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 domingo, 13 de mayo de 2007  
Córdoba: el real camino al cerro

Karina Primo

“Córdoba en Otoño, música en el aire...”. Nada mejor como para comenzar a describir un paseo de fin de semana por esta rica provincia, y más si se trata de su casi desconocido norte, turísticamente hablando. Históricamente es una de las regiones mas interesantes para recorrerla, como lo hacían las “gentes de antes”, por los antiguos caminos que unían Buenos Aires con el Alto Perú, pasando obligatoriamente por una mediterránea Córdoba que desde entonces embruja a más de un viajero.

Desde la capital se puede transitar la ruta 9 Norte, y reconocer tramos del Antiguo Camino Real, llamado así no porque lo recorriera algún rey sino porque la “realidad” era la que lo mandaba a transitar, el camino más usado por la gente, el principal. Conocer parajes que orgullosamente muestran sus referencias históricas, como el caso de Sinsacate, a siete kilómetros de Jesús María, es una propuesta muy atractiva para descubrir el pasado.

Esta era una antigua posta que junto a las que se encontraban a lo largo del camino conformaban un excelente sistema de correos. Eran también pequeñas posadas donde los viajeros del siglo XVIII y XIX descansaban cuerpo y ánimo, cambiaban caballos, se aprovisionaban de alimentos y hasta podían agradecer o pedir por el éxito de las travesías en sus pequeños oratorios y capillas.

Las largas distancias se recorrían en pesadas carretas tiradas por bueyes o ligeras diligencias y por supuesto los tiempos que duraban los viajes eran muy distintos a los de ahora, ya que demandaban varios meses y por esta razón había al menos una posta cada 30 o 40 kilómetros. Algunas eran modestas, otras un poco mas confortables.

Eran atendidas por los “maestros de postas” que debían saber leer y escribir para mantener informada a la gente. Los “postillones” generalmente eran niños que asistían a los viajeros marchando alegremente a la par de los carruajes pasándose así la vida montados a caballo.

En la posta de Sinsacate si permanecemos en silencio y evocamos a la imaginación, se puede escuchar el ruido de los jinetes que llegaban al galope, el casco de los caballos y en una de esas hasta el llanto de los soldados por la muerte de Facundo Quiroga, ya que en la capilla fueron velados sus restos luego de encontrar la muerte en Barranca Yaco, un paraje cercano, en un caluroso febrero de 1835.

Villa del Totoral, Las Peñas, Simbolar, San José de la Dormida, como su nombre lo indica también fueron en sus orígenes postas o tradicionales estancias que en la actualidad merecen ser conocidas porque sus habitantes tienen un gran nivel de conciencia del cuidado hacia el patrimonio cultural que los identifica y con mucho gusto lo muestran ante los turistas que además de viajar quieren aprender y disfrutar.

El canto del viento

“Caminiaga, Santa Elena, El Churqui y Rayo Cortado, no hay pago como mi pago, viva el Cerro Colorado”. En la chacarera de las Piedras se nombran los pueblos que coronan el Antiguo Camino y nos acercan a las 3.000 hectáreas que conforman la Reserva Natural y Cultural Cerro Colorado.

Allí todavía se puede oír “el canto del viento”, como decía Don Atahualpa Yupanqui, se huele a pan casero, los ojos se enamoran de las formas que nos presentan los Cerros Veladero (810 metros sobre el nivel del mar), Inti Huasi (772 m.s.n.m) y Colorado (830 m.s.n.m), justo allí donde se unen tres departamentos, donde los habitantes “primarios” sanavirones y comechingones dejaron en los aleros el testimonio de sus culturas en mas de 30.000 pinturas rupestres que fueron descubiertas por el poeta Leopoldo Lugones.

Desde el centro de interpretación del parque se recorren senderos con pasarelas para descubrir las pictografías. Hay que destacar que los guías en su mayoría son lugareños que han recibido algunas técnicas de manejo de grupo y que es un placer recibir información desde el verdadero protagonista. Nadie como el nativo que conoce y valora su tierra para transmitir al visitante la pasión por el lugar donde nació.

Es un yacimiento arqueológico de suma importancia teniendo en cuenta un hecho trascendental para la humanidad: las pinturas reflejan lo acontecido en la conquista desde el punto de vista de un pueblo originario.
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Peperina y piedras se conjugan en el paisaje serrano.

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