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viernes,
28 de
septiembre de
2007 |
Reflexiones
La expansión de la frontera agrícola
Por Pedro Peretti (*)
Desde hace ya mucho tiempo, la Federación Agraria Argentina (FAA) viene sosteniendo en estoica soledad que la ampliación de la frontera agrícola del país, lejos de ser un avance productivo, económico o social, es un verdadero desastre ambiental. Destruir monte nativo para sembrar soja, no parece ser un negocio para nadie más que para quien lo ejecuta.
El reciente acto de protesta de Greenpeace junto a pobladores del pueblo santiagueño Algarrobal Viejo, el Mocase (entidad afiliada a la FAA) y el taller ecologista de Rosario, frente a las instalaciones de la empresa Rumbo Norte S.A., es un ejemplo de resistencia a este modelo de explotación, expulsión de habitantes originarios y de concentración de tierras. Lo que sucedió es que dicha empresa tiene la intención de expulsar a decenas de campesinos santiagueños de sus tierras para explotar y destruir más de trece mil hectáreas de bosque nativo para sembrar soja.
Otro caso semejante sucede a miles de kilómetros de Santiago del Estero, precisamente en la provincia de Chubut, y la empresa involucrada es también rosarina, Relmó, que experimentó la siembra de soja en la Patagonia con una semilla que tiene tanto de avance genético como de futuro desastre ambiental, si no se pone límites al monocultivo.
Si a estos dos pequeños botones de muestra les sumamos los recientes informes científicos sobre el cambio climático o los proyectos de sustitución de petróleo por biocombustibles, se pone sobre el tapete la necesidad inexcusable del modelo de desarrollo agrario que queremos, precisamos y, por ende, propiciamos. Este tema, a juicio de muchos miles de militantes y dirigentes federados, es de forzoso debate, y debe involucrarse la sociedad toda, y no se puede parcializar ni menos aún sectorizar.
Es imprescindible hacerse cargo de la integralidad del problema. En esto todo tiene que ver con todo: sojización, concentración de tierras y rentas, deforestación, migraciones rurales, escasez de agua, desertificación, pedradas, inundaciones, escasez y aumento de las carnes, etcétera.
Podemos resumir el debate en si queremos una agricultura con agricultores al servicio de la soberanía y la seguridad alimentaria, que preserve los recursos naturales y el medio ambiente (modelo que representa nuestra tradicional chacra mixta de la pampa húmeda hoy en vías de extinción) o podemos defender los agronegocios de los pooles de siembra, de los megaproductores sin pertenencia genuina al medio ni intenciones de arraigo y a quienes sólo les interesan los volúmenes de producción sin importarles ni la gente ni las consecuencias de esa clase de explotación agropecuaria de tipo empresarial que hoy se consolida en la Argentina (donde ya sólo 10.000 empresas manejan el 70 % de la soja).
Por ello, desde nuestro punto de vista, para el debate agrario que incluye la ampliación de la frontera agropecuaria en nuestro país, son necesarios: 1º) la inclusión de la sociedad toda. El tema agropecuario debe dejar de ser un coto de caza exclusivo de las empresas transnacionales, los terratenientes codiciosos, los suplementos especializados de los grandes diarios y los técnicos al servicio de la maximización de ganancias sin responsabilidad social. Este debe ser un debate de todos, puesto que atraviesa el presente y el futuro de toda nuestra sociedad.
2º) La política, ya que es ella la que debe conducir la economía del país y fijar los límites del mercado, debe ordenar la agenda de prioridades y conducir el proceso económico global. Es función de la política poner en marcha el modelo de desarrollo rural que defina la sociedad y velar por el cumplimiento de las inquietudes y la satisfacción de las necesidades de todos los ciudadanos (urbanos y rurales). Es función de la política, además, “marcar la cancha” con rigor y claridad, pues si seguimos jugando con el reglamento escrito e impuesto por el mercado, en menos de una década no va a quedar ni un centímetro de bosque nativo y ni un solo chacarero.
3º) Escuchamos hablar de la intervención del Estado en la economía como una letanía reiterada y monótona, y la vemos ejecutarse en algún conato de control de precios, mientras el Estado argentino sigue ausente en las grandes decisiones estratégicas que nos comprometen a todos. La intervención del Estado debe ser permanente y en favor de los sectores económicos y sociales más débiles. Para ello debe desplegar y optimizar todos los instrumentos que tenga a disposición (leyes, créditos, subsidios, juntas reguladoras de la producción, instituciones educativas, seguridad social en todas sus formas, etcétera).
Es decir que la ampliación o no de la frontera agropecuaria, la decisión de aumentar o no las cantidades de determinado cultivo, la conveniencia o no de privilegiar algunas producciones en detrimento de otras, deben ser decisiones de todos.
El debate agrario, en la Argentina de hoy, está dominado por la lógica del mercado, conducido por los que nos venden. Ya nos alertaba Jauretche cuando nos decía: "tengamos cuidado de ir a comprar al almacén con el libro escrito por el almacenero".
Una vez más, los volúmenes de producción o las tecnologías más apropiadas, deben ser instrumentos al servicio de la sociedad, evaluados por la sociedad e implementados por la gestión política y no fines en sí mismos.
No hay solución a los problemas argentinos si no se discute el tema del agro. No hay solución a los problemas argentinos sin un programa agrario que armonice producción, población y medio ambiente con equidad y distribución.
(*) Secretario adjunto Coprofam y secretario de relaciones internacionales de la FAA
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