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 sábado, 25 de noviembre de 2006  
Estudiar entre muros. Una experiencia pedagógica inédita donde el Programa "El diario en el aula" ofició de mediador de los aprendizajes
Compartieron una clase y sortearon las rejas con alumnos de la cárcel
Se trata del primer encuentro entre adultos que terminan la primaria en una escuela nocturna de Rosario y quienes estudian en la Unidad 3

Marcela Isaías / La Capital

Primero fueron las cartas. Llegaron a la Escuela Nº 2.003 de la Unidad Penitenciaria Nº 3 de Rosario con mensajes alentadores destinados a quienes su condición de encierro no les impide estudiar. Las escribieron jóvenes y adultos de la Escuela Nocturna Nº 2.517. Después del intercambio epistolar llegó la visita cara a cara, protagonizando así el primer encuentro entre alumnos de una cárcel y de una escuela nocturna primaria.

   El calor sofocante de la tarde del 15 de noviembre, apenas unas horas antes de que la inesperada granizada destruyera la ciudad de Rosario, no amedrentó a una decena de alumnos y alumnas —que tienen entre 15 y 81 años— que llegaron a la Escuela Nº 2003 Margarita Mazza de Carlés, que funciona en la cárcel de Riccheri y Zeballos. Arribaron con primeras planas de diarios, reflexiones y más cartas confeccionadas en las horas de estudio. Todas tenían el mismo objetivo: compartir una clase en conjunto con los internos que terminan su primaria entre rejas; y, según se percibió al final del encuentro, darse fuerzas mutuamente para no abandonar la escuela.

   Pero esta tarea, que duró dos horas, tiene su historia. Todo comenzó en la última Feria del Libro realizada en Rosario, en un encuentro propuesto por el Programa “El diario en el aula” de La Capital, que invitó a los alumnos de escuelas de adultos y de los centros de alfabetización a contar cómo las noticias podían ser herramientas para aprender a leer, escribir y a debatir sobre problemas cotidianos.

   Y, vale decirlo, el diario fue “un puente” —tal como lo definieron docentes y alumnos— para unir dos experiencias pedagógicas de la educación de adultos.

   A esa invitación llegaron, entre otros, los maestros Daniel Medina y Edgardo Giordano de la Escuela Nº 2.003, quienes se acercaron a la Feria para contar cómo trabajan con las noticias con sus alumnos privados de la libertad. Enseguida, los demás jóvenes y adultos entendieron que en estos relatos había un pedido adicional: ser escuchados y un gran deseo de compartir con otros sus trabajos.

   La idea de escribir cartas no se hizo esperar. “Apenas llegaron a clase pidieron sentarse a escribir para los alumnos internos”, cuenta ahora Karina Fernández, la docente que coordinó la actividad desde la Nocturna 2.517. A este primer contacto le siguió la visita a la escuela carcelaria. Ahora, dice el director de la Escuela Margarita Mazza de Carlés de la Unidad 3, Raúl Lemos, “el desafío está en sostener esta iniciativa y abrirla a otras escuelas”. Para eso ya hablan de un nuevo intercambio para el ciclo lectivo de 2007.

   Es el mismo Lemos quien resalta que se trata de la primera experiencia educativa (al menos desde que él está al frente de esta escuela, desde 1970) por la cual una escuela de adultos visita a los alumnos en la cárcel y con un fin de trabajo en conjunto.

  Consecuentes con el significado de la palabra encuentro, alumnos de una y otra escuela compartieron una misma clase. Sin demoras, Daniel, uno de los maestros, les pidió que se sentaran intercalados en las mesas dispuestas para el taller del diario en el aula. Se les pidió titular y redactar la crónica del encuentro.

   El intercambio de miradas sobre el mismo hecho coincidió en definirlo como “el gran encuentro”, justamente la frase más escuchada entre los adultos a la hora de acordar cómo titular la noticia del día. Surgieron entonces los argumentos que justificaban esta afirmación y apoyados en razones que hablaban de “nuevas oportunidades”, de “no bajar los brazos” y de “sentirse partes de algo en común”.


La escritura como expresión
Sentados en la cabecera de una de las mesas, Pablo, José Luis, Diego y Omar pidieron ayuda para desarrollar la consigna pedida. Fue entonces cuando Pablo recordó su participación en la revista “Ciudad interna” que editan los internos de la cárcel de Coronda y valoró este espacio de escritura como una forma de salida, de expresión. Su comentario sirvió para entusiasmar a los demás integrantes de su grupo a no demorar más la escritura.

En otro sector, una abuela de 73 años que termina su primaria en la 2.517 se puso como ejemplo de que nunca es tarde; le siguió Jonatan, de 15, que encontró en la nocturna otra ocasión para terminar su escolaridad básica. También Norma, Griselda y Rosalía, sentadas en las mesas junto a los internos, hablaron de derribar los muros de la indiferencia y la discriminación. “Es muy importante alentarlos a ellos a seguir, pero no hay que confundirse —advirtió Rosalía, una joven de 26 años—: nosotros también aprendemos de esta experiencia que nos empuja a seguir estudiando”.

En una de las mesas Eduardo y Luis contaban sobre su experiencia solidaria con chicos que hacía poco habían llegado a la Unidad 3 desde un instituto para chicos en conflicto con la ley. “Somos solidarios, por eso nos pusimos en campaña y reunimos cosas básicas como azúcar y yerba”, dicen los internos que pertenecen al Pabellón 2, más conocido por ser el que habitan quienes confiesan la religión evangélica. Una experiencia que quisieron unirla a la visita, por considerarla un acto de respeto hacia los otros. Además, Luis dio importancia a la visita de la escuela rosarina como un gesto “para ser vistos de otra manera”.

Más tarde, cada maestro se daría su tiempo para resaltar la importancia de este intercambio. También la supervisora del área, Raquel de la Fuente, que siguió de cerca cada palabra y reflexión de los alumnos. Sin embargo, la nota de emoción la llevaría Carlos, de 81 años, quien cursa el 6º año de la primaria y que asegura que “la escuela le cambió la vida”. A la hora de las conclusiones, su maestra Karina lo invitó a opinar sobre el encuentro. Fue cuando Carlos se quebró de la emoción, pero también se dio nuevamente fuerzas para decirles que si él con su edad había podido retomar la escuela, seguro que todos tenían la misma oportunidad.

En el 2004, un seminario virtual organizado a instancias del Ministerio de Educación nacional reunió las miradas de los educadores y profesionales de todo el país que trabajan en el ámbito de las cárceles, para elaborar un documento conjunto sobre los “Problemas significativos que afectan la educación en establecimientos penitenciarios”. Entre otras cuestiones, en el documento se asegura que los espacios educativos en los contextos de encierro son una posibilidad para rescatar “toda la potencialidad del sujeto educativo, el cual, a pesar de las múltiples pobrezas de origen y los condicionamientos que la cárcel le presenta, es capaz de reconstruir su identidad y construir para su vida un proyecto alternativo al delito, si se le ofrece la oportunidad”.

De eso se trató este primer encuentro entre una escuela nocturna para jóvenes y adultos y otra que enseña a quienes están privados de su libertad: de imaginar destinos menos inexorables.

Primero fueron las cartas. Llegaron a la Escuela Nº 2.003 de la Unidad Penitenciaria Nº 3 de Rosario con mensajes alentadores destinados a quienes su condición de encierro no les impide estudiar. Las escribieron jóvenes y adultos de la Escuela Nocturna Nº 2.517. Después del intercambio epistolar llegó la visita cara a cara, protagonizando así el primer encuentro entre alumnos de una cárcel y de una escuela nocturna primaria.

El calor sofocante de la tarde del 15 de noviembre, apenas unas horas antes de que la inesperada granizada destruyera la ciudad de Rosario, no amedrentó a una decena de alumnos y alumnas —que tienen entre 15 y 81 años— que llegaron a la Escuela Nº 2003 Margarita Mazza de Carlés, que funciona en la cárcel de Riccheri y Zeballos. Arribaron con primeras planas de diarios, reflexiones y más cartas confeccionadas en las horas de estudio. Todas tenían el mismo objetivo: compartir una clase en conjunto con los internos que terminan su primaria entre rejas; y, según se percibió al final del encuentro, darse fuerzas mutuamente para no abandonar la escuela.

Pero esta tarea, que duró dos horas, tiene su historia. Todo comenzó en la última Feria del Libro realizada en Rosario, en un encuentro propuesto por el Programa “El diario en el aula” de La Capital, que invitó a los alumnos de escuelas de adultos y de los centros de alfabetización a contar cómo las noticias podían ser herramientas para aprender a leer, escribir y a debatir sobre problemas cotidianos.

Y, vale decirlo, el diario fue “un puente” —tal como lo definieron docentes y alumnos— para unir dos experiencias pedagógicas de la educación de adultos.

A esa invitación llegaron, entre otros, los maestros Daniel Medina y Edgardo Giordano de la Escuela Nº 2.003, quienes se acercaron a la Feria para contar cómo trabajan con las noticias con sus alumnos privados de la libertad. Enseguida, los demás jóvenes y adultos entendieron que en estos relatos había un pedido adicional: ser escuchados y un gran deseo de compartir con otros sus trabajos.

   La idea de escribir cartas no se hizo esperar. “Apenas llegaron a clase pidieron sentarse a escribir para los alumnos internos”, cuenta ahora Karina Fernández, la docente que coordinó la actividad desde la Nocturna 2.517. A este primer contacto le siguió la visita a la escuela carcelaria. Ahora, dice el director de la Escuela Margarita Mazza de Carlés de la Unidad 3, Raúl Lemos, “el desafío está en sostener esta iniciativa y abrirla a otras escuelas”. Para eso ya hablan de un nuevo intercambio para el ciclo lectivo de 2007.

   Es el mismo Lemos quien resalta que se trata de la primera experiencia educativa (al menos desde que él está al frente de esta escuela, desde 1970) por la cual una escuela de adultos visita a los alumnos en la cárcel y con un fin de trabajo en conjunto.

  Consecuentes con el significado de la palabra encuentro, alumnos de una y otra escuela compartieron una misma clase. Sin demoras, Daniel, uno de los maestros, les pidió que se sentaran intercalados en las mesas dispuestas para el taller del diario en el aula. Se les pidió titular y redactar la crónica del encuentro.

   El intercambio de miradas sobre el mismo hecho coincidió en definirlo como “el gran encuentro”, justamente la frase más escuchada entre los adultos a la hora de acordar cómo titular la noticia del día. Surgieron entonces los argumentos que justificaban esta afirmación y apoyados en razones que hablaban de “nuevas oportunidades”, de “no bajar los brazos” y de “sentirse partes de algo en común”.



La escritura como expresión



   Sentados en la cabecera de una de las mesas, Pablo, José Luis, Diego y Omar pidieron ayuda para desarrollar la consigna pedida. Fue entonces cuando Pablo recordó su participación en la revista “Ciudad interna” que editan los internos de la cárcel de Coronda y valoró este espacio de escritura como una forma de salida, de expresión. Su comentario sirvió para entusiasmar a los demás integrantes de su grupo a no demorar más la escritura.

   En otro sector, una abuela de 73 años que termina su primaria en la 2.517 se puso como ejemplo de que nunca es tarde; le siguió Jonatan, de 15, que encontró en la nocturna otra ocasión para terminar su escolaridad básica. También Norma, Griselda y Rosalía, sentadas en las mesas junto a los internos, hablaron de derribar los muros de la indiferencia y la discriminación. “Es muy importante alentarlos a ellos a seguir, pero no hay que confundirse —advirtió Rosalía, una joven de 26 años—: nosotros también aprendemos de esta experiencia que nos empuja a seguir estudiando”.

   En una de las mesas Eduardo y Luis contaban sobre su experiencia solidaria con chicos que hacía poco habían llegado a la Unidad 3 desde un instituto para chicos en conflicto con la ley. “Somos solidarios, por eso nos pusimos en campaña y reunimos cosas básicas como azúcar y yerba”, dicen los internos que pertenecen al Pabellón 2, más conocido por ser el que habitan quienes confiesan la religión evangélica. Una experiencia que quisieron unirla a la visita, por considerarla un acto de respeto hacia los otros. Además, Luis dio importancia a la visita de la escuela rosarina como un gesto “para ser vistos de otra manera”.

   Más tarde, cada maestro se daría su tiempo para resaltar la importancia de este intercambio. También la supervisora del área, Raquel de la Fuente, que siguió de cerca cada palabra y reflexión de los alumnos. Sin embargo, la nota de emoción la llevaría Carlos, de 81 años, quien cursa el 6º año de la primaria y que asegura que “la escuela le cambió la vida”. A la hora de las conclusiones, su maestra Karina lo invitó a opinar sobre el encuentro. Fue cuando Carlos se quebró de la emoción, pero también se dio nuevamente fuerzas para decirles que si él con su edad había podido retomar la escuela, seguro que todos tenían la misma oportunidad.

   En el 2004, un seminario virtual organizado a instancias del Ministerio de Educación nacional reunió las miradas de los educadores y profesionales de todo el país que trabajan en el ámbito de las cárceles, para elaborar un documento conjunto sobre los “Problemas significativos que afectan la educación en establecimientos penitenciarios”. Entre otras cuestiones, en el documento se asegura que los espacios educativos en los contextos de encierro son una posibilidad para rescatar “toda la potencialidad del sujeto educativo, el cual, a pesar de las múltiples pobrezas de origen y los condicionamientos que la cárcel le presenta, es capaz de reconstruir su identidad y construir para su vida un proyecto alternativo al delito, si se le ofrece la oportunidad”.

   De eso se trató este primer encuentro entre una escuela nocturna para jóvenes y adultos y otra que enseña a quienes están privados de su libertad: de imaginar destinos menos inexorables.


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"El gran encuentro". Esa fue la frase más escuchada entre los alumnos de la Unidad 3 y la Nocturna Primaria 2.517 a la hora de sintetizar la experiencia.

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