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 domingo, 12 de agosto de 2007  
Hay películas truchas en más de la mitad de los videoclubes
La baja rentabilidad de los negocios conduce hacia el camino de la ilegalidad

Andrés Abramowski / La Capital

La actividad de los videoclubes de la ciudad se redujo hasta un 40 % en comparación con el año pasado a la par del avance de la piratería. Los comerciantes del sector resaltan dos consecuencias de esta situación: muchos negocios se rinden ante el peso de lo trucho y lo incorporan a su actividad, y otros directamente cierran. Así, si bien no existen cifras exactas al respecto, se estima que en Rosario hay entre 150 y 200 videos de los cuales apenas un tercio resiste sin sacar un pie del marco legal.

   Sin embargo, algunos no adjudican sólo a la piratería la retracción de esta actividad que supo tener sus días más gloriosos a principios de los 90 y un gran repunte un par de años atrás con la aparición del DVD. Es que —como pasa en otros rubros— la piratería es al mismo tiempo consecuencia de la escasa rentabilidad de las películas a raíz de su alto costo.



Ofertas. La Unión Argentina de Videoeditores (UAV) estima que entre el 70 y el 80 % de los DVD que se vende o alquila es trucho, lo que equivale a un movimiento anual ilícito de unos 350 millones de pesos; lo mismo que el mercado legal. Esto implica una vasta red para copiar, distribuir y vender. Sin embargo, la piratería no aparece como un delito mientras su oferta se presenta a la vista de todos.

   “En los barrios la piratería se ve más en los videoclubes, mientras que en el centro las películas truchas están en los quioscos. Pero también hay vendedores ambulantes que entran en empresas y en oficinas públicas”, describió el titular de la Cámara de Videoclubes de Rosario, Alejandro Botbol (del video Alternativa), para quien el panorama “deja en claro que si este delito no se combate es porque falta decisión política”, graficó.

   La piratería es un fenómeno muy complejo, que entremezcla el consumo de productos en serie con la intangibilidad de la propiedad intelectual y donde los límites entre lo público y lo privado no siempre son los mismos. Esto le imprime características muy específicas a la hora de tratarla como un delito (ver página 4). Siempre existió, pero el desarrollo tecnológico produjo sin dudas un gran quiebre al poner al alcance de la mano la posibilidad de piratear en casa. Esto tiene, si se atiende a los fines, a grandes rasgos dos efectos: para muchos no es más que una novedosa práctica cultural, mientras para otros es un formidable negocio ilícito.

   Ambas modalidades perjudican a los videoclubes, pero eso no les impide distinguirlas: si bien hay cada vez menos clientes de entre 16 y 24 años, coinciden los comerciantes, la piratería que los afecta es la industrial. Esta también tiene a su vez dos modalidades: una que opera sobre la novedad, adelantándose a la edición de los filmes en DVD y aprovechando la impaciente voracidad —sobre todo del público infantil— por ver la película antes que en el cine. La otra forma es copiar videos editados y venderlos a un 10% del precio original. En ambos casos las ganancias son muy jugosas.

   “La venta trucha nos saca clientes. Cuando salgan en DVD Los Simpson y Transformers muchos ya las van a haber visto”, resumió Cristian Pastormerlo, de Casapueblo. “Pero con el tiempo todos se dan cuenta de que, por más que salgan tres pesos, esas películas no se pueden ver”.

   “La actividad viene bajando por la piratería. En julio, uno de los meses más fuertes, se redujo casi un 20 %”, describió Marcela Alvado, dueña de Video 4, en Córdoba al 4700, e indicó que en los barrios “la competencia desleal no es tanto con los quioscos o puestos ambulantes sino con los propios videoclubes”.



Números. Un videoclub mediano compra una película de estreno a un precio promedio de 80 pesos por copia. Para recuperar ese dinero, deberá alquilar cada disco unas 15 veces a 6 pesos y rogar que no se arruine. Así, 10 copias de la película del mes pueden costar entre 600 y 800 pesos que requerirán como mínimo dos semanas para recuperarse siempre y cuando algo de más de 100 personas hayan pagado por alquilarlas. Este cálculo no contempla gastos de funcionamiento como sueldos e impuestos, ni los días en los que baja la actividad y los precios.

   Botbol admitió que la falta de rentabilidad del negocio lleva a muchos comerciantes a pasarse al lado trucho. “Un videoclub paga hasta 100 pesos un video original y uno pirata puede salir 10 pesos. Hay gente que no quiere caer en la ilegalidad y cierra. En muchos barrios hay negocios grises, que compran uno o dos originales y hacen copias”, señaló el dirigente, y añadió que desde la cámara “se enfrentan los aumentos de precios; eso también fomenta la piratería”.

   Sin embargo, el diagnóstico de la UAV no coincide con esa opinión. “Están equivocados, la piratería existe porque alguien se quiere hacer de algo más barato. Las productoras tienen margen de minoristas y el que piratea evade regalías, impuestos, gastos del local, sueldos. Se agarra gratis del aparato de marketing de la productora y se suma al costo de producción, y además, no asume gastos que tienen un local o empresa”, expresaron fuentes de la entidad.



No sólo números. Pero la baja rentabilidad no es justificación suficiente para que todos se pasen al mercado trucho. “Yo apuesto a la legalidad en todo, tengo todo blanqueado, para mí no hay delitos mayores o menores. Tengo seis empleados y pasé momentos difíciles, pero si hay algo que me permitió seguir tanto tiempo es la calidad del material que ofrezco”, resumió Alvado.

   “Creemos que esto se revierte con campañas culturales y diferenciando nuestros servicios de la piratería”, resumió Botbol la estrategia de la cámara que, en sintonía con las entidades a nivel nacional, apuesta a crear conciencia entre los consumidores apelando al valor agregado de —más allá de los gustos— los disquitos: transmisión cultural.

   “Esto no se puede medir sólo por los números. Es lo que hice siempre”, dijo Pastormerlo recorriendo con la mirada los estantes de su local, tratando de explicar que el videoclub es para él más que un negocio que le da de comer. Y ahí es donde parece que la truchada no tiene lugar.


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En los barrios, “la competencia desleal no es tanto con los quioscos o puestos ambulantes.

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