Año CXXXVII Nº 49646
La Ciudad
Política
Información Gral
El Mundo
Opinión
La Región
Policiales
Cartas de lectores
Mundo digital



suplementos
Ovación
Economía
Escenario
Señales
Turismo
Mujer


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 28/10
Mujer 28/10
Economía 28/10
Señales 28/10
Educación 27/10
Página Solidaria 17/10
Estilo 06/10

contacto

servicios
Institucional



 domingo, 04 de noviembre de 2007  
Innovación. Ciencia, tecnología y emprendedores, los sujetos de un movimiento que busca madurar como sector económico. El papel de los inversores y el Estado
Cómo consolidar una industria del conocimiento
En el congreso Creando Futuro se expusieron las claves para convertir una idea en producto

Sandra Cicaré / La Capital

Una inteligencia flexible, innovadora y que rompa paradigmas, una red de contactos y un inversor que financie son una radiografía del emprendedor, este actor clave de la economía del conocimiento basada en la ciencia aplicada al desarrollo tecnológico que viene prendiendo fuerte en la Argentina y la región. Pero aunque estos pasos no pueden escindirse, el tránsito del aula a la empresa todavía sigue presentando varios frentes vulnerables en el país: sobran recursos humanos capacitados, escasean los fondos y no están claras las políticas públicas que permitan pensar en un modelo de crecimiento que tenga como eje la ciencia y la tecnología.

La experiencia de casos exitosos —aunque no sobran existen muchos en el país y la provincia— desató la discusión sobre el rol que se le asigna y el que deben jugar las empresas de base tecnológica en la matriz productiva de la Argentina y dio un nuevo impulso a la cultura “entrepeneur”, como la expresión más concreta de la vinculación entre “la academia y la industria”.

“Para los argentinos las neuronas no son un elemento limitante, podríamos ocupar un lugar honroso en el mundo de la tecnología y biotecnología mundial”, sentenció Alejandro Mentaberry, director científico del Instituto de Agrobiotecnología de Rosario (Indear) a la hora de marcar la falta de una definición clara sobre qué lugar deben ocupar las empresas tecnológicas basadas en el conocimiento y la innovación.

Pero según el investigador —hoy parte de un proyecto que vincula al sector público y privado— las culpas son compartidas: “No tenemos capacidad para pensar a largo plazo; hay una cultura científica individualista y academicista sin sustrato en el contexto social y también una cultura empresarial inmediatista y poco innovadora, sumada a una desvalorización del rol social del conocimiento”, puntualizó.

Pero la globalización económica impuso una nueva lógica al concepto de valor agregado, aquel que debe despuntar desde el lugar de la innovación y al desarrollo tecnológico basado en el conocimiento y por tanto, ya no se trata de un asunto que deban resolver las empresas puertas adentro, sino además involucrar a los entornos y los territorios que la contienen.

Este desafío concentró el debate que tuvo lugar esta semana en el marco del 1º Congreso Creando Futuro, que convocó a actores del sector público, privado y académico para avanzar en la definición de las pautas que permitan consolidar a la región con una identidad propia, basada en el impulso al sector de la ciencia y la tecnología —y dentro de ese aspecto con especial hincapié en lo bio— y aprovechando el caudal de recursos humanos que se generan desde las universidades y no siempre pueden trasladarse al sector productivo.



Los números del sector

La inversión en investigación y desarrollo (I+D) en la Argentina pasó del 0,27 del Producto Bruto Interno (PBI) en 2003 al 0,54% este año, con una proyección de alcanzar el 0,60% en el presupuesto del año próximo y llegar al 1% en 2015, dijo el director nacional de programas especiales de la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (Secyt), Oscar Galante. Sin embargo, estos números todavía no pueden empardar la realidad de otros países, incluso algunos del Mercosur.

“Argentina sigue en esos niveles de inversión cuando sabemos que los países desarrollados están por encima del 2% del PBI o Brasil en más del 1%”, se quejó Alejandro Ceccato, titular del Centro Científico Tecnológico Rosario (CCT ex Cerider) dependiente del Conicet. “Estamos enormemente lejos y si estuviéramos convencidos de que el futuro de la Argentina pasa por el desarrollo de la ciencia y la tecnología se tendrían que estar volcando muchísimos más recursos”, arengó el investigador.

Pero en esta balanza también hay un fuerte déficit por parte del sector privado. La Subsecretaría de Ciencia y Tecnología de Santa Fe, Isabel Mac Donald, explicó que “la industria argentina invirtió entre 2002 y 2004 unos 7.000 millones de pesos en investigación y desarrollo (I+D), a razón de 2.200 millones por año” y señaló además que el gasto por este concepto en las empresas representó en el año 98 el 0,19% del total de la facturación y a diciembre de 2004 llegó al 0,20%.

Sin embargo, apuntó como una “tendencia positiva” la inversión en recursos humanos destinados a actividades de innovación, que pasó del 1,46% sobre el total del empleo de las empresas en el año 98 al 2,75% a fines de 2004.

Por otra parte, los desembolsos en capacitación al personal para desarrollarse en éstas áreas sobre el total de gastos de las empresas también muestran signos alentadores: crecieron del 1% en el 98 al 1,72% en 2004, agregó la funcionaria.

Pero como contrapartida, esta realidad es más un producto de decisiones empresarias que de políticas sectoriales.

Por caso, según explicó Mac Donald, “la mayor fuente de financiamiento de las empresas fueron los recursos propios”, aunque aclaró que las pymes o las micro recurren a los instrumentos públicos que ofrece la Agencia de Desarrollo Científico Tecnológica. “El 58% de las pymes, el 85% de las medianas y el 94% de las grandes empresas invierten con sus propios recursos”, explicó la funcionaria.



De incubadora a empresa

Pero para que la discusión sobre el rol de la economía del conocimiento se instalara como un tema de agenda, primero muchos emprendedores debieron transitar el proceso que convirtió idea en productos, algunos de ellos líderes en el mundo. Desde una balanza electrónica, hasta una hormona del crecimiento contenida en una vaca clonada, pasando por un portal de Internet con soluciones novedosas o reactivos químicos de escala mundial, el universo de empresas de base tecnológica de la Argentina y especialmente de la región fue encontrando un espacio en la economía globalizada, en un contexto donde la creatividad debió reemplazar a la ausencia de financiamiento y la innovación ganarle la carrera a la apertura mundial de las fronteras.

Algunas pioneras de primera generación y otras en fase de start up, las empresas de base tecnológica arrancaron con ideas innovadoras, con escaso financiamiento, algunas de ellas hicieron una etapa previa de incubación en alguna universidad y lograron afianzarse a través de las alianzas estratégicas con socios de negocios o mediante una red de contactos de negocios que les permitió trabajar en red.

“La economía del conocimiento revela que todos los paradigmas se caen, y por eso siempre hay que romper incluso con los paradigmas propios. Pensar enciclopedísticamente no permite emprender”, sentenció Enzo Zamboni, titular de la firma de biotecnología Diagramma, una empresa consolidada que elabora bacterias lácticas y para carnes y ensilado de granos.

Así lo entendieron los directivos de la uruguaya Exogen, que brinda soluciones moleculares. Uno de sus titulares, Lisandro Furen, explicó que en plena fase de start up la firma debió realizar un cambio estratégico en la orientación de su empresa a principios de este año. “El mercado objetivo no era lo que se preveía y había una plaza nacional inmadura, con lo cual encaramos un proceso de internacionalización para exportar conocimiento”, puntualizó.

El mismo fue el que recorrieron las firmas de base tecnológica que lideraron este proceso en el país. “Mientras las grandes compañías pensaban qué solución vender a sus clientes para evitar el colapso de las plataformas informáticas de 1999 al 2000, nosotros vimos la oportunidad de comenzar a desarrollar portales de internet y sitios web para empresas que los estaban requiriendo”, explicó Martín Méndez, de Neoris Argentina.



Herramientas

Sin embargo, no cualquier idea puede plasmarse en un producto. “Toda empresa del conocimiento basada en la innovación tiene que ser exitosa también comercialmente y resolver un problema de mercado y un aporte a la comunidad”, dijo el titular de Wiener Lab, Federico Rojkin, justamente la delgada línea que separa el riesgo de la locura o la utopía.

“Hay que tomar riesgos, pero moderados”, reflexionó Zamboni como consejo a los emprendedores. Aunque esa característica es también el plus de valor que hoy analizan los inversores de capital de riesgo, una modalidad de inversión que hace foco en proyectos innovadores, de base tecnológica con los cuales se vinculan no sólo con el aporte económico sino también aportando redes de contacto y capacitación.

“El inversor mira a la persona y si el emprendedor es capaz de sortear los riesgos”, reflexionó Gustavo Sosa, director de Genética Vegetal SA, una compañía en fase start up que montaron un laboratorio donde crearon nuevas variedades de plantas silvestres que exportan al exterior como nuevas especies florales. La empresa se asoció con una multinacional estadounidense, que ahora es su cliente, y logró financiarse a través de un venture capital que le permitió encarar nuevos proyectos, uno de ellos en fase de patentamiento basado en un nuevo herbicida selectivo biodegradable para soja.



Los fondos

Conseguir la plata es la frontera que determina que la idea se transforme en un producto y en la Argentina el tema ún está en pañales. Hoy existen tres fórmulas que financian a los emprendedores. Por un lado los programas oficiales direccionados a través de la Agencia de Promoción Científica y Tecnológica (y líneas como Fontar o Foncyt) de la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva.

Según explicó el director de Secyt, Oscar Galante, en el período 2002/05 se aportaron 24 millones al sistema de incubación de empresas y en el lapso de 2006/07 ya se llevan aportados 130 millones.

Pero al mismo tiempo el dinero viene del sector privado a través del capital de riesgo, que tiene tres grandes líneas: capital semilla (para el inicio de la empresa), venture capital (para empresas en estadio de start up) y private equity (aportes a compañías ya maduras).

De todos modos, la Secyt cuenta con un programa de capital de riesgo (Crearcit) que lleva cuatro años.

Agustín Badano, de Nexo Emprendedores (área de Banco Santander Rio destinada a capital de riesgo), explicó que crece la tendencia para financiarse a través de esos instrumentos. “En 2005 recibimos 176 proyectos, 507 en 2006 y terminaremos el 2007 con más de 600”, dijo. Aunque de este universo se realizaron inversiones en 7 y están a punto de firmarse otros 14.
enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo


Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto
La ciencia aplicada, un desafío en el que deben involucrarse privados, Estado y universidades.

Notas Relacionadas
Capital social



  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados