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 miércoles, 01 de noviembre de 2006  
Editorial
Misiones, una lección para el poder

El rotundo triunfo en la provincia mesopotámica del frente opositor a la reelección indefinida del gobernador debe ser visto como una nítida negativa popular a la ambición de los que mandan. La ciudadanía ha puesto saludables límites. Las dirigencias deben escuchar, comprender y cambiar en beneficio de la Argentina toda, sobre cuyos progresos no se discute.

Lo sucedido en la jornada electoral del pasado domingo en la provincia de Misiones merece ser analizado con serenidad porque posee las características de un saludable cambio de rumbo. Es que el categórico triunfo cosechado por la postura de rechazar la reforma constitucional que hubiera permitido la reelección indefinida del gobernador se erige en clara prueba de que la madurez popular comienza a ser una bienvenida realidad en la Argentina. Porque los misioneros no se dejaron seducir por las ventajas materiales que prometió y concedió el poder, ni tampoco cedieron ante la prepotencia: optaron, lúcidamente, por defender las reglas del juego democrático.

El gesto resulta profundamente significativo y su importancia trasciende con largueza las fronteras de la provincia más septentrional de la Mesopotamia. La nacionalización de la campaña fue, en efecto, una errónea decisión política del gobierno de Néstor Kirchner, que acaba de comprobar en carne propia que el notorio éxito que ha obtenido en la esfera económica no le otorga carta blanca para imponer sus posiciones donde, cuando y como quiera.

Desde esta columna se ha insistido en reiteradas oportunidades sobre la trascendencia que reviste para la Nación la consolidación definitiva de las instituciones. Y en tal sentido, aunque no existe amenaza ninguna de alteración de la democracia, la firmeza definitiva del sistema sólo se verificará cuando la ciudadanía realice el largo aprendizaje cívico que éste demanda. De lo contrario, se trataría apenas de una cáscara vacía: es el comportamiento de la gente el que le conferirá su sentido último, que no es otro que el mejoramiento constante de la sociedad donde rige.

En un país signado por la impronta autoritaria, el cumplimiento de tan ambicioso objetivo dista de resultar sencillo. Sobre todo porque dicho autoritarismo no ha sido, como bien se sabe, característica excluyente de las dictaduras militares que periódicamente golpearon a la República desde 1930 a 1976. No pocos presidentes democráticos poseyeron rasgos que los vinculan con el ejercicio inconsulto e irrespetuoso del poder que ostentaron.

Pero ciertamente existe responsabilidad popular en la prolongación temporal de tales vicios gubernamentales. Así como es sabio defender a los mandatarios que mejoran las condiciones de vida de su pueblo, también lo es el poner límites cuando la soberbia aparece de manera inconfundible.

El mensaje misionero ha sido transparente y se resume en dos palabras: hasta aquí. Ojalá el poder de turno, merecedor de justificados elogios en terrenos varios, escuche, tome nota y aprenda. Será por el bien de todos.


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