo han tenido muchos a lo largo de la historia, y no sólo los fundamentalistas islámicos de nuestro tiempo. También lo ha esgrimido el presidente Bush quien desde la pureza blanca del “bien” ha transformado y sigue trasformando en blancos de sus ataques armados a humanos en los que ve encarnado el “mal”. Que debajo de los muertos haya oro negro no explica la matanza, sino que aumenta el cinismo de la operación.
Otra de las grandes invenciones humanas son las monarquías con reyes, príncipes, princesas, duques, condes y demás, en suma esos humanos semi divinos que sólo se codean entre sí y que se heredan a sí mismos traspasándose los títulos que los legitiman como tales. Con lo que dichos títulos son bien tangibles y con muchos bienes. Pero la aureola de los nobles en definitiva es intangible para el resto de los mortales, salvo cuando alguno de ellos (como pasaba con los dioses griegos) baja a la Tierra para poseer a un terráqueo, tal vez convertido o travestido en noble si la posesión deviene estable. Los reyes, si bien no están a la altura de Dios, gozan de cierta intangibilidad ya que a lo sumo se los puede ver de lejos, pero por lo general no se los puede tocar y en definitiva tampoco se los puede discutir, salvo al precio del escándalo cuando alguien se atreve a hacerlo como sucede en estos días en España.
Como se puede ver a la humanidad no le basta una variedad de dioses, reyes y príncipes. A esta galería, aunque a una altura diferente, se le agregan ricos y famosos, ídolos, líderes políticos con camisetas diferentes y demás productos sociales endiosados aun antes de ir al cielo. El Destino, sobre todo cuando está escrito y pensado con mayúscula, es otro intangible ya que no lo podemos ver ni mucho menos tocar. En tanto está escrito y diseñado por otros (Dios o quien sea) nos pone y nos quita sobre la Tierra.
Pero también es posible que el Destino sea un prejuicio, es decir un juicio sin reflexión, típicos pensamientos pensados por otros que nos meten en la cabeza intangibles de todos los tiempos. Tal vez sea mejor escribir destino con minúscula para que cada cual pueda tratar de escribir el suyo en lo que bien se podría llamar la revolución de los tangibles.
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