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 domingo, 13 de mayo de 2007  
Una visita clave entre Joaquina y su "tío carnal"

Hugo Chumbita

En el frío y ventoso puerto de Boulogne-sur-Mer, donde alquilaba parte de la propiedad del abogado Gerard, el despatriado tenía la tranquilidad que anhelaba, pero lo afligían molestos achaques. Los desórdenes intestinales le privaban de los placeres de la mesa, y las cataratas le causaban una pérdida progresiva de la vista, impidiéndole dedicarse a la lectura y atender su correspondencia.

Sin embargo, se mantenía al tanto de los asuntos americanos, Mercedes le leía los periódicos y, a través de su yerno, a quien había hecho nombrar en la Legación argentina de París, seguía paso a paso las tratativas para solucionar el conflicto entre el gobierno francés y el de Buenos Aires. Le complacía que la dignidad de su país se mantuviera a salvo, aunque tenía prevenciones por la mano de hierro que aplicaba Rosas. Claro que, a su modo de ver, sólo una dictadura podía evitar la disgregación de la república, pero justamente por eso rehusó el poder que más de una vez le ofrecieron: él no quería ser Rosas.

En 1848, cuando supo que Florencio Varela había sido asesinado en una calle de Montevideo, le angustiaron las acusaciones que atribuían el hecho a los esbirros del Restaurador. Varela, periodista militante ("cabeza sesuda y al mismo tiempo admirablemente práctica", según lo describió Joaquina), lo había visitado tiempo atrás en París. Igual que Sarmiento, quería persuadirlo de la necesidad de derrocar al dictador, pero él no admitía que estos liberales solicitaran la intromisión de las potencias europeas para resolver disputas de partido.

Sin embargo, le repugnaba la idea de que Varela hubiera sido víctima de un crimen político. ¿Tales eran los métodos de Rosas, o era una calumnia de sus enemigos?

Por otra parte, como expuso francamente en cartas a Guido, le chocaba que el régimen rosista adoptara una actitud dogmática en materia religiosa. En el fondo él había sido siempre un volteriano agnóstico y, según la expresión de indudable cuño masónico que estampó en la séptima de las “máximas” para su hija, propiciaba la “indulgencia hacia todas las religiones”.



El caso O'Gorman

Una de las peores muestras de intolerancia del dictador fue la ejecución de Camila O'Gorman.

Las noticias que llegaron en 1848 contenían detalles horripilantes, describiendo cómo el vientre de la fusilada, perforado por las balas, dejaba ver los miembros de su criatura aún con vida. Cuentan que al escuchar esto, el viejo general hundió el rostro entre las manos contraído por una sensación de dolor.

En esos días, Joaquina debió sentirse abrumada por la misma impresión ante la noticia del calvario de Camila. Poco después, seguramente por intermedio de Mariano Balcarce y Guerrico, encontró al fin el momento para visitar a su tío carnal. Por desdicha éste se hallaba muy debilitado, y aquella cita resultó ser una despedida. En el semblante del anciano se cernían ya las sombras de la muerte.

"Cuando en Europa, por primera y última vez vi y conocí al general San Martín, la primera impresión fue dolorosa. Era toda una fortaleza que se deshacía, eran Chacabuco y Maipú que se marchaban a mejor vida, dejando su nombre grabado en el templo de San Lorenzo (provincia de Santa Fe), en la grande victoria alcanzada por su famoso escuadrón de granaderos a caballo".

Joaquina observó su rostro con curiosidad. “El fuego proverbial de sus ojos negros se había apagado por la ceguera. Conservaba todo el pelo, ahora blanco. Su piel surcada de arrugas era de color cobrizo, y tenía el mismo corte de nariz aguileño de Carlos y de don Diego. Y examinándolo bien, encontré todo, todo grande en él, grande su cabeza, grande su nariz, grande su figura, y todo me parecía tan grande en él, cual era grande el nombre que dejaba escrito en una página de oro en el libro de nuestra historia, y ya no vi más en él que una gloria de su patria que se desvanecía para no morir jamás. Este fue el general José de San Martín, natural de Corrientes, su cuna fue el pueblo de Misiones, e hijo natural también del capitán de fragata y general español señor don Diego de Alvear Ponce de León (mi abuelo)”.

Joaquina firmó y fechó esta nota años después, cuando vivía muy cerca del lugar del bautismo de fuego de los granaderos: Rosario de Santa Fe, 23 de Enero de 1877.
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