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 domingo, 27 de agosto de 2006  
Placer por las cosas bellas

David Nahón

Una colección es el fruto de un extenso camino que empieza por el amor. En este como en cualquier caso, el amor también es un padecimiento que sólo disminuye satisfaciendo lo que falta, aun cuando esta ausencia sea el objeto mismo del entusiasmo. Si no faltara no habría para coleccionar, y esto es lo que soporta la posibilidad de una colección.

Jorge Martínez Ramseyer, de 74 años, artista plástico y ex director de la Escuela de Artes Visuales, ostenta una maravillosa variedad de objetos reunidos en torno a temas poco comunes. "Yo hago intercambio de tapas de champagne por Internet -cuenta-. También tengo fichas de casino que son muy bonitas. No me gusta jugar, no juego, compro las fichas y me las traigo. No me avergüenzo de mi colección de mates, de pintura o de numismática, cosas que tienen ganado un prestigio. Hay un valor económico en ese tipo de cosas, pero las colecciones así, livianitas, son algo más para mí".

Para un coleccionista nunca nada es suficiente y, tal vez, esa misma frustración sea el motor que viabiliza su ejercicio. El encanto de la nueva pieza ingresada sólo restablece el alivio por poco tiempo, muy pronto aparecerá la novedad que perturbará este frágil equilibrio entre la satisfacción y la desdicha, porque claro, el que quiere tenerlo todo, sufre. Y quien no, se aburre.

Como en el amor, es difícil describir qué señala la elección del objeto amado. Ramseyer reconoce una atracción especial por el color y la forma: "Las cosas que uno busca son cosas con formas interesantes, colores interesantes, es decir, uno tiene más sensibilidad a una determinada cosa que sale un poco de lo común, entonces tiene ese tipo de inclinaciones. Cada uno sigue su camino en la vida y éste es el mío. Para mí es una satisfacción rescatar cosas. Ojo que yo colecciono y junto, yo junto cactus porque no soy muy entendido en cactus, junto una serie de cosas y colecciono otras. El coleccionista es un tipo que tiene un conocimiento de las piezas, un orden en la colección; el juntador es el que amontona, sin orden ni disciplina, sólo por el placer de tener".

Un objeto cualquiera, en manos del coleccionista, devendrá en una pieza atesorada con especial cuidado. La devoción por juntar y retener es el placer de aquellos que encuentran una peculiaridad donde los demás apenas atinamos a ver una estampilla.

El coleccionista rara vez aborda una colección, más bien tropieza con ella. No es extraño que pase de una colección a otra sin abandonar ninguna, ampliando así las posibilidades que motivan su dicha.

"La colección de mates la empezamos con mi señora hace 35 años -rememora Ramseyer-. Tiene mates de porcelana, mates que no han sido fabricados en la Argentina, que son casi todos centenarios. Son más de trescientos. Mi madre tenía un mate de porcelana que me lo apropié y así empecé. Los mates son de Alemania, Austria, Checoslovaquia, hay unos pocos del Japón de la preguerra, que se hicieron por encargo para el Río de la Plata. Hay uno que tiene un silbador, es un piquito con forma de pájaro que soplabas y silbaba para llamar al cebador a fines del siglo XIX. La mayor parte los he traído de Uruguay. En toda colección hay piezas de distinta categoría: la calidad hace la diferencia".

Maggy Lezama, esposa de Ramseyer, por su parte colecciona gatos. Gatos de porcelana, de vidrio, de madera; el conjunto se vuelve fascinante, paradójicamente, en su misma diversidad.

Cada parte de la colección es distinta a los ojos de su dueño y la fascinación de Martínez Ramseyer por sus cactus es extraordinaria. Recuerda haber tenido que viajar en varias oportunidades con algunos de sus ejemplares para no perderse la satisfacción de ver la floración.


La pintura como espejo
Existe una delgada línea entre obsesión y colección. A veces son la misma cosa. El goce disuelve los límites en quienes hacen de su afición un motivo para acumular sin otro propósito más que la satisfacción por la cantidad, complacencia ausente de rigor y denostada por los coleccionistas.

Quien colecciona concibe un orden, es disciplinado en tanto existen catálogos, asociaciones, clubes. No es suficiente el apego para formular una colección. Cada pieza encuentra su lugar, es conservada y ordenada luego de una cuidada investigación.

Martínez Ramseyer tiene una extensa trayectoria como artista plástico y docente. Su dedicación al arte redunda en una espléndida suma de pinturas y más de cien exposiciones a lo largo de su carrera. "La pintura es lo que sos -dice-. En la pintura te reflejás aunque quieras mentir, mi pintura se identifica con mi forma de ser, yo no soy expresionista porque soy un tipo pacífico, más bien tranquilo. Me gustan el espacio, la serenidad, la soledad, rechazo las multitudes, y eso se refleja en mi pintura, también respecto a la forma y el color. Pintar es una forma de expresarse, son la forma y el color que remplazan a la palabra, cada pintor tiene su propio lenguaje aunque es muy frecuente ver a artistas jóvenes correr detrás de la moda. Quieren hacer lo último para hacer vanguardia".

Recorriendo su carrera como artista, Ramseyer recuerda la existencia de un mercado de arte en Rosario: "Hubo una época en la década del 70, 80, en que la pintura se vendía mucho. En ese período no había necesidad de mostrar afuera porque acá se estaba muy bien. Posiblemente yo no haya tenido agallas, valentía suficiente para largar todo y dedicarme a la pintura y dar un salto al vacío. Yo elegí no vivir del arte, siempre he sido docente. No soy rico, pero no soy ambicioso. Son filosofías de vida, me gusta el perfil bajo. Como docente tengo una tranquilidad, porque si vos te dedicás a la pintura te levantás pensando «hoy tengo que vender, sino de qué vivo». A mí, si alguien me compra, mejor, si no sigo viviendo. Es muy riesgoso, y me gusta sentarme a comer y que no me falte nada, no tener deudas, salir de vacaciones".

El estudio de Martínez Ramseyer es una invitación a perderse entre la variedad de objetos, obras de arte y plantas. Es casi imposible recordar todo el material que acompaña la experiencia de una visita a su atelier: osos Mishas (mascota de los juegos olímpicos rusos de 1980), tarjetas de teléfono, mariposas, botellas, autos de colección, fragatas de miniatura y porcelanas, entre otras maravillas menos fáciles de describir.

Su mundo es un universo donde la mirada es la medida por el cual las cosas tendrán un valor que no es el habitual y que él mismo resignificara a partir de sus vivencias, con las que se reencuentra en su memoria: "Hace unos años tenía una colección de 22 mil pins distintivos del mundial 78. Me volvía loco para clasificarlos, entonces tuve la feliz idea y la suerte de venderlos en un buen momento. Como era una colección tan grande no había nadie que pagara lo que valía, entonces la vendí por partes en Buenos Aires, a un club de coleccionistas. Con el tiempo habían cobrado tanto valor que con la venta pudimos hacer todos los viajes que hice y además me saqué todo eso de encima. Ahora ya casi no me queda nada, pero a mí el dinero me gusta gastarlo, y lo gasto en viajes. La mejor inversión que he hecho en mi vida son los viajes".
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Un museo particular. Martínez Ramseyer ha coleccionado desde pins del Mundial de 1978 hasta cactus.

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