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domingo,
23 de
septiembre de
2007 |
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Charlas en el Café del Bajo
—Séneca decía que la vida se compone de tres tiempos. Presente, pasado y futuro. “De éstos —remarcaba—, el presente es brevísimo, el futuro, dudoso, el pasado, cierto”. Para reflexionarlo, ¿verdad?
—Sí. Creo que es un gran pensamiento y deja una buena enseñanza. ¿Qué tenemos hoy? Proyectos que no han sido concretados y un pasado que nos acompaña siempre. Un pasado que no adquiere, solamente, la forma de recuerdo, porque hay un pasado que puede apreciarse en el presente. Modificado, es cierto, pero pasado al fin y presente también.
—Explíquese mejor.
—A veces solemos caer en la cuenta, no del todo cierta, que pasado es aquello que sucedió, que ya no existe más, que está irremediablemente perdido. Esto es cierto en parte, pero no totalmente cierto. Y esto se manifiesta, creo que en toda su dimensión, en el propio “yo”. El “yo” se va modificando, pero no cambia su naturaleza, no se extingue. Y así también ocurre con otros seres con los que uno se interrelaciona. Es frecuente escuchar la frase en una pareja: “Ya no somos los mismos”. Hay que aprender a discernir, Inocencio, sin errores, quienes somos en realidad a lo largo de la vida. Es importante, porque puede ayudarnos en momentos de dudas, de dificultades, cuando todo parece perdido y hasta nosotros mismos parecemos perdernos. ¿Ya no somos aquellos y por tanto aceptamos la derrota? No. Nos es verdad que el yo se modifique sustancialmente. No es verdad que pierda su esencia. Las circunstancias de la vida pueden modificarlo en algo; las nubes de la existencia pueden hacerle perder de vista aquello que antes veía con más claridad, pero hay un núcleo en el yo que es inalterable, nos acompaña siempre y sólo es menester, para verlo y admirarlo, desenterrarlo del fondo al que lo envió la circunstancia de vivir. El pensamiento de Séneca nos hace reflexionar, también, sobre la importancia de las acciones adecuadas en el presente, de trabajar por aquello que verdaderamente tiene importancia en la vida. Este trabajo presente nos acompañará no sólo en materia de buenos recuerdos, sino en el aprecio permanente de lo que hemos podido construir y que permanece a nuestro lado: La esposa, el esposo, los hijos, los hermanos, los amigos, la propia humanidad. Y por supuesto uno mismo, porque el primer amigo del ser humano es ese “yo” genuino y profundo que no estamos acostumbrados a buscarlo con asiduidad. Y para terminar, diría que en el último instante de la vida el ser humano puede, no obstante, haber cometido errores que hacen de su pasado un mal recuerdo y un triste presente, recuperar ese pasado original, hermoso, puro. Ese “yo” que nunca se fue, que nunca nos abandonó. El ser humano puede, en el último segundo, reconocerse a sí mismo, disculparse por los errores y partir engrandecido. Claro, siempre será de mayor provecho desenterrar, descubrir, ese yo primigenio lo antes posible, mucho tiempo antes de que el abandone este plano de existencia.
Candi II
(candi©lacapital.com.ar) |
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Politólogo
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