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 domingo, 27 de mayo de 2007  
Interiores: la loca de la casa

Jorge Besso

Tradicionalmente se conoce y se califica a la imaginación como la loca de la casa, sobre todo en los ambientes académicos en los que la imaginación no tiene demasiado lugar, ya que las salas y salones principales están reservados para la razón que es la reina de la casa. El prestigio de la razón en Occidente ha impregnado a la imaginación de un manto de sospecha, siempre más cerca de la locura que del sentido común, fundamentalmente porque una de las más antiguas e infundadas definiciones de la locura la encuadraba como una pérdida de la razón.

De ese modo el humano podía ostentar el privilegio de la razón con relación a sus parientes biológicos que quedaban a años luz de nuestro poderoso intelecto, y la imaginación quedaba relegada a los niños, los locos y los artistas, todos muy vinculados entre sí. El dicho pertenece a Santa Teresa de Jesús (siglo XVI) que en su libro “Vida” alertaba sobre los peligros de la imaginación. En cierto modo era una manera de la santa de congraciarse con la Iglesia con la que había tenido sus roces. Se trataba de una Iglesia muy recelosa de la imaginación, que estaba detrás de los mitos y leyendas que circulaban por el continente europeo después del descubrimiento de América.

La evidencia del trabajo de la imaginación en los mitos de otras culturas podía producir una suerte de rebote, y poner al descubierto el carácter mítico de la verdades sagradas de la religión oficial, que utilizando el viejo truco de la alquimia del poder, transformaba un milagro en un dato histórico. La expresión es retomada en el siglo XVIII por Voltaire, cuya acidez literaria apuntaba a la religión y al poder que son la misma cosa.

Ahora, si la imaginación es la loca de la casa, tal vez conviene explicitar cuál es la “casa” de la que estamos hablando. Sin duda que es el sujeto o el individuo, pero para mayor precisión se podría decir que la casa es la cabeza humana ya que al alojar al cerebro se transforma en la residencia natural de la inteligencia. Pero el cerebro, si bien es necesario para un funcionamiento razonable, no es suficiente para explicar los mejores o los peores productos de los humanos. El saber está, (por decirlo de algún modo), desparramado en todo el cuerpo como lo demuestra de un modo excelso el pie izquierdo de Maradona, que alcanzó la categoría de mágico cuando la inmensa mayoría de los pies del planeta han sido, son y serán de madera.

En suma, nuestra venerada cabeza está compuesta o habitada por sus dos habitantes principales: la razón y la imaginación. El problema es porqué cierta tradición las han puesto en las antípodas, desmesurando el prestigio de la razón y al mismo tiempo subestimando el papel de la imaginación, relegándola a su dimensión peligrosa de vecindad con la locura, además de su rol en la creación. Sin embargo lo más curioso es que hace aproximadamente 2500 años Aristóteles tenía una visión muy distinta de la cuestión. En uno de sus últimos libros, “Del alma”, dejó una sentencia más que interesante: “El alma nunca piensa sin imágenes”. Es decir que la “materia” del pensamiento son las imágenes que al mismo tiempo nutren a la imaginación. Tal conjunción entre razón e imaginación es especialmente notoria en el concepto de idea: imagen o representación que del objeto percibido queda en la mente.

Por lo demás, si la vinculación de la imaginación con la locura es como mínimo excesiva, la desvinculación de la razón con la locura es más bien un despropósito. Una de las patologías de la imaginación más clásicas son las alucinaciones, que no están del todo ausentes en cualquier “normalidad”. En un fenómeno tan cotidiano como el fantasear, las fantasías no dejan de ser una suerte de alucinación atenuada. Además, la alucinación normal está en el centro de la célebre definición de los sueños de Freud como una realización alucinatoria de deseos.

Lo que bien se podrían llamar las patologías de la razón nunca dejan de estar a la orden del día tanto a nivel individual como a nivel de las sociedades. Nada más inquietante, y en ocasiones hasta peligroso, que alguien inmerso en la paranoia donde la razón no cesa de razonar. Encadena datos, señales, signos e intuiciones colocando al sujeto en el centro negativo de un universo en donde es perseguido o engañado. Los ejemplos de esta patología de la razón pueden encontrarse en cualquier parte, pero fundamentalmente en los celos y la política. ¿Acaso la humanidad no ha encontrado siempre y ahora las razones para cometer las mayores masacres? Es hora de pensar que las patologías de la razón son bastante más peligrosas que las de la imaginación.

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