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sábado,
07 de
octubre de
2006 |
Ahora hay
que estar
contentos
Adrián Abonizio
Créanme que soy un propiciador de fe. Que si el canalla cae o se enluta en jornadas oprobiosas jamás he de perder la ilusión y la desmesura de pensar que somos el mejor equipo del mundo. Pero fue la pasada una semana rara: el empate con Godoy Cruz nos revolvió la bilis y el camino a Mataderos fue, valga la redundancia, un encuentro con mal gusto en la boca en una zona de cuchilleros y sangre derramada. Con el mal pálpito en la garganta y la sensación de que se había echado el resto en el empate imbécil contra los mendocinos fuimos a un partido chivo donde el dueño de casa era un torito. ¿Qué pasa con Central? Nos faltaban un mazazo a favor, una victoria inapelable, una guerra ganada, un crimen perfecto, un asesinato de arte de tres puntos. Navegamos por ahí, como esos cuadritos inmaduros que nunca han ganado nada. Y no lo merecemos. No es queja, es un amor no correspondido pero firme en su entrega. Llegamos a Nueva Chicago llenos de rumores, aires de tormenta, turnos relajados, jugadores con personal trainers propios, quejas y acreedores devorándose técnicos. Pero la tormenta les cayó a ellos, los bravos Toritos de Mataderos. Y esta victoria a los empujones y a la viveza para sacar adelante un partido fiero tapa la semana cargada de rumores y nos enerva la cresta de puntos imposibles de visitante, sacados de la galera a puro trajín. Estoy feliz con la entrega. Se puede jugar mejor, pero Dios proveerá y ahora hay que estar contento: la camiseta transpirada no es arte pero es un laurelcito glorioso de una noche de viernes que ayuda en medio de tanto palabrerío.
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