|
domingo,
26 de
agosto de
2007 |
La vigencia del consumo menemista
Silvina Dezorzi-Laura Vilche / La Capital
“Por un lado la sociedad produce un imaginario de transversalidad democrática en el consumo, pero por otro se segmenta rabiosamente y crece la desigualdad: todos parecen poder entrar al shopping, pero adentro hay un núcleo último, cada vez más exclusivo, al que accede sólo un sector minoritario”, afirma el doctor en filosofía y especialista en campos culturales Ricardo Forster. Para él, el modelo del hiperconsumo con el gasto como un fin en sí mismo sigue vigente y demuestra que, contra lo que suele creerse, en Argentina “no se ha salido del imaginario menemista”.
El investigador y docente de las universidades de Buenos Aires y Pittsburg sostiene que el fenómeno tiene historia. En los 80, dice, se empezó a advertir “un giro hacia el consumo, el hedonismo y las lógicas hiperindividualistas”, algo que ocurrió “básicamente en el mundo desarrollado y luego, en sociedades emergentes” como la argentina. Ese proceso supuso un cambio de valores: “El pasaje del concepto del ahorro, el trabajo y el no gastar lo que no se tiene, a lo que se podría llamar una cultura de la tarjeta de crédito, del gaste ahora y pague después”, lo que en parte supone que “no hay un futuro, una previsibilidad, sino un gasto hoy y aquí, un consumo que pasa a ser núcleo del deseo”.
Posesión frenética. El resultado es la aparición de “individuos que buscan realizar gran parte de su vida a través de la posesión frenética de objetos”. Surge así una “nueva forma de subjetividad, asociada a este consumo siempre acicateado por el mercado, la publicidad y el deseo de mostrarse a través de los objetos que se compran”.
Modelo de los 90. Ese modelo se afianzó desde lo político, en los 90. La memoria reduccionista atribuye el fenómeno al menemismo, pero para Forster no desapareció con el cambio de gobierno. “No se ha salido de ese imaginario”.
El deseo de consumir y “ser portador de marcas” no es exclusivo del sector ABC1, sino que atraviesa a todas las clases. “Es un cambio de las últimas décadas: entre los sectores populares y los más altos se produjo una especie de transferencia y de infiltración”, dice. Así, “no sólo se busca vestir las mismas marcas, sean legítimas o truchas, sino que se escucha la misma música y la estética se asemeja”. Pero hasta allí llegan los parecidos, porque los “bienes de hiperlujo están cada vez más encarnados en un sector ultraminoritario de la sociedad”.
Una paradoja es que esos precios no dependen de la calidad, sino de un valor simbólico. “Quizás en el caso de un Audi haya condiciones tecnológicas que los diferencian, pero en una marca de jeans de 1.000 pesos el precio está definiendo casi el aura del objeto”. Entonces, ¿se puede hablar de una ética del gasto? Para Forster hay “algo de lo obsceno, una lógica del exceso”, que eleva el gasto a la categoría de “fin en sí mismo”.
enviar nota por e-mail
|
|
|