Año CXXXVII Nº 49541
La Ciudad
Política
Información Gral
El Mundo
Opinión
La Región
Policiales
Cartas de lectores



suplementos
Ovación
Turismo
Mujer
Economía
Escenario
Señales


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 15/07
Mujer 15/07
Economía 15/07
Señales 15/07
Educación 14/07
Estilo 07/07
Salud 27/06
Página Solidaria 27/06

contacto
servicios
Institucional

 domingo, 22 de julio de 2007  
[Arte]
Ensueños ideológicos

Homs

En “Fantasía de Colores II. Elogio del ojo” es poco probable que se repita la célebre historia de Zeuxis y Parrasio, dos pintores que con su soberbia destreza en el trazo lograban engañar al ojo de los hombres y las bestias. La muestra ocupa dos pisos del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario y en ninguno de ellos nadie podría confundir nada. Se trata sólo de cuadros y telas que le transfieren un poco de liviandad a la pesadez propia que destilan los silos, a fin de cuentas eso es lo que este edificio en primera instancia fue.

Los resplandecientes racimos con sus tentadores frutos, las ondulaciones poéticas, las ensoñaciones de aves canoras en el jardín de las paredes del Salón Champagne jamás despertarían el instinto de pájaro alguno. En la sala de abajo, en el Salón Lavanda, las trazas constantes de un modelo patrón que en la variación transcurre más que en la estabilidad no siembran ni un pálido atisbo de duda.

El efecto de extrañamiento opera desde que la puesta empieza a divisarse.

Llegando por ascensor a la planta tres un cuadro cinético de un coche en plena marcha recibe al potencial espectador. Pared que sostiene y cuadro sostenido, todo celebración al artificio. Al deleite del pintar por placer, y dado que la ocasión así lo amerita, detenerse un rato a contemplar cómo el gen del buen ver con elegancia se filtra por el todo.

En uno de los textos del catálogo que acompaña al evento Xil Buffone menciona a esa época en que los museos no dejaban afuera al oficio.

Antes que nada se debe aclarar que “Fantasía de Colores” es la feliz conjunción de dos virtuosos del oficio. Y la eficacia de sus muñecas puede verse en Loxon, óleo y acrílico. Pero eso sí, siempre y por sobre todo se apreciará el arte de ambos a través del pincel.

Por necesidades de fe, de bolsillo, o de ambas o ninguna a la vez, Aurelio García y Hernán Molina pintaron iglesias, edificios adorados por los dos.

García es básicamente pintor de caballete, lo que no le impide ser docente de grabado, compaginador de delicadísimos libros y diseñador gráfico.

Molina, discípulo de Tiépolo y El Giotto y del ámbar líquido de Claude de Lorraine, es básicamente pintor que con su trazo ha llenado las más variadas superficies. Desde diminutas acuarelas plenas de lirios encendidos hasta enormes paños para escenografías harto complicadas, hacedor de trompe l”oeils, decorador de bóvedas fúnebres en el cementerio de la Recoleta. Todos los telones que cubren las paredes de la muestra han sido pintados en su Escuela del Taller Palacio México de Buenos Aires a partir de un concepto preestablecido. Profesor y alumnos, en el aleatorio orden que implica la coordinación de horarios para ocho personas, improvisaban dándole al todo un dejo de diferencia donde debería imperar la rectitud y la simetría. Así se hicieron estos voluptuosos lienzos para los cuadros narrativos colgados adelante.

Cuadros en los que el símbolo cero es cuestionado con elegancia al arrullo de orlas preciosistas. La música de fondo, mezcla de melodía de calesita con el Pet Sounds de los Beach Boys, mana de las tramas ópticas e imperceptiblemente uno se involucra con la parodia. Doré, Mondrian y Serón. Historia sin tiempo sobre la tinta de los afiches. Pintura propagandística que anhela levar a la masa. Una comedia de enredos permanentes con una puesta adecuada al dislate. En diversos recintos del palacio, ambientados por los artistas de la corte con un poco de horror vacui algo decó, se desarrolla la trama. El copyright de la Disney sobre la cara del Che es atacado a balazos por el Che sostenido sobre sus dos piernas. Lenin acosa a la Pantera Rosa. La monarquía cae, o se muda de reino, y los mingitorios, mascotas reales adoradas por las artes del último siglo, son ahora meros segundones en el reparto de papeles estelares. Velásquez, un hombre que emerge desde el centro de la nada con su divina cabellera a colores, es el nuevo rector. Un cuadrado negro, reverenciado por dos niños calcados del Misalito Regina español de los años 50, no da la pauta de nada.

Una sutileza cromática barrocamente simple o lacónicamente complicada reverbera siempre por cada rincón. En el aura del héroe, en la trama del traje del pintor pop convidado a la última cena. Donde se mire hay guardas refractarias de una realidad otra en la que deberíamos transcurrir más tiempo.

Un delicado placer al alcance de nuestros maltratados ojos. Una gran muestra.

Hasta el 5 de agosto en el Macro, Oroño y el río.


enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo


Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto
La última cena. O una nueva versión de un motivo clásico a través de historia de la pintura.


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados