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 domingo, 26 de agosto de 2007  
El infortunio de dos jóvenes por el amor a una mujer
Hernán Scalise tenía 28 años y salía con Laura, quien estaba separada de Edgardo Verón

Hernán Lascano / La Capital

Los dos chicos vivían a ocho cuadras y tenían mucho en común. Eran trabajadores empeñosos y apreciados por sus vecinos. Los dos tenían motos y vivían hablando de sus sueños. Y a los dos les gustaba divertirse. Pese a vivir tan cerca nunca se habían cruzado. Hasta que el domingo pasado, de un modo que ninguno buscó propiciar, quedaron confrontados por estar ligados de distinta manera a una misma chica. Esa circunstancia fue trágica. Ahora uno está muerto. Y el otro preso.

   El domingo pasado a la noche Hernán Scalise, de 28 años, terminó de bañarse en su casa de Regimiento 11 y Rodríguez y se fue a un cumpleaños en un salón que está a la vuelta de la vivienda. Allí se encontró con Hugo Fortuna, un amigo con el que después fue a bailar a El Cuervo, un boliche de Arijón y Moreno donde era conocido hasta por los dueños. Hernán había ido con Laura González, una piba de 22 años que reside en el mismo barrio y a la que había conocido hace poco.



En paralelo. A la misma hora que Hernán se aprontaba para salir, Edgardo Verón, de 25 años, hacía lo mismo en su humilde casa de Flammarión al 5100. Se despidió de su mamá Vilma y se marchó. El también fue a El Cuervo. Edgardo salía con una chica, pero la reciente ruptura de su matrimonio lo había destruido. El se había casado con Laura González en el Distrito Sur y tuvieron un hijo. Sin embargo, la relación se terminó tres meses atrás. Lo que no concluyó fue su tormentoso amor por ella.

   Por eso, cuando Edgardo la vio a Laura en el boliche con otro hombre se trastornó. Se acercó a la chica y se lo recriminó con ímpetu. Ante eso, Hernán y su amigo Hugo lo abordaron. Ambos terminaron golpeando a Edgardo, que debió abandonar el local envuelto en una doble contrariedad. Al disgusto de ver a su ex esposa se agregaba la paliza recibida a la vista de todos.

   Tras el incidente, Laura temió volver sola a su casa. Pasadas las 4.30 les pidió a Hernán y a Hugo que la acompañaran: suponía que su ex marido podía estar esperándola. Los tres subieron al Peugeot 405 de Hernán y cuando llegaban a Moreno e Hilarión de la Quintana la presunción de la joven se hizo realidad. Allí estaba Edgardo esperándola. Los dos amigos bajaron del auto. Las actas de la comisaría 21ª dicen que ambos fueron a su encuentro. Y que esta vez la paliza fue mucho más dura.



Cuatro tiros. Edgardo quedó moral y físicamente por el piso. Entonces todo podría haber sido de otro modo, pero el muchacho tenía un revólver 38. Se incorporó enceguecido cuando sus dos contrincantes ya habían regresado al auto y disparó cuatro veces. Un balazo hirió a Hugo en una pierna. A Hernán, sentado al volante, otro le perforó la garganta.

   Hugo notó que su amigo perdía el aliento y lo llevó al hospital. No llegó vivo. Edgardo, en tanto, salió disparado en su Yamaha, cruzó la ciudad y se refugió en la casa de su tío. Seis horas después, allí lo encontró la policía.



Cambio de mundo. En las horas que insume la diversión de una noche cualquiera, una vida llena de promesas puede derivar al sueño más monstruoso. Eduardo Scalise, de 55 años, anuncia que con la muerte de su hijo su vida terminó. Con ojos insomnes cuenta que Hernán era un apasionado de las picadas, que corría en el circuito de Ovidio Lagos al 6000 en su Suzuki 1100. “Le decía: «Negro, si te lastimás en la moto te voy a tener que cuidar toda la vida». Eso me atormentaba. Qué me iba a imaginar que lo iban a matar así, como a un perro”.

   Hernán era dueño de un taller de chapería y pintura donde tenía trabajo constante y redituable. Toda su clientela estaba en el barrio donde, dicen, era responsable como chapista y generoso con las cobranzas. “Hacía dos semanas que bailaba con esa chica. Que era casada, pero estaba separada. Tuvo un problema ahí con el ex marido que fue y le pegó”, sigue Eduardo. “Mi hijo intervino. Después se lo encontró porque la chica tenía miedo y le pidió que la acompañara. Maldito el momento que le hizo caso. Mi pibe siempre que salía del baile iba a tomar café con los amigos a Oroño y Lamadrid”, relata.

   En Flammarion al 5100, en el medio de un humilde caserío de material, Edgardo vive con su mamá. El se había empecinado en superar una vida de pobreza. Trabajaba hace dos años como encargado en un bar del shopping Alto Rosario. Se había ganado ese lugar con voluntad y disciplina. Sus compañeros, que lo aprecian, están absortos. No pueden creer que esté preso. Mucho menos el motivo.

   Vilma, la mamá, dice que no podrá entender lo que pasó, ni por qué un futuro promisorio quedó desmantelado en un instante. “Que Edgardo tuviera un arma es incomprensible. Como si no fuera él. Hablen con su patrón en el shopping. Pregúntenle qué concepto tiene de él”, murmura.

   Recién el jueves Vilma pudo visitar a su hijo en la comisaría 4ª, donde lo vio con marcas en todo el cuerpo y un ojo deformado por un hematoma producto de la golpiza que le dieron. “Me pongo en lugar de los padres de ese chico (Hernán) y no sé qué decir. Solamente que Edgardo no es un delincuente, que vive trabajando”.

   Vilma habla con cariño sobre Laura, la ex esposa de su hijo, el motivo de la fatal pelea. “Ella es como una hija para mí, buena madre, muy trabajadora”. Lo mismo comenta Rubén Lugo, un tío de Edgardo que parece no despabilarse de la novedad. “Ella es buena. Tenían una relación difícil, no congeniaban. Pero él no se la podía sacar de la cabeza”.



Parecido y diferente. Eduardo Scalise cuenta cómo su hijo disfrutaba de estar en familia. “Yo no busco vengarme. Pero quiero que este chico pague por su barbaridad. ¿Por qué usaba un arma?”, pregunta.

   Para despedir a Hernán, dice su padre, al velatorio “fueron 500 personas, la mayoría chicos del barrio”. Antes de partir al cementerio, su abrumado tío, el recordado ex delantero de Rosario Central Claudio Scalise, envolvió el féretro en una bandera auriazul. El otro tío, José Rubén, también fue futbolista y hoy es representante de jugadores. “Somos de Central”, balbucea Eduardo. “No sabe lo mimoso que era mi pibe”, agrega.

   Todo es tan parecido y tan pesaroso en ocho cuadras de distancia. Lo es para la familia de Hernán, sumergida en su vacío eterno. Y también para la de Edgardo, que el martes cumplirá 26 años. Ese pibe que se esforzó para escurrirse de un mundo de privaciones. Y que lo estaba logrando cuando una historia de amor que le peló los cables lo llevó a sollozar detrás de una reja.
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Hernán Scalise tenía 28 años, era chapista y un apasionado de las motos.

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