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 sábado, 02 de diciembre de 2006  
Inquietos y desantentos. Expertos y pedagogos están preocupados por la facilidad con que se medica a los chicos que "no se quedan quietos" en las aulas
Niños etiquetados: un llamado de atención a la escuela y docentes
Un simposio internacional de especialistas debatirá la problemática en el 2007. Dicen que es esencial el papel que juegan los maestros en las aulas

Marcela Isaías / La Capital

Si Alejandro Magno hubiera nacido en esta década quizás hoy en la escuela sería un niño catalogado como “un ADD con hiperactividad”. Es que según señalan los libros de historia, desde chiquito se mostraba “activo, enérgico, sensible e inquieto”.

Y si sus padres y maestros hubieran tenido que responder el “cuestionario de Conners”, difundido por estos días por las aulas para detectar el déficit de atención de los chicos, seguro la marca habría caído en afirmar que “tiene excesiva inquietud motora” y que “es impulsivo e irritable”.

Los comentarios anteriores no son caprichosos. Con la misma facilidad y reduccionismo, cada vez más chicos son rotulados como hiperactivos, ADD/ADHD, inquietos, molestos y desatentos en las aulas.

Tan es así que escuchar a las maestras decir: “Tengo un ADD en mi clase”, ya no sorprende, y menos que los padres acepten medicar a sus hijos con “la pastillita para que, al menos en la escuela, se porten bien”.

¿Y qué es el ADD o ADHD? La sigla proviene del inglés (Attention Deficit (Hyperactivity) Disorder) y en castellano “Trastorno por Déficit Atencional, con o sin Hiperactividad”. Pero, como bien señala la psicopedagoga y licenciada en ciencias de la educación Gabriela Dueñas, “el ADD es sólo la punta del iceberg”. Sencillamente porque la proliferación de siglas “para etiquetar a los niños, que les hacen perder su identidad” es común por estos días. “Maestros y algún que otro psicopedagogo aventurero diagnostican como ADD, TEA, ODD o depresión infantil a los niños, usando una terminología médica sin saber de qué se trata”, dice Dueñas como para pintar la gravedad del panorama.

El tema preocupa a especialistas y profesionales de reconocida trayectoria vinculados con la salud y la educación. Por eso a principios del año pasado se pusieron de acuerdo en firmar el “Consenso de expertos del área de la salud sobre el llamado Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad” donde advierten sobre la extrema facilidad con que se medica a los niños. Consenso que por otra parte se está replicando en otros países.

Un buen número de quienes firmaron este documento ahora se preparan para concretar entre el 7 y 9 de junio de 2007 en Buenos Aires el simposio internacional “Niños desatentos e hiperactivos. La patologización de la infancia” (evento organizado por Novedades Educativas).

Pero hay más. Las voces de estos especialistas ya han sido tomadas en cuenta por el Ministerio de Educación de la Nación, que se prepara para que el año próximo la problemática sea parte de la agenda educativa.

Y no es para menos. Según hace saber el grupo de profesionales (psicólogos, psiquiatras, pediatras, neurólogos, psicopedagogos) organizados para difundir esta problemática en el sitio www.forumadd.com.ar (un espacio que vale la pena navegar por la calidad de notas y documentos que aportan al problema) e impulsores del encuentro internacional del 2007, cada vez hay más niños “que son rotulados y medicados por presentar dificultades en la escuela o en el ámbito familiar de un modo inmediato, sin que nadie los haya escuchado; sin referencias a su contexto y a su historia, sin que se haya realizado ningún intento de comprender sus conflictos ni de ayudarlo de otros modos. Así, niños inquietos, niños con dificultades en el aprendizaje, niños soñadores, niños que presentan diferentes conflictos son unificados en una sigla”.

Aseguran entonces que es fundamental “posibilitar el crecimiento y ayudar al desarrollo de todo niño”.

La meta no es descabellada. Tiene varias puntas para ser escuchada. Una esencial se basa en lo ya suscripto en la Convención Internacional de los Derechos del Niño cuando se asegura que todos tienen derecho a un crecimiento saludable.

También esta preocupación fue elevada en agosto pasado al Poder Ejecutivo por las comisiones de Acción Social y Salud Pública, de Educación, de Familia, Mujer, Niñez y Adolescencia de Diputados de la Nación para que se informe sobre si el Ministerio de Salud fiscaliza la prescripción de medicamentos relacionados con el ADD y si existen pautas para este diagnóstico.

El dato de los medicamentos no es menor. En la revista Topía de agosto de este año, el médico psiquiatra Federico Pavlovsky advierte “Cómo los laboratorios propician la prescripción de los psicofármacos”, tal cual el título del articulo donde alerta, en nombre propio, el gran negocio que significan estos males contemporáneos.

“La Argentina es un país rentable para los laboratorios”, afirma el psiquiatra para luego citar una reciente investigación que muestra que “el 15 por ciento de un total de 276 encuestados en la ciudad de Buenos Aires consume psicofármacos: tal prevalencia es una de las más altas a nivel mundial, superando el 3,5 por ciento del Reino Unido, el 5,5 por ciento de Estados Unidos, el 6,4 por ciento de Europa, el 7,2 por ciento de Canadá o el 10,1 por ciento de San Pablo”.

Tal como sugiere el grupo de profesionales abocados para que a un niño inquieto o desatento no se lo sentencie a una pastilla, la escuela tiene mucho por hacer. “Es clave que la escuela se sienta parte del problema, porque lo es. Sucede que no siempre se siente así y mira la situación desde afuera. A veces porque está jaqueada y sus docentes cansados, por eso es necesario sentarse a pensar”, dice el doctor Juan Vasen, especialista en psiquiatría infantil, para introducir en la discusión el rol que juega la educación ante este nuevo desafío. Y advierte que el avance de esta modalidad de medicar a los chicos no se trata de un problema meramente técnico, y por lo tanto es necesario buscar soluciones, empezando por un cambio de discurso.


El valor de la caricia
La directora de la revista Cuestiones de Infancia, psicoanalista y docente de la Universidad de Buenos Aires, Beatriz Janin, también adhiere a la idea de hacer hincapié en el papel de la escuela ante esta problemática. Considera que es crucial “formar a los docentes para que puedan considerar las dificultades como diferencias y no como déficits”. También que los maestros “tengan en cuenta que la complejidad de la constitución subjetiva es tal que no se puede reducir la falta de atención y la hiperactividad a un cuadro de supuesto origen neurológico”.

“Nos encontramos —agrega— con que hay niños que son diagnosticados como ADD y medicados porque tienen dificultades para acatar normas o porque son muy cuestionadores. Entonces, lo que es fundamental es que los docentes se pregunten qué es lo que pasa con ese niño y que no den una respuesta rápida del tipo tiene tal patología”.

Janin apela a recetas tan antiguas como necesarias para ayudar a los niños. Habla entonces del lugar del afecto y la caricia. Dice que es importante que un docente hable mirando a los niños, que cambie los tonos de voz y que tenga gestos afectivos con ellos.

Que desde la educación se empiece a debatir el discurso sobre “la patologización de la infancia” es también esencial para Gisela Untoiglich, psicóloga e investigadora de la UBA sobre trastornos de atención e hiperactividad. Primero, la especialista recuerda que hoy los docentes reciben a niños muy diferentes a los modelos para los que fueron formados. “Se sienten desbordados por la cantidad de temáticas a las que tienen que dar respuesta. Niños desnutridos física como mentalmente, niños abusados, violencia escolar, padres que amenazan docentes, todo esto es parte del paisaje que puebla las aulas”.

En contrapartida a las decisiones apresuradas y simplistas de diagnosticar, medicar y rotular a los niños, Untoiglich propone escucharlos “para permitirles desplegar su sufrimiento”.Por eso acuerda con los demás especialistas que esta escucha debe ser parte de la agenda educativa. “No será repartiendo pastillitas de colores como vamos a modificar la situación”; en todo caso este también es “un modo de hipotecar el futuro de nuestra sociedad”.
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Que la escuela se sienta parte del problema es clave para los especialistas preocupados por la rotulación de los chicos.

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