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 domingo, 25 de febrero de 2007  
Interiores: la ciencia del amor

Jorge Besso

Los expertos de la ciencia seria no cesan de sorprendernos. La última novedad le corresponde a un psiquiatra inglés que publica en La Nación, un diario muy atento a los avances de las grandes catedrales del conocimiento. El artículo en cuestión es con foto, donde se puede apreciar al doctor Rajendra Persaud con impecable traje claro y corbata al tono, sentado muy erecto nada menos que en el Freud Museum de Londres, en el mismísimo diván del creador del psicoanálisis. Persaud cuenta que lo sorprendió una paciente que arribó a su consulta con una demanda muy clara: “Doctor no necesito Prozac” (la pastilla que despertó tanto entusiasmo en la lucha contra la depresión pero que a menudo lo que consigue es más decepción y problemas). “Necesito un novio”.

Como buen inglés el psiquiatra hace gala del humor que los caracteriza al comentar que es “notable comprobar las cosas increíbles que la gente piensa sacar del Servicio Nacional de Salud”. Lo que tal vez no percibió es la posible ironía de su paciente que comenzaba a comprender que a, pesar de todo, es preferible un novio a una pastilla. Lo mejor del artículo son dos perlas de magníficos quilates. Una al comienzo y otra al final. En la perla del comienzo el famoso especialista con numerosos premios sentencia: “Hoy sabemos que el amor obedece las leyes que dicta el cerebro, y que son estudiadas por la ciencia”.

Hemos de pensar que un cerebro que dicta leyes a la ciencia es una metáfora que encarna un deseo más que comprensible, pues de esa forma la ciencia que siempre tiene que lidiar con más de una incertidumbre, caminaría, por fin, por los senderos de la certeza. Lo que importa es saber si el amor obedece a leyes. Pocas cosas son tan poco posibles como que el amor obedezca a leyes científicas, de tipo cerebral. En todo caso seguirá las que dicta el corazón, para usar una figura tan usada como vigente cuando se trata del amor. En cambio es mucho más posible, y con bastante frecuencia, obedecer por amor en tanto y en cuanto el amor no se lleva demasiado bien ni con las leyes, ni con la libertad. Uno de los puntos más sorprendentes respecto de la cientificidad del amor es la referencia a Darwin, y su conocida teoría de la evolución de las especies. No está demás recordar que el famoso biólogo inglés, emprendió su viaje por América del Sur a bordo del Beagle en el año 1831. Un tiempo después pasó por nuestro sureño canal, que luego adquiría ese nombre, y en algunos años más formularía su célebre teoría de la evolución de las especies cuyo principio motor es la “selección del más fuerte”. Es decir el triunfo de los especímenes más aptos en la lucha por sobrevivir. Apelar a Darwin para argumentar sobre la cientificidad del amor muestra que los avances en esta extraña ciencia son más bien lentos si se piensa en los más o menos 170 años de edad de la teoría de la evolución de las especies. Pero más sorprende todavía derivar de la teoría evolucionista una suerte de supervivencia del más bello (en los avatares del amor), cuando en realidad los biólogos evolucionistas hablan de algo bastante más complicado que es la “selección sexual”. La cuestión aquí es el traslado de principios biológicos al terreno de lo psíquico, desconociendo la especificidad de este campo, y por lo tanto comunicando pseudo conocimientos. De ser así, salvo Nicole Neuman y Brad Pitt, y ejemplares como ellos. El resto no sólo seríamos seres en extinción (individualmente lo somos), sino que estaríamos negados para el amor. Al menos para el amor científico.

En la perla del final, el amor científico apunta directamente al matrimonio, tal vez por ser el escenario que más pone a prueba a los especialistas del amor y sus leyes biológicas. Llegados a este punto, a los científicos del amor pareciera que se le queman los libros de su pretendida ciencia a partir de dos grandes constataciones: la primera afirma que el enamoramiento dura sólo un tiempo y que los enamorados no son juiciosos, lo que viene a mostrar que la denominada ciencia está en su etapa de gateo. A la vez sostienen que estudiando a matrimonios de más de 40 años encontraron que si son juiciosos, lo esencial para un amor larga vida es la idealización de la pareja. En suma, sentencian que si uno va a insistir en ser “realista a rajatablas”, entonces el matrimonio posiblemente no sea para ninguno. Tanto ruido para nueces tan decepcionantes no deja de ser un alivio. El humano, tan capaz de producir ciencia, ni es posible ni necesita vivir científicamente. Un ser cuyos sentimientos los guíen leyes científicas es el remanido sueño del poder, que al igual que las religiones, no cesan de soñar con especímenes obedientes.

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