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sábado,
16 de
diciembre de
2006 |
Puerto Norte
La periferia
El valor de una propuesta para resolver un tema hoy y aquí, más que en las referencias, está en el modo de plantearse el problema. En este caso, donde el mayor valor del "casi un proyecto" es su sintonía con el debate contemporáneo, la pertinencia de las selecciones y el esfuerzo realizado en la comprensión de un problema, aquí y ahora, mirando el pasado y abriéndose al devenir.
Emergente del fenómeno de la metrópoli que requería de imágenes, ideas e intervenciones nuevas respecto a las de la "ciudad clásica", el concepto de terrain vague refiere a aquellas áreas vacías donde los elementos de urbanización tradicional resultan insuficientes y donde los usos circunstanciales y las trazas de la memoria pueden servir de punto de partida del proyecto. No sólo se trata del rescate de algo híbrido o ambiguo, como propone Saskia Sassen al reutilizarlo desde una perspectiva sociológica, sino de un nuevo sentido respecto a la materialidad/inmaterialidad de los fenómenos urbanos. Para Solá-Morales, este concepto es "el contrapunto de la noción de mutación, la más adecuada para entender los fenómenos de transformación súbita".
La astucia del rosarino Munuce es ver que, en la periferia, el concepto de terrain vague se puede combinar con el de cambios. Propone dar forma a una primera fase del cambio, considera la imprevisibilidad de tiempos y la modificación de las demandas posibles.
Superando la idea dominante de la "ciudad por partes", donde cada parte es completa por sí misma, o de la construcción de focos de atracción -dos tácticas claves en los últimas dos décadas en nuestra ciudad-, él propone un mecanismo diferente, más unas reglas de juego que un proyecto acabado. Y la principal regla de juego es dar forma a la ausencia en distintos estadios de la transformación urbana.
Los temas de MVRDV -los modos de construir nuevos territorios, la posibilidad de híbridos, la idea de ensamblaje para coordinar y poner límites a las fases de un proyecto y el potencial del vacío- resultan funcionales a esta adaptación del concepto de terrain vague a nuestras realidades.
"El vacío" tiene, para este grupo, distintos significados. Puede ser símbolo de escape, de futuro, libertad, flexibilidad, funcionar como un "interior público". Cuando la tensión privacidad-publicidad ya no está planteada como una cuestión de transparencia desde el interior como fue indagada por la arquitectura moderna, sino desde una aproximación al espacio público o semipúblico cercana a la noción de "espacio colectivo".
Desde esta mirada, el "jardín de las vías" o el límite como "junta de dilatación" propuestos por Munuce logran dar forma al vacío, pensado y representado como un "interior público".
La explotación del potencial del área como territorio vago, indefinido, y la especulación con reglas de juego que preserven ese carácter de vacío a la espera no son suficientes en la operativa llevada adelante por Munuce. Sus líneas de acción corren el riesgo de desdibujarse. Es preciso un "paisaje de datos" que provea al proyecto de las herramientas para redireccionar el proceso en distintas fases.
De manera similar a ciertas búsquedas de los años sesenta que revitalizaron el proyecto moderno desde los estudios antropológicos y un nuevo humanismo para los temas urbanos, las imágenes de Munuce para las casas de patio o los bloques habitacionales sugieren las formas optimistas de una sociabilidad deseada y, en tal evocación, intentan dibujar un futuro.
Según Solá-Morales, la experiencia de la memoria y la fascinación por el pasado como ausencia irremediable pueden ser un arma crítica frente a la banalidad de un presente productivista. "Es este vacío y ausencia lo que debe ser salvado a toda costa". Sin embargo la evocación y la nostalgia, si no pueden desplegarse sobre los datos de una realidad, si no pueden ser absorbidas por una gestión que valorice tal arma crítica como una forma de la urbanización del siglo XXI, no alcanzan para detener el avance de los viejos modos: destruir para edificar sobre el campo arrasado.
Cuando esto ocurre, la espera del devenir ya no es tal. El proyecto queda reducido a jardines y bosques, a una idea mítica de la naturaleza que es absolutamente anticuada. La vieja idea del siglo XIX fagocita las ideas iniciales y el arte de trazar jardines queda como un mero antídoto de la especulación descontrolada. Ya no queda lugar para el concepto de "vacío" y reaparece el concepto reductivo de espacio público-espacio abierto, sólo como un slogan.
(*) Silvia Pampinella es directora del Laboratorio de Historia Urbana y profesora de Historia de la Arquitectura en la Facultad de Arquitectura, investigadora de la UNR y Master de "La cultura de la metrópolis" en UPC/CCC Barcelona.
Carla Berrini es arquitecta, adscripta e integrante del equipo de investigación de una cátedra de Historia en la Facultad de Arquitectura local.
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