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 domingo, 12 de agosto de 2007  
Andresito Artigas, la historia escondida
Ahijado de José Gervasio Artigas, luchó por los principios federales en el litoral argentino. Sus descendientes e historiadores locales rescatan su memoria

Alfredo Montenegro / La Capital

“Decir en la ciudad de Corrientes que soy descendiente de Andresito Artigas era como gritar en la tribuna de Boca un gol de River, o viceversa. Mbe guecito jha ñemiháme (en voz baja y a escondidas) se transmitió la historia mediante la tradición oral. Con mis hermanos conocimos a nuestro antepasado por el relato de dos tías”, dice Juan Alberto Gómez, tataranieto de Andrés Guacurarí Artigas, el prócer guaraní que fue ninguneado por la historia oficial.

Gómez, de 60 años y maestro rural jubilado, hoy difunde la memoria de su ancestro: el guaraní que el caudillo oriental y federal José Gervasio Artigas nombró su ahijado en 1811 y que llegó a ser teniente gobernador de Misiones, como comandante de sus tropas en la defensa del territorio de las antiguas misiones.

Conocido como Andrés Artigas, el líder de la guerrilla indígena también fue bautizado Artiguihas o el tape, por sus enemigos portugueses, quienes lo apresaron en 1819. Era capitán de blandengues al caer detenido tras el sitio a la ciudad de San Francisco de Borja, poblado de Río Grande do Sur. Desde esa antigua reducción jesuítica, fue llevado hasta las mazmorras de la prisión de la isla Das Cobras, en Río de Janeiro.

“Andresito se abocó a la redistribución de la tierra y a la liberación del pueblo guaraní. Hoy, muchos de los que se golpean el pecho como fieles católicos, han explotado y hecho sirvientes a hermanos de mi pueblo. Andresito molestó a las familias que dominaban Corrientes, por eso llamaron invasión a la ocupación guaraní de la capital provincial”, señala Gómez.

“Los cuellos duros están imbuidos de una alta cuota de odio y venganza. La acumulación de riquezas reina hoy y Andresito luchaba por otra cosa. Por eso, formamos la Fundación Andresito, un intento para luchar por el aborigen guaraní. La Dirección de Asuntos Guaraníes habla de unos de 7 mil y hasta 10 mil hermanos de nuestra etnia, pero es difícil determinarlo porque estamos en Brasil, Paraguay y Argentina. En Brasil, muchos reconocen a Andresito como prócer por pelear contra las tropas portuguesas. Allá hay una conciencia diferente”, agrega Gómez, y cuenta que en algunos homenajes y encuentros en memoria de su tatarabuelo han también viajado y participado investigadores y asociaciones del hermano país.

Según destaca su descendiente, “Andresito hablaba portugués, castellano y guaraní, además de ser católico y devoto de San Francisco de Borja. Como San Martín, nació en 1780 y a 300 kilómetros de Yapeyú, cuando en la zona se extendía el trabajo de las misiones jesuíticas”.

El jefe guaraní era de estatura baja, contextura robusta y tenía marcas de viruela en la cara. Su vida se enmarcó en los violentos hechos que ensangrentaron al nordeste del país a principios del siglo XIX. En 1801, los portugueses (en conflicto con España) invadieron la zona tomando a pueblos que habían sido organizados por los religiosos jesuitas. Dos años después, en Candelaria, se nombró al coronel Bernardo de Velazco como gobernador interino de “los treinta pueblos de misiones guaraníes y tapes, con total independencia de gobiernos porteños y paraguayos”.

“A pesar de que hace dos años ni se podía hablar de Andresito, el Concejo Deliberante de la capital correntina acaba de aprobar la edificación de un monumento en homenaje al jefe guaraní. Se levantará en la plaza del Mercosur, en la salida de la ciudad, donde se cruzan las rutas 12 y 5 ”, dice entusiasmado Gómez.



Memoria santotomeña



En la correntina ciudad de Santo Tomé, a orillas del río Uruguay y frente a San Borja, en cambio, el caudillo guaraní ya tiene un monumento que lo conmemora. “Todos los años se recuerda a Andresito en nuestra ciudad. Aquí vivió hasta los 14 años, luego de crecer en la iglesia del pueblo”, afirma Elba Batalla de Vignolo, presidenta de la Asociación para el Fomento de la Cultura de Santo Tomé.

La mujer, quien fue maestra de la escuela provincial 141, señala a la vez que hay sectores correntinos y porteños que “no quieren a Andresito”.

En tanto, el tataranieto del jefe guaraní también recuerda que “el cura del pueblo lo educó, y fue allí donde vivió tras la invasión portuguesa de 1801. Con el tiempo, en la misma ciudad de Santo Tomé levantó una fábrica de sables tras descubrir la habilidad de los aborígenes para trabajar el hierro, y aprovechar la abundancia de sulfato ferroso en la zona”.

Sobre los datos de su lugar de nacimiento, los investigadores hallaron documentos fechados entre 1725 y 1750, donde aparece registrado el nombre Guacurarí en la reducción de San Borja. El hecho de que el caudillo haya sido correntino o brasileño parece hoy de importancia, pero Gómez señala que “esas dos ciudades que hoy son de distintos países, sólo están separadas por el río Uruguay y eran toda una misma región de las misiones”.

Tanto la maestra santotomeña como el tataranieto del prócer guaraní protagonizaron en septiembre pasado las Jornadas de Reflexión sobre la vida del comandante Andrés Guacurarí y Artigas. En el encuentro, realizado en la Asociación para el Fomento de la Cultura de Santo Tomé, también participaron el Centro Cultural de San Borja (Brasil), la Junta de Estudios Históricos de Misiones y la organización Flor del Desierto, de Misiones.



La vuelta



En 1995, la organización Flor del Desierto formó la comisión Pro Repatriación de Andresito. “Buscamos una explicación oficial acerca del fin que tuvo cuando desaparece tras ser prisionero de guerra y con un alto rango militar”, indica Juan Manuel Sureda, presidente de la entidad.

Para Juan Alberto Gómez, “es difícil hallar sus restos y repatriarlos, pero si se encuentran huesos en la zona donde se cree que desapareció, se puede hacer una prueba de ADN para comprobar si es nuestro antepasado”.

Gómez es correntino y vive en la capital provincial, pero nació en Caá Cati (hierba perfumada), donde fue maestro rural, y tiene dos hijos: uno es médico y trabaja en Santa Fe, y el otro es docente en artes marciales y secretario de la Fundación Andresito. Además, su esposa es la presidenta de una organización que brega por la conservación del medio ambiente y reivindica los derechos de los guaraníes asentados en diversos puntos de la provincia de Misiones.

Por su parte, Sureda indica que “los guaraníes que lucharon en la liberación, no volvieron a la selva, se integraron a la sociedad, pero siempre fueron marginados. Pero, antes, el guaraní que poblaba las reducciones misioneras vivía mejor que el gaucho, sabía leer, escribir y trabajaba en artesanía”.



Resentimiento caté



Mientras en el interior del Taragüy (Corrientes, en guaraní), la memoria rescata al “prócer hermano”, en la capital provincial persiste a través de los años el encono contra Andresito. “Él fue clave para mantener a Corrientes dentro del territorio nacional ante la embestida del expansionista imperio portugués sobre el litoral argentino”, explica Sureda, de 56 años. Pero su memoria, dice, “molesta a la clase alta correntina” y hasta la realización de un monumento en homenaje al prócer desató un áspero debate en el Concejo Deliberante de la capital provincial.

Entre los que se oponen a recordarlo en Corrientes, miembros de la Junta de Historia de la Provincia afirman que Guacurarí es responsable de una matanza en Mburucuyá. “Pero cuando Andresito se acercaba a Corrientes, José Francisco Bedoya, quien respondía a los intereses porteños y derrocó al gobernador Bautista Méndez, exigió a un asentamiento de abipones que se encontraba en lo que hoy es Bella Vista que lo apoyaran en la lucha. Los aborígenes se negaron y como respuesta Bedoya mandó asesinar a 30 familias. Sólo tres personas quedaron vivas”, señala Gómez, avalado en el relato del historiador misionero Jorge Francisco Machón.

“El sistema de Artigas fue el único y verdadero numen de la democracia, del derecho de los pueblos a elegir a sus gobernantes. Y en esta causa perecieron muchos combatientes y también sus familias fueron masacradas por los ejércitos de la corona portuguesa entre 1812 y 1820. Esta fue nuestra guerra de la independencia, omitida en la historiografía oficial mitrista aceptada y repetida hasta el cansancio por quienes la sucedieron”, remarca Sureda. Será cuestión de ir en busca de esa otra historia silenciada.
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