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 domingo, 14 de octubre de 2007  
[lecturas] - Los amores de María Helena Bravo y Horacio Quiroga
El relato de una voz silenciada

Antonia B. Taleti

Novela
  • La vida brava, de Helena Corbellini. Sudamericana, Buenos Aires, 2007, 314 pp., $ 31.

    “La vida brava” puede considerarse una biografía novelada de Horacio Quiroga. La historia está contada desde la perspectiva de la segunda esposa del escritor, María Helena Bravo Schnaibel, voz narradora que asume las aseveraciones del relato.

    El libro empieza con una afirmación que atrapa al lector: “Horacio Quiroga fue mi marido”. Los datos que leemos reafirman aspectos divulgados de la vida de Quiroga. Sus proyectos, sus emprendimientos, su interés por la modernidad, sus amigos, sus relaciones. Es la historia de un hombre pasional cuya vida estuvo cercada desde la infancia por la muerte de familiares y amigos, muertes trágicas, muchas de ellas, suicidios. El contexto de la época está dado por los episodios que impactaron en Argentina en las primeras décadas del siglo XX. Se actualizan en el relato y cobran vida la Semana Trágica, los grupos de escritores que se acercaban a las publicaciones vanguardistas como Proa, Prisma y Martín Fierro, las tertulias donde se tejían amistades, enojos y amores. Leemos referencias sobre “La Patagonia rebelde”, la caída de Yrigoyen y los gobiernos posteriores.

    En su libro “La cama de Procusto”, el crítico mexicano Alberto Vital explica que "la historicidad de todo sujeto que reconstruye hechos se manifiesta sobre todo como parcialidad”. Si el material histórico sólo puede aportar una parte, una parcialidad, quedará para la creatividad narrativa completar con personajes y situaciones creíbles el mundo que se quiere presentar.

    Desde la perspectiva pública, poco se sabe sobre María Helena. Ella es el personaje de quien se tiene escaso registro y por tanto es quien mejor se presta para cargar con el universo ficcional de los recuerdos, de la reproducción de los diálogos, de las descripción de las relaciones íntimas.

    Corbellini ha elegido la perspectiva de quien tenía más desdibujado el perfil histórico y le permitía, por lo tanto, mayor libertad para contar una relación posible, en un mundo posible. La autora ha preferido, como sucede a menudo en el género narrativo, darle voz a quien la Historia dejó casi en silencio: la voz acallada de una mujer.

    Esta elección es la que permite evadirse del condicionamiento de Quiroga y leer la novela como la historia de dos personajes: María Helena y Horacio. Este recorrido es el que nos lleva a los lazos, a veces violentos, de una relación de pareja entre una muchacha de veinte años y un viudo que podía ser su padre; un itinerario que nos acerca a un entramado de valor psicológico independiente de los seres reales que le dieron origen. La autora compone el relato de una mujer que teme los arranques de ira de su marido, un hombre inseguro, vanidoso y egoísta.

    “La vida brava” dibuja la historia de una mujer capaz de recomponerse, de atarse a la realidad, que no se pierde en laberintos de imaginación y que de pronto ve en el hombre famoso sólo a “un hombre viejo y escuálido, empeñado en ser él a cualquier precio”.

    El diseño de la portada sintetiza el protagonismo del personaje femenino en la trama narrativa. La figura del escritor se muestra en un espacio sombrío, se lo ve ensimismado, como quien, con los ojos abiertos, contempla su propio interior. Si observamos con detenimiento vemos que es un cuadro, imagen de imagen, que pende en la pared de un cuarto en el que se encuentra María Helena Bravo, quien atrae al observador por la luminosidad que ella proyecta desde su cabello, su piel y su vestimenta, ayudada por la luz lateral que la focaliza.

    En esta imagen bella, María Helena mira a quien la mira y en esa actitud dialogante parece afirmar su decisión de seguir leyendo la vida, aunque sea brava, aunque la vida sea un libro difícil de leer.
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    La autora. Helena Corbellini, entre la historia y la ficción.

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