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domingo,
26 de
agosto de
2007 |
Una faceta desconocida y sorprendente
Los escritos personales de la madre Teresa presentan una cara muy poco conocida de la religiosa cuya imagen pública era la de una mujer que confiaba en su fe. Pero, precisamente esa dilatada crisis de fe da una nueva dimensión de lo enorme que fue su labor por los enfermos y los desprotegidos.
El primer texto (ahora conocido) de la Madre Teresa, en el que llega a negar incluso la existencia de Dios, está escrito en 1948, cuando empieza a trabajar con los más pobres. “Señor, mi Dios, ¿quién soy yo para que me abandones? [...] Yo llamo, me aferro, quiero, pero nadie responde, nadie a quien agarrarme, no, nadie. Sola, ¿dónde está mi fe? Incluso en lo más profundo, no hay nada, excepto vacío y oscuridad, mi Dios, qué desgarrador es este insospechado dolor, no tengo fe [...] Tantas preguntas sin responder viven dentro de mí con miedo a destaparlas por la blasfemia. Si hay Dios, por favor, perdóname [...] ¿Me equivoqué rindiéndome ciegamente a la llamada del Sagrado Corazón?”.
Este texto y otro escrito en 1959 son los que más claramente muestran sus dudas sobre la existencia de Dios: “Si no hay Dios, no hay alma, si no hay alma, entonces, Jesús, tú tampoco eres verdadero”.
Llegó un momento en su vida, después de cambios sucesivos de confesor, en que asimiló esta sensación. El reverendo Neuner le dio la clave para aceptarla a principios de los 60. Le dice que no hay un remedio humano, por lo que no se tiene que sentir responsable de su sentimiento; que sentir a Jesús no es la única prueba de que está ahí; y que su ansia de Dios es un signo de su presencia en su vida. La beata puede soportar “por primera vez en años esa oscuridad”.
Desde siempre. El silencio de Dios que acusaba Teresa de Calcuta está en el principio de los tiempos religiosos. No hay debate teológico de altura que no haya buscado su propio lenguaje sobre esa realidad misteriosa que los creyentes llaman Dios, Alá, Yahvé, Buda...
El mismo Jesús, en la agonía de la cruz también preguntó: “Señor, señor, por qué me has abandonado?”.
El Papa Benedicto XVI, durante su visita al campo de concentración de Auschwitz en 2006 se preguntó “¿Por qué, Señor, has tolerado esto?”.
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