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domingo,
13 de
mayo de
2007 |
Opinión: La lógica del sopapo
Walter Palena / La Capital
El diccionario de la Real Academia aceptó la palabra "escrache" como una forma coloquial de utilización del lenguaje en Argentina y Uruguay. Le otorga dos acepciones: 1) "Romper, destruir, aplastar". 2) "Fotografiar a una persona".
En el segundo caso se trata de exponer a un individuo ante la evidencia de un hecho o acontecimiento. El primero se ajusta más a la realidad de estas tierras como un mecanismo descalificatorio e imprecatorio; en suma, un método fascista de anulación y destrucción del otro.
El escrache nació como una práctica novedosa utilizada por la agrupación Hijos para señalar a los represores en su entorno de vecindad. Pero con el paso del tiempo, sobre todo después del 2001, esta metodología se fue desnaturalizando hasta convertirse sencillamente en una acción patotera para "marcar" al que piensa diferente, tal como lo hacían las hordas nazis con los judíos en la Alemania de preguerra.
Néstor Kirchner acaba de beber del veneno al que nunca le interesó encontrar un antídoto. La intolerancia, la exaltación de la otredad, hizo carne en su hermana Alicia, brutalmente agredida por patoteros que siempre dicen actuar en nombre del pueblo. Invocan luchas sociales, pero bastardean con huevos y harina lo que dicen defender o representar. Ya hasta en la Universidad, donde debe primar el pluralismo como principio, impera el salvajismo ideológico del "destruir, romper y aplastar".
En democracia, las diferencias se dirimen con debates y, finalmente, en las urnas. Pero esta es una noción muy "burguesa y liberal", desechable para los animadores del destrato, que anteponen siempre la lógica del sopapo.
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