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 domingo, 12 de agosto de 2007  
Una película con material adicional

Andrés Abramowski / La Capital

Es viejísima, pero no se puede negar que esta remake de la película sobre la piratería viene con un interesante material adicional. El menú contiene desde cuestiones vinculadas con la industria del espectáculo en un mundo globalizado en función de la desigualdad hasta la redefinición del consumo en la era digital.

Sin embargo, las campañas contra la piratería aún apelan a paradigmas éticos y legales que pierden legitimidad mientras las personas pasan de ser ciudadanos que se relacionan en una sociedad civil a consumidores que lo hacen en un mercado donde imperan otras leyes, otra lógica.

Por eso, analizar la piratería de videos sobre la base de la ética y la ley, sin enfocar en el mercado que le permite subsistir, es mirar la mitad de la

película. El consumo de “productos culturales” implica formas de apropiación distintas y, por ende, diferentes maneras de relacionarse entre las

personas. Sin embargo, el mercado mete en la misma bolsa a los tomates y a las canciones en su afán de transformarlos en necesidades a satisfacer apelando al bolsillo.

Primer combo de debates: ¿Es lo mismo Shrek 3 que una cupé Megane? ¿Se puede equiparar el delito de robar un auto al de mirar una película que no está legalizada por un holograma? ¿Cuál es el límite de lo público y lo privado en una telesociedad?

Otro debate que el mercado se come, voraz como niño que quiere ver Los Simpsons 60 veces por día, es el de la protección de la propiedad intelectual de las obras de arte, precisamente una de las leyes que esgrime contra la truchada. Pero si Víctor Heredia jamás iría a reclamar sus derechos de “Todavía cantamos” a la hinchada de Morón, ¿cuál es la legitimidad de una empresa discográfica para hacerlo? Por eso el debate más importante que esconde la piratería es el de la doble moral. ¿Se trata sólo de una mala acción de quienes se hacen millonarios a costa de la industria cultural o es también producto de las relaciones sociales en un mercado que fomenta la facturación antes que la calidad, y los números por sobre las ideas? ¿Por qué hay multinacionales que, mientras aseguran combatir la piratería, desarrollan la tecnología que la fomenta? ¿Y por qué no son piratas aquellas compañías que revientan una montaña para llevarse el oro y no dejar más que contaminación?

Estas ideas no pretenden avalar a los delincuentes que manejan 350 millones de pesos anuales con videos truchos. Al contrario: la piratería no es un problema exclusivo de las distribuidoras, sino un reflejo de las relaciones de este mundo.


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