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 domingo, 22 de julio de 2007  
Una noche de diversión que derivó en la incomprensible muerte de un joven

Eduardo Caniglia / La Capital

La figura esmirriada de Fernando Martín Andreozzi caminando por el comedor de su casa de Villa Gobernador Gálvez reaparece en los recuerdos de su madre y sus tres hermanos, que el miércoles pasado sepultaron sus restos y no encuentran consuelo por su absurda muerte. No pueden aceptar que un certero puñete en la cara haya terminado con la vida del muchacho y afirman que Martín no provocó el incidente que ocurrió la madrugada del domingo, en un club de Carcarañá. También aseguran que, por la enfermedad congénita que padecía, no podía sostener una gresca con nadie. Desmintieron así la versión policial del suceso, que atribuyó el crimen a una pelea.

   Fernando tenía 28 años y trabajaba desde hacía dos como empleado de mantenimiento en la empresa multinacional Unilever, en Villa Gobernador Gálvez. Desde la muerte de su padre, en julio del 2005, era el sostén de su casa en la que vivía con su madre, Ana María Arine, y su hermana Silvina Luz, de 23 años.

   El sábado 14 de julio decidió cambiar sus reposados hábitos nocturnos y aceptó la sugerencia de su primo, Gustavo Carlos Escobar, de 22 años, para ir a bailar a una confitería de Carcarañá: “Me dijeron que ese boliche está bueno”, le dijo.

   El muchacho se subió al Renault Clío rojo que había comprado con mucho esfuerzo y viajó hasta Fray Luis Beltrán. Allí lo esperaba su primo. A la 1.30 salieron desde esa ciudad en dirección al club Cremería de Carcarañá, donde funciona un boliche. Pero antes estuvieron en la discoteca El Culto, en el centro de esa ciudad. Tomaron unos “fernet” y se fueron. “Vamos al otro boliche porque acá las pibas son muy chicas para nosotros”, le sugirió Fernando a su primo.



Fin del ritual. Ya eran las 4.20 del domingo cuando los dos muchachos entraron al club Cremería. El local estaba repleto de gente. Fernando y Gustavo repitieron el ritual. Fueron a la barra y pidieron una jarra de fernet. Escrutaron de un vistazo la pista de baile y, un rato después, Fernando distinguió a una chica rubia. Se acercó y la invitó a bailar.

   La chica no aceptó el convite y el se alejó. Caminó unos pasos hasta que un empujón lo hizo trastabillar. El que le había propinado el empellón, según contó Gustavo, era el novio de la joven, un muchacho de contextura robusta.

   Entonces, contó el joven, fue vano el intento de la muchacha de explicarle a su pareja que el joven fallecido no la había molestado. Otro empujón desequilibró a Fernando y entonces su primo intervino para defenderlo. “Lo empujé para que no le pegara, pero me dieron una patada en una pierna desde atrás”, recordó Gustavo.

   Tambaleante, Gustavo divisó cómo una tremenda trompada propinada por su atacante partía la cara de Fernando. El muchacho se desplomó y golpeó la cabeza contra el suelo. Su visión estaba nublada y no podía pronunciar una palabra. Le brotaba sangre de la nariz y de la boca. Estaba inmóvil y sólo articulaba los dedos de una mano. Desesperado, Gustavo salió a la calle para pedir ayuda, pero ya no estaba el patrullero que había visto cuando llegaron al baile.

   Sin embargo, un rato después, una ambulancia llevó al joven golpeado a un hospital de Carcarañá. En el trayecto su estado empeoraba. Los vómitos eran incesantes. Cuando llegó al centro asistencial los médicos le brindaron los primeros auxilios y luego lo derivaron al hospital Centenario. A las 5 sonó el teléfono celular de Ana María. Quien llamaba era Gustavo. “Fernando estaba bailando y se cayó de una tarima”, le dijo el muchacho a la mujer para no inquietarla.



Agonía. Dos horas después, Fernando quedó internado en la sala de terapia intensiva. Desde afuera, la madre y sus hermanos escuchaban sus gemidos cuando le colocaban una sonda. Poco después, los médicos les dijeron a los familiares que el cuadro era casi irreversible. “Tiene coágulos en el cerebro y el cráneo. Vamos a intentar operarlo”, anunció uno de los profesionales con escepticismo. Fernando perdió mucha sangre y, a raíz de que padecía la enfermedad de Gaucher (ver aparte), se quedó sin plaquetas (fragmentos celulares que están en la sangre).

   Dos días después, a las 19.30 del martes, Fernando murió. Su hermana Silvina aún recuerda sus ojos entreabiertos y su mirada extraviada cuando lo vio por última vez con vida en el hospital. Mientras, a unos 70 kilómetros de la casa de la chica, en una celda de la comisaría de Carcarañá, el acusado del homicidio esperaba que la Justicia se pronuncie sobre el caso.

   El joven, Mariano Roberto T., no tiene antecedentes, trabajaba en una gomería de Carcarañá y fue detenido en el mismo club. En un primer momento fue excarcelado porque los investigadores creyeron que las lesiones no eran graves, pero cuando Fernando murió volvieron a apresarlo acusado del homicidio. Tal vez, en su encierro, tampoco él pueda explicarse el trágico desenlace de la agresión en el boliche. l
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