|
domingo,
22 de
julio de
2007 |
[Investigación]
Roa Bastos, nuestro profesor
El gran escritor paraguayo dictó clases en Rosario en 1964. La universidad de la última dictadura no lo reconoció
Nora Esperanza Bouvet
En diciembre de 1963, a propuesta del Colegio de Graduados (presidido por Clara Passafari de Gutiérrez), siendo Decano Adolfo Prieto, el Consejo Directivo de la por entonces Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias del Hombre de la Universidad del Litoral designa a Augusto Roa Bastos profesor encargado del dictado del curso “Narrativa hispanoamericana del siglo XX. Tendencias actuales”, como parte del plan de perfeccionamiento para graduados a desarrollarse durante el curso lectivo del año siguiente. Una vez iniciado, el curso fue abierto para alumnos regulares, en calidad de Seminario Final de la Carrera de Letras; Roa Bastos lo dicta hasta fines de diciembre y el Consejo Directivo le encomienda que se haga cargo del dictado también durante el primer semestre de 1965, pero Roa Bastos renuncia. Por entonces Adolfo Prieto estaba alejado del decanato.
Cuando, en 1979, Roa Bastos inicia sus trámites de jubilación y solicita la correspondiente certificación de servicios prestados a la Facultad, ésta se la niega “por cuanto la prestación de servicios no fue efectuada”. No se le reconoce lo trabajado en 1964 aduciendo que no hubo un contrato formal, a pesar de que diversas instancias administrativas fijan la retribución de dicha tarea y los aportes correspondientes. Se le acepta la renuncia como profesor contratado por la Facultad con el fundamento de que no se hizo contrato, lo que constituye una contradicción de sentido, incluso una irracionalidad jurídica. Se le rescinde el contrato cuya existencia había sido negada con lo cual, paradójicamente, se vuelve a afirmar que nunca existió el vínculo con la Universidad. No obstante, los archivos de la hoy Facultad de Humanidades y Artes de la UNR conservan los documentos que he citado y los expedientes de los alumnos que cursamos el Seminario Final que Roa Bastos dictó en 1964, pruebas de las no confesadas razones políticas que trasuntan estas graves incongruencias administrativas.
Algunos de aquellos alumnos conservan los programas y apuntes de clases de los cursos coordinados por Adolfo Prieto, de los que participaron también David Viñas, Angel Rama, Noé Jitrik, Ernesto Sábato y Juan José Saer, entre otros. En ese ámbito se discutió “la línea del reflejo”, “copia de una determinada realidad social” que no puede explicar el arte de vanguardia. Roa Bastos analizó la “transformación del concepto de realismo” desde las viejas formas (costumbrista, regionalista, social, urbano), trazó el “panorama actual de la vertiente realista” (psicológica, mágica, crítica, cosmopolita), criticó el “realismo mágico”, tendencia que predominaba en el campo literario, y planteó su concepción del “realismo profundo”, no sólo “reflejo” o descripción exterior de nuestra realidad.
Entendía que “las distintas etapas del desarrollo de la literatura son pasos de profundización en la realidad a través de modos de aprehensión: desde un costumbrismo ingenuo, primario, como descripción epidérmica de la realidad hasta un sentido más profundo, más rico y complejo”. Distinguía el realismo tradicional, que “ordena la realidad” , del “actual”, que la aprehende en su total despliegue, no hace selección”, porque “no estamos nunca en presencia de la realidad tal cual es, sino en sus elementos significativos dados desde el punto de vista del narrador, del individuo” que, dice Roa Bastos, “a través de una praxis de tipo político va modificando la literatura”.
Su palabra de creador en el ámbito académico, menos didáctica pero luminosamente cercana a lo literario, logró despertar nuestro interés por la novela de la tierra y los yerbales paraguayos. A las alumnas nos seducía su voz suave, su humildad y timidez y esa costumbre suya de rumiar las palabras hasta dar con las precisas, pero por los pasillos de la Facultad se rumoreaba que el paraguayo seducía también de otra manera.
Por entonces había delineado su concepción realista en el prólogo al segundo libro de relatos de Daniel Moyano (1964) valorando a jóvenes escritores del interior que “sin formar grupos ni escuelas, han coincidido en la preocupación común de superar las limitaciones del regionalismo, en sus formas más epidérmicas y tópicas” y han sabido captar “eso que, siendo reflejo de lo real, sólo un ojo límpido, educado en la visión interior, puede percibir”. Reconocido internacionalmente, a fines de septiembre de 1964 fue invitado al Coloquio de Escritores que realizó el Instituto Iberoamericano de Berlín (para asistir interrumpe el dictado del Seminario), donde, según el testimonio de Ciro Alegría, con excepción de Borges, todos los latinoamericanos aceptaron sus vínculos con los problemas políticos y sociales y su compromiso no sólo con las letras “sino también, a veces, con acción directa en luchas específicas”. Roa Bastos y varios más expusieron un criterio distinto al de Borges, que “sostuvo el predominio de lo estético en la producción del escritor, habló de las obras literarias como resultado de los sueños y separó a la política” y después, resumiendo sus impresiones sobre el coloquio, declaró: “Hemos oído hablar de muchas cosas; acaso, alguna vez, de literatura”.
Esta atmósfera de efervescencia teórica, política y literaria de los años 60 ha dejado su huella profunda en la producción de Roa Bastos. Los cambios que sufre su escritura muestran cuán permeable fue al ámbito de convivencia intelectual argentina. Rompió con los modos tradicionales de representación, produjo quiebres conceptuales y estéticos, pero para garantizar la permanencia de lo referido en su literatura, el Paraguay y sus historias de independencia y de resistencia frente al poder con sus héroes anónimos y oficiales. Desechó la narrativa de denuncia a la que había adherido en sus primeros cuentos y novelas para procurar registrar con fidelidad la lengua y la cultura paraguayas y convertirse en portavoz de sectores sociales, étnicos y culturales supuestamente desprovistos de voz, haciendo del oficio de escritor una misión que obedecía a un “mandato ético” que como paraguayo debía cumplir y condicionaba el “mandato estético”. Y generó una escritura que pide ser oída, mediante un laborioso trabajo sobre el lenguaje que trasunta su percepción filosófica de la vida y su vena poética, resonancia de su vivencia interior de la lengua y la cultura de su infancia y juventud en el Paraguay.
Su vasta erudición, su coherencia ideológica, su honestidad intelectual y el compromiso político que mantuvo siempre con la escritura han sabido encontrar modos genuinos para expresar la cultura mestiza; así nació diez años después “Yo el Supremo”, su obra por excelencia.
Nora E. Bouvet es investigadora del CIUNR y docente de la Facultad de Humanidades.
enviar nota por e-mail
|
|
|