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 domingo, 22 de julio de 2007  
Alemania
La fascinante Berlín

Daniel Molini

La mayoría de las referencias que se leen sobre Berlín, cualquiera sea el medio que las publique, provocan una especie de reflejo condicionado: las ganas de visitarla. La capital alemana se ha convertido, en la última década, en una ciudad fascinante donde convergen proyectos grandiosos y arquitectura firmada por artistas de todo el mundo. Si a las ganas por conocer se le añade la compañía y asesoramiento de nativos competentes, el placer se multiplica de forma exponencial.Afortunadamente, con respecto a lo segundo, el turista inquieto encuentra una oferta impresionante de expertos organizados, capaces de guiar a los visitantes por todos los secretos de la metrópoli, a cambio de tarifas asumibles.

Circuitos de cuatro, ocho horas, contratos de un día, dos o tres, andando o en autobús, a través de calles y siglos recorriendo hitos de paz y guerra. La necesidad de describirlos, aunque sea sucintamente, se impone en un artículo que pretenda ponderar un destino. En el caso de Berlín la exposición debería comenzar por la Puerta de Brandenburgo, principio y fin de todos los caminos. Representa el único bastión superviviente de una antigua muralla que cercó a la ciudad hasta finales del siglo XIX, construida —según tesis de los historiadores— no tanto para evitar entradas furtivas de invasores, sino para prevenir “huidas” de tropas defensoras.

La superficie está adornada con relieves que a pesar de rendir homenaje a esa misma paz fueron testigos de mil violencias, desde Napoleón hasta los nazis, demostrando que la inspiración del arte, desgraciadamente, suele ser superada por la ambición. Al lado existe un lugar de recogimiento donde la gente se instala, si así lo quiere, para reflexionar en silencio. Esta tranquilidad se contrapone, a pocos metros, con el ir y venir de visitantes con afán de trascender la celebridad con una foto.

De un lado de la puerta se ven embajadas en obras, edificios restaurados que amalgaman paredes centenarias con vigas de aceros y cristales enormes; del otro una calle emblemática: la Unter den Linden o avenida de los Tilos.



Museo de historia

A su vera se alzan muchos edificios singulares, como el Museo de Historia Alemana, instalado en un precioso edificio barroco construido en la época de Federico I y adornado con relieves que representan los desastres que ocasionan las batallas. La parte más antigua de este palacio posee un anexo diseñado por Li Pei, el mismo que firmara el proyecto de la pirámide de cristal que da acceso al Louvre de Paris.

La mayoría de los textos sobre la capital de Alemania mencionan a una ciudad con un pasado muy intenso, que alterna grandeza con destrucción, genios con vándalos, propiciando en su andadura múltiples resurgimientos, abordados en distintas épocas con diferentes estilos.

odo eso se reparte en una urbe que alguna vez presumió de ser la mayor del mundo y que cuenta con una oferta que quita el aliento: museos (más de 100), teatros (más de 50), universidades (18), óperas (3) y dos jardines zoológicos. Saltan a la vista la multiplicación de recursos y los esfuerzos necesarios para mantenerlos, pero en la posguerra inmediata, cuando la necedad y los muros gobernaban, el este y el oeste competían para sentirse grandes y mejores. Ante tanto despliegue no es raro que la ciudad reciba millones de turistas, que aunque parezca una exageración convergen en el Reichstag, sede del Parlamento de la República Federal de Alemania.Tras los bombardeos de la Segunda Guerra quedó en situación precaria, siendo finalmente rehabilitado en 1999. La cúpula que corona el conjunto, obra del arquitecto Norman Foster, se ha convertido en un sitio de referencia, de visita obligada.



Antigua Berlín

Las autoridades comunistas, cuando mandaban sobre Berlín oriental, quisieron representar el poderío de su régimen con un monumento que pudiese ser visto desde lejos, olvidando que el oeste estaba a un paso, al otro lado del muro. Grandes avenidas, espacios abiertos, y una plaza enorme, la de Alexander, parecía ser el sitio ideal para plantar una torre de 368 metros, elegante y estilizada, perfecta para emitir televisión y salir bien en las fotos.

Desde su mirador, instalado en una especie de rotonda a la que se accede en ascensor, se puede disfrutar de una perspectiva única de la ciudad, y desentrañar los “juegos publicitarios” que mantenían ocupados a los contendientes durante la guerra fría, construyendo moles de un lado y del otro, con el objeto de provocar admiración o envidia, como si la bondad de los sistemas residiese en las imágenes.

Cada vez son menores las diferencias provocadas por 29 años de separación, y, afortunadamente, del Muro solo queda una pequeña muestra, suficiente como para recordar la infamia que representó.

El antiguo Berlín oriental conserva la avenida de Carlos Marx, de casi 100 metros de ancho, sus bloques de viviendas de “estilo moscovita” y los restos de un entramado industrial, en forma de depósitos y almacenes rehabilitados para albergar actividades culturales. No muy lejos de allí aguardan al visitante otros hitos imprescindibles, como la Iglesia de la Memoria, la Isla de los Museos, la Postdamer Platz, el Museo Judío o el Memorial del Holocausto.

Una de las referencias más emblemáticas es la iglesia de la Memoria. El templo original, dedicado a Guillermo I, fue destruido durante la Segunda Guerra. Sus cúpulas bombardeadas terminaron como escombros, permaneciendo de la estructura original sólo una torre amputada. Gracias a un arquitecto, Egon Eiermann, y a quienes secundaron su proyecto, se inició la construcción de una nueva iglesia en lugar de rehabilitar la antigua. A tal efecto se erigió una estructura de planta hexagonal, de 53 metros de altura, con un acabado externo que no persigue la ostentación. Ambos templos, nuevo y antiguo, se visitan conjuntamente, con el objeto de recordar no solamente los desastres de la violencia, sino el esplendor —frisos y mosaicos— que existía en tiempos del imperio alemán y de su primer Káiser de la familia Hohenzollern.



Calle Ku Damm

A corta distancia de donde se evoca este pasado se abre una de las calles más nombradas de toda Alemania, la Kurfürstendamm, conocida por el apócope de Ku Damm.Inspirada en los bulevares parisinos ofrece canteros centrales con flores y esculturas.

La historia, hecha a golpes de períodos que entreveran logros con angustias, fue muy exigente con la Postdamer Platz. Antes de la guerra era el centro de comunicaciones de Berlín, el punto donde convergían las vías más importantes. Tras la contienda, convertida en tierra de nadie, quedó “emparedada” entre muros principales y accesorios. Fue después de la reunificación, coincidiendo con la llegada de poderosos intereses y capitales, cuando renació. Arquitectos con muchos títulos concretaron sus proyectos dando forma a emprendimientos atrevidos, como la sede central europea de la casa Sony, o una estructura de cristal y acero donde reside la compañía de trenes DB.

En Berlín, donde casi todo se permite, debería estar prohibido no visitar la Isla de los Museos, integrada en el catálogo de Patrimonio Cultural de la Unesco. El Altes Museum (Museo Viejo), construido a finales del siglo XIX, fue el primero que se instaló gracias a un arquitecto reverenciado: Karl Friedrich Schinkel, capaz de proponer, diseñar, construir, dirigir y ejecutar obras de grandísima trascendencia.

El prestigio de Prusia, sus campañas por el mundo y los tesoros “adquiridos”, pronto necesitaron nuevos espacios para ser expuestos. De tal forma nació el Neues Museum (Museo Nuevo), obra de Friedrich Stüler destinado al arte egipcio. A partir de ese momento se sucedieron la Galería Nacional, dedicada a la pintura y escultura alemana y el Bode Museum, donde se alojan colecciones variadas.

El Holocausto, un capítulo importante del dolor, no se hurta al visitante. Dos referencias son casi obligadas: el museo Judío, obra del arquitecto Daniel Libeskind y famosísimo incluso antes de ser inaugurado y el Memorial del Holocausto, un bosque de prismas y cubos de cemento, de distintas alturas y volúmenes, que trazan cientos de senderos con pequeños desniveles, que son recorridos en silencio, quizás con la secreta esperanza de evitar despertar al desasosiego que parece habitar el espacio diseñado por Peter Eisenman.
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Cómodos y típicos autobuses permiten al turista recorer la ciudad.

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