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 domingo, 25 de febrero de 2007  
Panorama político
Los efluvios del poder

Julio Villalonga

Llama la atención el triunfalismo que acompaña a algunos funcionarios del gobierno cuando hablan de Daniel Filmus, el candidato oficialista a la Jefatura de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires.

Se sabe que los aires que se respiran en algunos ámbitos cerrados llegan a provocar alucinaciones a quienes los aspiran. En este caso, sin lugar a dudas, opera como droga el ejercicio continuado del poder.

No nos detendríamos en analizar la situación política de la capital argentina si no fuera por dos razones que pesan: la primera es que faltan menos de cien días para que se celebren los comicios; y la segunda, el resultado electoral hoy es una incógnita y, sea cual fuere, puede tener una influencia importante en el escenario político nacional.

El presidente Néstor Kirchner ingresó de lleno esta semana a la contienda porteña. Como suele hacer, atacó a dos bandas: eligió al contendiente (Mauricio Macri) e impulsó a su "pollo" (Daniel Filmus). Jorge Telerman ni apareció en el horizonte del presidente. ¿Por qué? Hay varias razones, pero la primordial es que Alberto Fernández y el propio Kirchner consideran que Telerman como ganador de las elecciones sería mucho más peligroso para el proyecto kirchnerista que el propio Macri, a todas luces funcional al modelo que ya hemos comentado aquí de neo-bipartidismo que tiene al jefe de Estado como arquitecto.

Kirchner no quiere ni un pichón de competidor en el espacio de la centroizquierda y por eso eligió para la Capital a Filmus, el único dirigente que podría minar las posibilidades de Telerman. Que en la Jefatura de Gabinete crean que el apoyo decidido de Kirchner a su ministro de Educación es garantía de un triunfo sobre el actual jefe de Gobierno es fruto de los efluvios que sobrevuelan los principales despachos de la Casa Rosada. Pero también del convencimiento del mismísimo Kirchner, quien ha dicho que no lo asusta tener que caminar las comunas capitalinas y que, una vez que lo haga, volverá a suceder lo que ocurrió hace cuatro años, cuando su apoyo a Aníbal Ibarra selló en segunda vuelta el triunfo del frustrado alcalde sobre Macri.

En este punto habría que decir que el electorado porteño tiene ahora otro humor. En aquel lejano 2003, Kirchner se mostraba como un hombre que se esforzaba por sacar al país de la crisis y había cosechado algunos éxitos. Ibarra lucía como progresista irresoluto pero neutro en términos políticos, y los ciudadanos bienpensantes de Buenos Aires se mostraron esquivos con el ex fiscal pero a último momento le dieron el apoyo indispensable como para evitar que el hijo de uno de los empresarios emblemáticos del menemismo accediera a gerenciar la Capital.

A grandes trazos, este era el clima de aquella época. En la actualidad Kirchner arrastra consigo cuatro años de ejercicio del poder. Con buenas y malas -y sin contar aún con un aparato propio-, a nivel nacional no enfrenta discusiones ni oponentes de fondo. Pero la Capital es un animal raro que en la mayoría ha pretendido operar como el fiel de la balanza de la política nacional. Si un voto a favor de Macri no pone en peligro, por ahora, la performance económica de la administración K, casi sin culpa los porteños podrían decidir que es el momento de darle su apoyo al presidente de Boca. Como para que Kirchner "no se la crea", sería la frase aplicable a esa movida electoral.

Paralelamente, avanza lenta pero firme la construcción del polo de centroderecha y todo según algunos de los deseos del kirchnerismo. Lavagna será candidato testimonial a la Presidencia, Juan Carlos Blumberg catalizará los malos humores de los sectores más conservadores de la provincia de Buenos Aires y Macri desembarcará en la Capital con cada vez más seguridad sobre un resultado positivo. Para el líder de PRO ni siquiera una derrota en segunda -que nunca sería por paliza-, le quitaría la conducción de la oposición. Después de salir victorioso el 3 de junio, encima tendría la posibilidad de elegir -hoy parece difícil- si se anima a forzar una candidatura presidencial que le daría liderazgo y presencia en la mayoría de los distritos. Si no elige este camino, tendrá el "consuelo" de gobernar una provincia que, más allá del presupuesto, es una vidriera ideal para cualquier proyecto opositor.
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