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 domingo, 22 de julio de 2007  
Interiores: fetichismo

Jorge Besso

Nada como el objeto fetiche y las prácticas fetichistas para comprender la condición humana, en tanto condición social. Es justamente en el seno de lo social donde la humanidad construye y realiza su humanidad desde que existe la historia.

Del fetiche y el fetichismo se han ocupado la filosofía, la antropología, el psicoanálisis, la psiquiatría, la sexología y la economía, razón por la cual en ese largo camino se encuentran grandes autores, entre los que sobresalen Sigmund Freud y Carlos Marx. Es revelador cómo aborda el problema la Real Academia de la Lengua con una definición breve y escueta al definir al fetiche como un ídolo u objeto de culto al que se atribuye poderes sobrenaturales, especialmente entre los pueblos primitivos.

Antes de analizar la definición de la Academia conviene recordar que el fetichismo es considerado por la psiquiatría, y también por el psicoanálisis, como una desviación de la sexualidad normal, por lo tanto como una perversión, aunque con argumentaciones diferentes en las dos disciplinas, y con polémicas en uno y otro campo. La cosa es que la desviación esencial que le da el carácter perverso a ciertas formas de la sexualidad es tomar una parte por el todo, o más directamente hacer de una parte un todo. Los ejemplos más frecuentes que se pueden encontrar en la clínica psicopatológica, en los libros y en las crónicas policiales (por lo general masculinos) son sujetos que tienen su erotismo y su sexualidad enfocados en objetos generalmente de uso femenino como zapatos, bombachas, corpiños, medias, o lo que sea. Objetos directamente ligados al cuerpo de la mujer y que pasan a representar y sustituir a dicho cuerpo como fuente de excitación y de consumación de la sexualidad.

Una de las aristas más reveladoras es que la propia sexualidad normal, aun en su forma más clásica, tranquilizadora, occidental y cristiana, con amor y sexo perfectamente aceitados, no está exenta de cierta fetichización en la raíz misma de la excitación y la valorización del otro, es decir del partenaire sexual. O sea que la atracción que alguien despierta con la capacidad más o menos decisiva de perdurar y reaparecer cada vez, no tiene su fuente en una valoración total o integral del otro, sino en la conjunción de ciertos detalles, de algunos en especial o de uno principalmente.

Cada cual tiene grabada en la memoria psicocorporal su listado de favoritos que lo acompañarán a lo largo de la vida con muy pocas posibilidades de variación en el tiempo en cuanto a los rasgos, cualidades positivas o negativas que determinarán el gusto o el asco por el otro: el pelo, los ojos, la piel, la voz, el olor, el gusto, los senos, la presencia, las piernas, el lomo, las nalgas o la palabra. O lo que cada cual transforme en objetalización del otro, en suma como una forma de fetichización o como una condición para que se despierte la pasión desbordante que saca a alguien del sí mismo en el impulso de alcanzar, abarcar y apresar al otro. Todo este impresionante y milenario proceso de la locura amorosa, tan exento de serenidad y de sentido común no tiene una lógica anatómica ni fisiológica. En cambio sí tiene una inmensa cantidad de códigos y de valores individuales y sociales con ciertas diferencias para un sexo y para el otro, y para las diversas formas de sexualidad.

Pero las fetichizaciones individuales en cierto sentido quedan minimizadas si se observa con detenimiento la extensión y la plaga de los fetiches sociales, punto en el cual conviene volver a la definición académica que habla de la fetichización de los ídolos (extendida en todo el planeta) o de los objetos de culto. El problema no es nuevo ni mucho menos. El viejo Marx realizó una profunda investigación y teorización en la primera parte de “El capital”, su obra “capital”, imposible de resumir, pero en donde se analiza el milagro esencial del capitalismo de transformar el dinero en mercancía, es decir en el fetiche por excelencia. A partir de lo cual una relación básica de la economía se invierte de forma tal que el valor no determina el precio, sino que el precio es el que determina el valor. Todo hombre tiene su precio, dice una máxima mafiosa y política (que viene a ser lo mismo), haciendo del precio el fetiche máximo a alcanzar a cualquier precio.

Como un ejemplo entre tantos, se puede leer en estos días que el Banco Alemán en Barcelona realizó un festejo para algo menos de 1.000 personas con una cena en un museo alquilado, y con la música a cargo de los Rolling Stones, quienes habrían cobrado para la ocasión 4.000.000 de euros. La cenita, con todo incluido, la calculan en 18.000 euros per cápita. El que tiene plata hace lo que quiere sentencia el cinismo popular. Quizás. Los que pueden pagar ese precio viajan hacia el desprecio de todos aquellos que no pueden pagarlo en un recorrido que va desde el objeto de culto, al culto del objeto. El fetiche es el que manda. A los que mandan y a los mandados. Ultima noticia: se publica que el nuevo Papa, es el que más dinero recauda para la Iglesia. Cartón lleno.
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