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 domingo, 22 de julio de 2007  
El nuevo huracán Cristina

Por Mauricio Maronna
La sociedad política Kirchner & Kirchner parece sonar como un Stradivarius. Sólo han cambiado algunas partituras pero la canción sigue siendo la misma: coaptación de dirigentes opositores, tolerancia cero a las disidencias, la caja como factor aglutinante y el plus de gozar los beneficios de un abanico de fuerzas que se encuentran en la vereda de enfrente gritándole a la luna, sin la mínima intención de constituirse como barrera que impida el triunfo de Cristina Fernández en primera vuelta.

   Los peronistas que por lo bajo se mostraban refractarios a que la primera dama fuera la sucesora de su esposo, han hecho mutis por el foro, y se sumaron al ascético acto en un teatro de La Plata, pronunciando luego un menú de frases dignas de ser olvidadas. Desde el gobernador Jorge Obeid hasta Daniel Scioli, pasando por el enjambre de intendentes duhaldistas travestidos al kirchnerismo, han repetido mas o menos la misma síntesis del discurso de Cristina, sin dudas mucho mejor oradora que su marido, pero que le imprimió al acto platense un carácter de solemnidad ajeno a la liturgia peronista. El gobernador santafesino no trepidó en decir que se había tratado de una pieza dialéctica first class. Y eso que el santafesino tuvo infinidad de ocasiones de escuchar al mismísimo Juan Domingo Perón. Y ni hablar de los arabescos verbales de Fidel Castro que tanto lo seducen.

   ¿Quién es Cristina? La pregunta se repite como un mantra en la mayoría de la sociedad, que solamente conoce a la senadora por las fotos o algún discurso irascible en el recinto de la Cámara alta. Los medios opositores al gobierno la señalan como una especie de demonio que, con el látigo, disciplinará a gobernadores, diputados, senadores, periodistas y empresarios.

   Desde aquí se plantea una visión diferente de la legisladora, que, lejos de ser un “cuadrazo político”, como exageran los Fernández y Obeid, tiene perfectamente en claro que la Argentina debe estar más cerca de España, Francia y Alemania que de Cuba y Venezuela.

   “¿Vos viste lo que es el Senado? Todos estos tipos con cara de mueble, con olor a viejo...”, le dijo a este periodista tras una extensa entrevista cuando la década del 90 se terminaba. “Ay, dejémonos de hablar de política... Pasemos a otro tema, sí”, aceptó el convite cuando se intentó conocer los gustos musicales de la entonces legisladora que peleaba con uñas y dientes contra el Tratado por los Hielos Continentales. “A mí me pueden Luis Eduardo Aute, Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, qué querés que te diga”, se entusiasmó luego de enojarse con un secretario (el hoy vocero presidencial, Miguel Núñez) que intentaba pasarle una llamada. “Che, estamos hablando de cosas importantes, no nos molesten”, le dijo, mientras guiñaba un ojo a su interlocutor.

La miel y la hiel. Era una mujer de modales encantadores, amable hasta el extremo, que suavizaba la dureza de diputados, senadores y asesores que se paseaban por el Palacio Legislativo con el celular pegado al oído, peinados a la gomina, y con sus clásicos trajes grises. Fue la primera en colocar un gran cartel en la antesala de su despacho con la leyenda “Prohibido fumar” cuando el Congreso era una inmensa voluta de humo. “Y ¡guay! con quien se atreva a prender un cigarrillo”, reafirmó, ante el cronista, que le confesó su adicción al tabaco. “Bueno, querido con vos hago una excepción, me estás haciendo olvidar de que ahora tengo que hablar con (José) Romero Feris... Viste lo que es ese despacho, parece un mausoleo”, se divertía Cristina, antes de contar que su hija Florencia (aún chiquita) estudiaría periodismo.

   Cuando la entrevista terminó, siete asesores, pulcramente vestidos, la aguardaban con sus carpetas para repasar el cuadro de situación. Mientras el cronista se despedía del secretario, la voz de la mujer tronó como un relámpago de tormenta tropical: “Vamos rápido, sin perder tiempo, que en media hora estoy volando a Santa Cruz”. La nota se tituló: “Un huracán con perfume de mujer”. Pocos días después, en uno de los pasillos de América 2, la legisladora y el hoy vocero, se cruzaron con el autor de la misma. “Querido, qué linda nota, ya la puse en mi archivo”, dijo como al pasar, mientras Núñez reforzaba: “Le encantó, y mirá que ésta es brava...”.

   El relato viene a cuento de que no hay “dos Cristina”. Se trata de la misma persona a la que, la alfombra roja y el temor de los alcahuetes, le amplificó el ego. “¡Ay, me costó más llegar desde mi cuarto hasta aquí que ganar las elecciones!”, se presentó ante los periodistas el mismo domingo de 2005 en el que le dio una tunda formidable al duhaldismo en provincia de Buenos Aires, sin haber clavado jamás los tacos aguja en el conurbano profundo, distrito geográfico que le garantizó la victoria en ese momento y que hará lo propio el 28 de octubre.

   Desde ese momento no concedió ninguna entrevista, no llamó a conferencia de prensa y cada vez que hizo uso de la palabra en el recinto de sesiones la voz crispada y el dedo acusador se convirtieron en su leit motiv. El oficialismo mediático fue convirtiendo sus fotos en afiche. Y el afiche la transformó en candidata a presidenta. Nada de elecciones internas ni de llamado a un congreso partidario para ungirla. La estupidizada oposición (permítase una corrección: en el país no hay oposición, sólo opositores) comprobó como, por primera vez en la historia, el jefe del Estado digitaba a su sucesora en el ámbito conyugal. Reaccionan tímidamente y con argumentos gelatinosos, con la teoría del hecho consumado.

Casandra y Lilita. “Yo ya lo dije, nada me sorprende, pero ahora me callo”, apuntó el miércoles pasado la voz más lucida de los opositores, Elisa Carrió, una especie de Casandra, personaje de la mitología griega, proverbial para designar a las personas clarividentes, cuyas justas predicciones no encuentran sino incrédulos.

   Pues bien, cuando nada lo hacía prever, el gobierno se vio obligado a apurar la sucesión tras los escándalos en cadena derivados de la bolsa de Felisa, los parientes de Romina y el armamento subfacturado de Nilda, una tríada femenina que le ha provocado más dolores de cabeza al poder central que cualquier opositor con ínfulas de futuro estadista.

   Si Raúl Alfonsín tuvo los pollos de Mazzorín; Menem la servilleta de Carlos Corach y las valijas de Amira Yoma, y Fernando de la Rúa la Banelco de Flamarique, en el inconsciente colectivo quedará pegada como una oblea la bolsa de Miceli, un hecho que si no fuera tan deplorable convocaría a la risa.

   Durante el gobierno de la Alianza, un personaje del extraordinario programa “Todo por dos pesos” se preguntaba “qué pasa con el Frepaso”, mientras hurgaba por los arcones de ATC. Hoy, podría formularse el mismo interrogante con las mujeres que acceden al poder nacional, aunque esa interpretación excede al análisis político y es propio de la sociología.

   Los opositores han sido los mejores aliados del gobierno, en algunos casos como un síntoma del fracaso de la construcción política kirchnerista, que viene de perder seis elecciones sin solución de continuidad, como decían los viejos comentaristas de las transmisiones futbolísticas. El gobierno debió extraer del “placard” (Miguel Bonasso dixit) al centroderechista Daniel Scioli para asegurarse la victoria en provincia de Buenos. Ningún gobierno puede perder una elección presidencial cuando saca el 46% de los votos en un territorio repleto de electores. La Matanza tiene más habitantes (votos) que toda la Patagonia y otras provincias juntas. Por eso, la estructura de intendentes y punteros que abonaron a Eduardo Duhalde ya no es más “una película con guión y dirección de Francis Ford Coppola” (Cristina Fernández dixit). Ahora son “los compañeros justicialistas”.

   Kirchner & Kirchner deberían agradecerle eternamente a Raúl Alfonsín (y a Menem, por supuesto) el Pacto de Olivos, que eliminó el Colegio Electoral haciendo más trascendentes a los barones del conurbano y difuminó el peso de las provincias chicas. Pero más sonoro debería ser el agradecimiento por esa cláusula que el caudillo radical transó ante su sucesor:

   Además del dulce de leche y la birome, Argentina es el único país en el que, para evitar un ballottage, el que gana se puede quedar tranquilo con el 45 por ciento de los votos. Nada de 50% más uno. Duhalde, Alfonsín y Menem lo hicieron. El 28 de octubre, por esa tentación nativa de salirse de los manuales, lo disfrutarán Kirchner & Kirchner.

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