|
domingo,
27 de
mayo de
2007 |
Para beber: referencias escritas
Gabriela Gasparini
Las etiquetas que identifican los vinos son todo un tema. El diseño evolucionó, los gustos cambiaron y los útiles papelitos se han ido sofisticando. Entre la cantidad de vasijas de vino encontradas en la tumba de Tutankamón que le aseguraban al rey un placentero viaje a hacia la eternidad, 26 tenían inscripciones en hierático con los datos del vino que contenían.Obviamente se había secado cientos de años antes de que Howard Carter hiciera su descubrimiento. En ellas se asentaban el lugar donde se encontraban los viñedos, el estado responsable de la producción, el nombre del viñatero en jefe y dos de ellas llevaban la inscripción: “Muy buena calidad”.
En el siglo XVIII los vinos se vendían generalmente sin ninguna aclaración sobre el contenido de la botella. Las especificaciones quedaban colgando en el sector de la bodega donde habían estado almacenados, en una suerte de etiqueta con forma de percha normalmente hecha en arcilla. En esa misma época el metal reemplazaba al barro, más específicamente la plata que se utilizaba para hacer esas especie de medallas, que cadenita mediante, se colgaban de los decantadores para guiar al encargado de servir las bebidas.
Las etiquetas de papel, como las conocemos actualmente, aparecieron a mediados del siglo XIX cuando se pudo confiar en la goma que las adhería a las botellas. Una centuria después para celebrar el final de la Segunda Guerra Mundial, el barón Philippe de Rothschild inició la tradición de pedir a pintores famosos que engalanen la botella de su vino Chateau Mouton Rothschild con una creación; entre otros aportaron su genio Dalí, Picasso, Warhol, Bacon, y créanlo o no, hasta el príncipe Carlos de Inglaterra participó con una acuarela de su autoría.
Pero leer una etiqueta tiene lo suyo. No aporta los mismos datos un marbete europeo que uno americano, australiano o sudafricano. Hay quienes denominan etiquetas varietales a las que se usan en los países conocidos como del Nuevo Mundo Vitivinícola: Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Chile, y Argentina, entre otros, donde se hace referencia a la variedad de uva utilizada. A las de los vinos europeos las llaman geográficas porque entienden que las DOC (Denominación de Origen Controlada), no sólo implican una zona sino que llevan implícitas las cepas que se utilizan en los vinos, y mencionarlas sería redundante a pesar de que les trae problemas para exportar.
Según las regulaciones de nuestro país es obligatorio que figuren: marca, porcentaje de alcohol, contenido neto, dirección del embotellador (si no se hace en origen) y dirección de la bodega elaboradora. Según la ley 25163 debería figurar la indicación de procedencia (IP) para los vinos de mesa o regionales, indicación geográfica (IG) que sólo se aplicará cuando la calidad o características específicas sean atribuibles a su origen geográfico y DOC si perteneciera a alguna. Esta denominación se utiliza en vinos de una calidad superior. Además debe tener la leyenda: “Beber con moderación” y “Prohibida su venta a menores de 18 años”.
Otros datos que aparecen son el año de la cosecha y la cepa que predomina. Y para terminar de convencer al consumidor en la contraetiqueta se suelen exponer las virtudes que cada bodega le otorga a sus vinos. Por ejemplo: “Este Cabernet Sauvignon de un color rojo profundo, aromas intensos a ciruelas, cerezas y frutos rojos, acompañados por las notas de vainilla obtenidas en las barricas de roble, lo convierten en un vino de un atractivo incomparable, de buena estructura, taninos dulces y final largo, es ideal para acompañar todo tipo de carnes rojas y comidas condimentadas. Se sugiere descorchar una hora antes y servir entre 16º ó 18º C”.
Semejante despliegue puede servir de guía y tener el gancho como para tentarnos. Pero la calidad de un vino sólo se comprueba cuando se toma.
[email protected]
enviar nota por e-mail
|
|
|