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 domingo, 24 de diciembre de 2006  
homenaje
Un abogado para no olvidar
Adolfo Trumper dedicó más de cicuenta años a la defensa de los derechos humanos. Impulsó la causa Ingallinella y actuó en la Liga Argentina por los Derechos del Hombre

Osvaldo Aguirre / La Capital

La historia del movimiento por los derechos humanos en Rosario todavía no fue escrita. Pero cuando finalmente tenga su relato el nombre de Adolfo Trumper ocupará un lugar destacado. Durante más de cincuenta años, prácticamente toda su vida profesional, se desempeñó como abogado de presos políticos, militantes y trabajadores. Sin gestos espectaculares ni afán de protagonismo personal, e incluso en los peores tiempos de la última dictadura militar, cuando se lo podía encontrar en la sede de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre (Ladh).

Adolfo Trumper falleció en Rosario el 29 de noviembre pasado. Tenía 80 años. Nacido en Moisés Ville, estudió derecho en la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe. "Cuando se recibe viene a Rosario, en 1953 o 1954. Ya era militante en el movimiento estudiantil y entonces se incorpora al Partido Comunista, donde estuvo siempre vinculado a la defensa de los derechos humanos en el sentido más amplio", recuerda Jaskel Shapiro, compañero de militancia desde aquellos días.

Fue uno de los organizadores en Rosario de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y uno de los principales miembros de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre. También fue abogado de los sindicatos de la Carne, de la Construcción y de la seccional Villa Constitución de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM). "Recuerdo que a fines de los años 60 hubo un conflicto en la fábrica Fader -dice Shapiro- y en una gran asamblea los trabajadores discutieron a qué abogado le daban el asunto, si a los abogados de la UOM o a Trumper. Se votó y triunfó la propuesta de darle el caso a Trumper".


El caso Ingallinella
El secuestro y desaparición de Juan Ingallinella, uno de los principales dirigentes del PC en los años 50, fue uno de los episodios que marcó a Trumper. Ocurrió el 17 de junio de 1955, cuando la policía rosarina, sin órdenes de ninguna autoridad, hizo una razzia de militantes comunistas en distintos puntos de la ciudad. Un día antes la Marina había bombardeado la Plaza de Mayo en un frustrado golpe contra el gobierno de Juan Perón.

Ingallinella, detenido en su casa de Saavedra 667, falleció a causa de las tormentos sufridos en la Jefatura de Policía, a manos del torturador Francisco Lozón (h), y su cuerpo nunca apareció. Entre los detenidos se encontraban también los abogados Guillermo Kehoe y Alberto Jaime, quienes encabezaron el reclamo por el esclarecimiento del crimen.

Además de militante, Adolfo era primo hermano de Rosa Trumper, la esposa de Ingallinella, e integró la comisión de letrados que impulsó la acción judicial. El trabajo que desarrolló a partir de entonces con Kehoe significó un capítulo decisivo en su formación y en su concepción de la profesión de abogado.El primer y decisivo obstáculo que salvó fue impedir la intervención del Consejo de Justicia Policial, tribunal creado durante el gobierno peronista para juzgar a miembros de la policía y que en el caso no parecía más que interesarse en proteger a los acusados.

En medio de la batalla legal hubo contratiempos cómicos. Trumper solía recordar que cierto día al salir del estudio de Kehoe, donde habían redactado un escrito por Ingallinella, ambos fueron detenidos, junto a los abogados Jaime e Imbern bajo el insólito cargo de ruidos molestos. El "denunciante", un policía, dijo que los ruidos no eran sino las carcajadas de Kehoe. La causa quedó en la nada luego que el propio policía reconoció que era sordo de un oído y escuchaba muy poco del otro "cuando hacía frío".

La causa Ingallinella se prolongó hasta diciembre de 1963, cuando la sala II de la Cámara del Crimen de Rosario condenó a diez policías por el crimen. Sin embargo, "su vida, entre otras cosas, estuvo siempre vinculada al caso", dice José Ernesto Schulman, actual secretario de la Ladh. De hecho, fue uno de los promotores del Foro Permanente de Homenaje a Ingallinella y continuó reflexionando sobre el significado y las proyecciones de aquel suceso, ocurrido en una época en que, como advirtió, "no existía el concepto jurídico de desaparición forzada de personas".

Más tarde, en Villa Constitución, agrega Schulman, "defendió a (Alberto) Piccinini y los restantes dirigentes de la UOM en medio del operativo represivo iniciado el 20 de marzo de 1975 por orden de Isabel Perón, y cuando se hablaba de que había una serpiente roja ".

Poco después, tras el golpe militar de marzo de 1976, "la Liga fue la única organización que tuvo sus puertas abiertas en su local de Ricardone 54. Trumper estaba ahí, y era uno de los pocos abogados que presentaba hábeas corpus por los detenidos desaparecidos, por lo que sufrió amenazas y agresiones".


El atentado
Otro suceso que marcó la vida de Trumper fue el atentado del que resultó víctima en 1964, frente al antiguo Palacio de Tribunales. La secuencia de hechos se inició el 24 de febrero de ese año, día en que la CGT realizó un plenario en la sede del Sindicato de Cerveceros, en avenida Alberdi 369. El acto terminó en un enfrentamiento armado entre un grupo de militantes de Tacuara y otro del Partido Comunista, que dejó tres muertos y seis heridos.

Cuatro días después, en una represalia por el suceso, un familiar de uno de los muertos atacó a balazos a Trumper y Kehoe, cuando salían de los Tribunales, frente a la plaza San Martín.

Kehoe fue herido en la cabeza y falleció el 6 de mayo. Trumper, a su vez, resultó baleado en el antebrazo izquierdo y la ingle. El agresor, Telmo Porfirio Galarza, declaró que conocía sólo a Kehoe, pero supuso que, por el hecho de acompañarlo, Trumper también era comunista. Ante ellos, agregó en un intento de justificar el ataque, sintió una especie de temblor porque la presencia de comunistas lo conmovía e indignaba.

Después de la muerte de Kehoe, Trumper continuó algunos de sus juicios. Fue también una manera de proseguir la propia formación. "Sus demandas laborales no hacían el centro en citas doctrinarias y jurisprudenciales que, como signo de imparcialidad, suelen hacer los abogados -recordó, más tarde-. Centraba su actuación en una objetiva descripción de los hechos y en un claro y correcto ofrecimiento de prueba, lo que le permitía lograr, en la gran mayoría de los casos, un éxito rotundo".

Los escritos de Trumper tienen el sello de esa escuela: un estilo sencillo e incisivo, que va al grano y argumenta con el peso de los hechos. Schulman destaca que "hoy más que nunca la ética y la coherencia son valores fundamentales, y en ese sentido Adolfo tiene una dimensión fenomenal. Fue un hombre que soportó con entereza las situaciones más difíciles tanto políticas como culturales". Sin presunciones ni prejuicios. "Jamás hizo exhibicionismo ni le preguntó a nadie de qué partido era para defenderlo" y esa actitud puede condensar su concepción de la profesión a la que dedicó su vida.
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Colegas y amigos. Guillermo Kehoe y Adolfo Trumper, en los viejos Tribunales de Rosario.

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Un anecdotario


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