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domingo,
22 de
julio de
2007 |
El drama de padres cuyos hijos mueren en el exterior
Julia Citron / Reuters
Erica Duggan atesora la billetera de lienzo negro de su hijo, hallada junto a su cuerpo al costado de una transitada autopista en Alemania cuatro años atrás. Es una de las últimas conexiones tangibles que tiene con él. Al igual que Kate McCann, quien en las conferencias de prensa estrecha contra sí un gato rosa de juguete de su hija Madeleine de cuatro años, Duggan se aferra a las pocas evidencias de un hijo que perdió en circunstancias misteriosas.
Pero a diferencia de la desaparición de Madeleine, que provocó una masiva campaña de búsqueda respaldada por personalidades como David Beckham, J. K. Rowling y el Papa Benedicto y con más de 2,6 millones de libras en recompensa, la muerte de Jeremiah fue poco investigada.
El estudiante británico, de 22 años, asistía a una conferencia en Wiesbaden, Alemania, y telefoneó a su madre en estado de pánico, diciendo que estaba “en graves problemas” unos 35 minutos antes de que su cuerpo fuera hallado.
Cualquier padre estaría desesperado por averiguar qué ocurrió, pero la odisea empeora por las dificultades de lidiar con un sistema extranjero.
“Somos personas atormentadas”, dijo Duggan desde su hogar en Londres. “Está el terrible sufrimiento por la pérdida, pero además, todo el dolor de estar en otro país porque uno no cuenta con el apoyo que necesita”, añadió.
Para la mayoría, el silencio. A diferencia de la desaparición de Madeleine, que atrajo la cobertura de los medios, el respaldo financiero y el apoyo político internacional, la mayoría de tales casos pasan inadvertidos.
La Oficina Nacional de Personas Desaparecidas del Reino Unido estima que 210.000 casos de desaparecidos son denunciados cada año sólo en Gran Bretaña, de los cuales aproximadamente un 4 por ciento sucede en el exterior.
Según Marsha Gilmer-Tullis, del Centro Nacional de Niños Desaparecidos y Explotados con sede en Estados Unidos, “nadie sabe cuántos niños desaparecen en el extranjero a nivel mundial. Hay muy pocas estadísticas”.
Con obstáculos como el idioma, la burocracia y las altísimas tarifas de los abogados, muchos padres carecen de los medios para evitar que el caso de sus hijos se desvanezca en la oscuridad.
“Incluso con la mejor voluntad del mundo, no veo cómo uno puede comenzar una batalla sin dinero”, dijo el británico Tim Blackman, quien organizó una campaña de alto perfil para encontrar a su hija Lucie, de 21 años, quien desapareció en Japón en el 2000. “Un vuelo a Tokio cuesta alrededor de 1.300 libras (unos 2.700 dólares)”, comentó.
Erica aún lucha para que se investigue la muerte de su hijo, pues la policía alemana la catalogó como un suicidio.
Duggan, una maestra retirada, tuvo que vender su casa para financiar la campaña: “Esos fondos se acabaron. Ahora dependo de donaciones”.
“Tuve que encomendar y traducir informes forenses realizados por expertos independientes. Una traducción certificada por la corte cuesta más de 1.000 libras. Me ha tomado un tiempo reunir el dinero espero que no sea demasiado tarde”, dijo con voz débil y cansada.
Los sentimientos de impotencia de los padres se ven agravados por el laberinto de sistemas legales y estructuras policiales, que complican su búsqueda de información.
Duggan siente que se “han puesto las relaciones diplomáticas de un país por sobre los derechos humanos de un individuo”.
En el pasado, los medios y los políticos presionaron con éxito a las autoridades extranjeras para llevar adelante casos de alto perfil. Los miembros del Parlamento Británico lucieron cintas amarillas para manifestar su apoyo por la campaña por Madeleine McCann.
“En retrospectiva, el rol de la prensa fue vital”, comentó Tim Blackman sobre el caso de su hija.
A siete meses de comenzada la campaña, el cuerpo de Lucie fue hallado en una caverna junto al mar en febrero del 2001.
El 24 de abril del 2007, después de una batalla legal de seis años, Joji Obara fue absuelto de drogar, violar y asesinar a la joven. Su padre apelará el veredicto.
Para él, como para Erica y los McCann, la batalla está lejos de haber terminado. Pero darse por vencidos no es una opción.
“Mi hijo está muerto”, dijo Erica. “Ahora yo debo ser su voz”, agregó. l
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