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 domingo, 25 de febrero de 2007  
[Lecturas]
De primera intensidad
Poesías. "Fuera de temporada", de Fernando Toloza. Runa, Rosario, 2006, 42 páginas, $ 12.

Por Elvio Gandolfo

El libro que Fernando Toloza dejó terminado antes de su muy prematura muerte es excepcional. En los dos sentidos: por su calidad y por su originalidad. Es un libro de poemas corto pero le alcanza para estar dividido en cuatro partes. Dos de ellas están escritas en prosa. Aunque sería desubicado llamarles “prosas poéticas”. Tal vez sea mejor, como en Baudelaire (uno de sus favoritos), decir que son “poemas en prosa”.

Por otra parte el título habla de un desplazamiento lateral: ese “fuera de temporada” parece aludir no sólo a esa zona tan proclive al ensimismamiento o el buceo dentro de sí que son los lugares de veraneo cuando están fuera del verano, sino también a la “temporada cultural”. En cierta medida tiene su reflejo especular en el título del último disco de Jaime Roos: “Fuera de ambiente”. Ese estar “afuera de” es una de las sensaciones más repetidas y a la vez más esquivas de expresar de la última década, en la literatura y en la música.

El primer bloque en prosa está escrito en 25 textos y en primera persona. Una persona que describe con extraordinaria sutileza y precisión sus despistes y humillaciones. En el primer texto despierta y le cae encima la soledad: no sabe si es invierno o verano, la luz que le llega no es de la ventana: “la luz viene de otro lado.// Sigo sin moverme; tal vez he salido de un sueño.// Así empiezo a estar solo.” En el segundo texto ya ha salido de la cama, pero la inserción en el mundo aumenta la falta de centro: está ante un espejo, sangra porque ha intentado arrancarse un lunar, y no sabe dónde le queda en la cara: “Como siempre lo he visto en el espejo, a veces dudo en qué mejilla está.”

Después, desde ese centro descentrado de las palabras en acción, le llegan los recuerdos: robos menores y frustrados (una cartuchera con un solo lápiz, un ábaco, un avioncito), siempre descubiertos y humillantes. O una mujer que lo amaba pero tenía un novio llamado Amor. Y siempre el reconocimiento de la carencia y el disimulo: “Escuchaba la radio y le quería hacer creer a mi vecina que tenía un gran tocadiscos.” O las desilusiones: “Otra decepción fueron las ranas. Les habíamos metido humo para que salieran y cuando llegaron a la sartén, otra vez la soledad.” La reconstrucción de la infancia es uno de los poderes fuertes de Toloza: primero evoca a una vecina que destruía pelotas con una tijera (texto XV), y después la retrata con implacable precisión (texto XVII), por ejemplo.

La tensión del lugar impreciso sigue presente en la segunda parte: “Como en un trabajo mal pago”. Ahora son poemas formales, cortados en verso. Y para un mínimo distanciamiento, están escritos en segunda persona (que duele menos): “otra vez has pensado en estar/antes de salir.” El poema VII y último de la serie habla del amor aparecido y desaparecido (el amor nunca desaparece del todo), otra vez con precisión: “El amor ha vuelto a aparecer/ y se parece demasiado a ti, (al autor)/ pero llegas tarde,/ tiemblas y palideces al abrazar/ la respuesta del aire.”

“Fuera de temporada”, la tercera parte, es un texto corrido en prosa, sin divisiones. Tiene un fuerte componente narrativo, atacado y disuelto una y otra vez para expresar la muerte de un padre llamado Fernando. El centro es otra vez un niño y su forma de percibir, en los detalles reales y en lo siniestro: “(el padre) Se sacó el palito de la ropa con el que se sujetaba la pierna izquierda del pantalón y se miró la herida, que tenía forma de boca, con dientes y mal olor.” El relato se fractura pero sin perder una conciencia nítida del espacio que lo sostiene. Y de la repetición de elementos: “—Buena leña —dijo el hijo y prendió fuego. Sacó un grillo ahogado de un charco y comenzó a calentarlo cerca de las llamas./ La herida del padre abrió los labios y se tragó el grillo.”

En la cuarta parte, “Mañana en la ventana” regresa la primera persona, la conciencia del límite, de la falla, de la carencia. El que habla es el apartado, por una especie de conciencia extrema que no se niega la ironía: “Están todos llenos de orgullo y yo,/ con mi vergüenza, no hago más/ que tropezar con ellos. (...) Pido perdón pero no/ quiero ser olvidado.” Después llega el final, conmovedor y hermoso: “Para eso me ha servido la belleza:/ cada mañana en la ventana/ me está diciendo adiós.”

¿Por qué no bajonea ni deprime (más bien despierta y golpea) el libro de Toloza? Sencillamente porque está muy bien escrito, no en el sentido convencional (“¡qué buena pluma!”), sino en el sentido expresivo: logra lo que quiere, y lo que quiere es difícil sin caer en excesos.

El libro tiene un segundo final, casi vengativo después de tanta sutileza y contundencia. Según una “Nota” de cierre, la hermosa segunda parte está escrita a partir de textos de diversos autores: allí el autor “usa y copia” (dice) a Nabokov, Emily Dickinson, Rimbaud y otros. Y la parte IV “se inspira y copia” a Umberto Saba. Una nueva manera de estar fuera de temporada, de apartarse del criterio de originalidad comprobable y documentada, tranquilizadora.

Diré, en primera persona, que desde luego no me ocupé en ir a buscar el texto exacto donde esos autores le dieron palabras, frases o sugerencias a Toloza. Y que si cité tanto, pasando por alto la regla (más obligatoria para los críticos de cine: Toloza lo era) de no “arruinar las mejores partes”, fue porque lo hice como una invitación a la lectura. Libros como éste no salen todos los días. Aun para quienes no lo trataron en persona (tuve la enorme suerte de conocerlo), quien toca este libro toca al hombre que lo escribió, transformado en palabras, las mejores que pudo encontrar, organizadas en belleza y hondura expresivas. Léanlo. Dentro o fuera de temporada.


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