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sábado,
03 de
noviembre de
2007 |
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Charlas en el Café del Bajo
—Y si me permite, Inocencio, me referiré a un tema que tiene que ver con lo que hablábamos ayer. Lo hago a partir de una pregunta: ¿quién piensa seriamente en los niños, en los adolescentes? Usted me dirá que eso no tiene nada que ver con el cuidado del planeta, pero se equivoca, Inocencio. Nadie puede tener paz, nadie puede desarrollarse, no ya como sociedad, sino como persona, si el medio ambiente no es el adecuado y además propicio.
—Es cierto. De nada valdrá tener todas las fortunas, todos los conocimientos si el entorno es hostil. Pero a ese respecto agregaré que de nada valdrá, tampoco, un medio ambiente cuidado y excelente si las condiciones de vida no son, también, las adecuadas. Me refiero, desde luego, al aspecto socio económico.
—Sí, tiene razón. Por eso es menester que nos preguntemos seriamente si estamos pensando en nuestros hijos. Y alguien me podrá decir: “¡Claro que sí!”. Pero hay que tener cuidado al definir el sentido y la dimensión de tal pensamiento, porque si se piensa en el hijo, sin tener en cuenta a todos los hijos, pues entonces el pensamiento y la acción son incompletos, hasta pueden tener rasgos de mezquindad inconsciente. Y ese pensamiento parcial no es suficiente (en absoluto) para salvar o llevar al éxito al propio hijo...
—¿Por qué?
—Porque la situación social y planetaria en general tornan imposible que una persona triunfe sin que haya un marco adecuado para la vida de todos. Y los tremendos desajustes en cuestión social y ambiental, que se van incrementando, harán más difícil que una persona sea feliz mientras el resto sufre. Esta falta de armonía es incompatible con la ley del universo y, finalmente, todos pagarán las consecuencias.
—Sí.
—Sin embargo, aún perdura la creencia de que el individualismo es posible. “Yo me salvo, el otro que se arregle como pueda”. Ese otro, abandonado, desamparado y finalmente perdido, se encargará de que nadie se salve. Miraba ayer por televisión a la pobre esposa del empresario que mataron los delincuentes ante sus propios ojos, y pensé que eso es sólo una muestra de un fenómeno que es claro y creciente: el egoísmo, la indiferencia por el destino del otro desmorona todo. Como se desmoronará la vida de nuestros hijos, nietos, si nos desentendemos de la cuestión planetaria.
—A la gente parece no importarle demasiado todo esto, Candi. Uno lo advierte en el momento de elegir a las autoridades: si la panza anda bien, lo demás no importa o importa poco.
—Mire, creo que no es así o no en esa magnitud. Hay, afortunadamente, gente que piensa, que reflexiona y que actúa porque tiene conocimiento cabal de la realidad y lo que se viene si todos no nos involucramos en un plan común de rescate y resurrección de valores que han muerto o se van extinguiendo.
Candi II
([email protected]) |
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