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 domingo, 23 de abril de 2006  
Nota de tapa
La facultad de los atorrantes
El Sol de Mayo, la mítica sala de avenida Pellegrini casi Corrientes, marcó una época en el corazón del barrio del Abasto

Miguel Pisano / La Capital

"Ahí no te pongas porque te mean. No, aquí tampoco porque te escupen. No, acá menos porque te tiran de todo", sorprendió Dante Rolle a su amiga Tita Passetti en los dorados 60. "¿Pero a dónde me trajiste?", preguntó, azorada, la joven cordobesa. "¿Sabés qué pasa? No podés venir a vivir a Rosario y no conocer el Sol de Mayo", remató "El Gringo", un reo del barrio Alvear que ahora vive en Los Angeles pero sigue teniendo el corazón mirando al sur.

El Sol de Mayo era el cine de barrio. La Catedral de las salas, el Templo o, simplemente, la Facultad, como lo llamaban sus más acérrimos seguidores, era en realidad el barrio mismo hecho cine. Quizás lo más parecido a una encantadora cancha de fútbol traducida al lenguaje cinematográfico. Con sus bellezas y sus miserias.

En realidad, casi todo podía ocurrir en la mítica sala de avenida Pellegrini 1417, al lado de su hermano homónimo, el café: desde batallas campales de orines, escupidas y tomatazos; masturbaciones colectivas como hacían los filósofos de la escuela de los cínicos en la antigua Grecia, bromas comunitarias y la imperdible magia del monólogo de los espectadores con los actores de la película, en un llamativo antecedente de interactividad con un medio.

"Había tipos que cuando aparecía una mina que estaba buena se masturbaban ahí nomás. El Sol de Mayo era un cine hablado, pero entre el público. Le gritaban al muchachito que venía el malo, y cuando lo sorprendían, le decían «¡Te dije, boludo!»", rememora el Negro Gavilán, uno de los habitués.

Cine reo como pocos, el telón de la pantalla soportaba todo tipo de proyectiles, como frutas y verduras y hasta gomerazos que provocaban una frecuente ondulación del lienzo, efecto que deformaba la imagen.

Del primer piso del Sol de Mayo llovían generosamente frutas y verduras del mercado, puchos encendidos y fluidos varios. En programa había invariablemente tres de comboy -como las llamaban los muchachos de entonces-, y se podía disfrutar de unos imperdibles familiares de mortadela y queso con una Bidú cola o una Chinchibira. El menú era parte del espectáculo en el amplio mostrador de madera que estaba a la derecha, atendido por Antonio Boccia y Pascual Sassani, según cuenta "El Barba" Tebai, hijo de Gino, uno de los fleteros del Abasto, que quedaba a cuatro cuadras.

Las tres películas de comboy eran la principal atracción. "Esa era la característica del cine. Era un cine muy especial por un montón de cuestiones, pero sobresalía porque daban tres de comboy, como decíamos cuando éramos chicos. Era un lugar para ir a ver películas de acción, y entre las de comboy recuerdo 'Un dólar marcado', que era, lejos, la mejor del género", rememora "El Negro Lito", un memorioso asistente a la sala.

Y así lo recuerda Rolle: "El Sol de Mayo era mi cine. Un cine reo donde podías fumar, gritar cualquier cosa y hasta comerte un familiar de mortadela y queso con un moscato".


Tuvo más nombres que dueños
El Sol de Mayo fue inaugurado con el nombre de Café Cine Varieté el 20 de septiembre de 1913, fundado por Blas Messina, Pidalo y Varela, aunque rápidamente siguió sólo el primero de ellos y convirtió a la histórica sala en uno de los lugares de entretenimientos más exitosos de la avenida, según los datos publicados por Sidney Paralieu en su libro "Los cines de Rosario".

El varieté se incendió casi totalmente en la madrugada del 4 de noviembre de 1921, supuestamente por un atentado, y reabrió el 12 de abril de 1922, cuando la sala ampliada fue inaugurada con la marcha del Sol de Mayo, interpretada por una orquesta de señoritas dirigida por el maestro Güena.

El café, el diario y el boleto de tranvía valían diez centavos -"o diez guitas", como se decía-, la platea salía 60 centavos y el palco 80, en años caracterizados por grandes exhibiciones cinematográficas, bailes de carnaval y los populares números de varieté.

Increíble pero real, entre 1940 y 1946 el cine cambió tanto de nombre como de dueños, al extremo que se llamó dos veces Sol de Mayo y otras dos Novedades, con un breve período en el que se denominó Teatro Cómico. El 3 de marzo de 1940 cerró como Sol de Mayo, al día siguiente abrió con el nombre de Novedades y el 15 de marzo del 41 reabrió como Sol de Mayo, luego de permanecer cerrado durante 12 días, cuando se hizo cargo la empresa de cine Belgrano hasta el 15 de marzo del 42, porque el día siguiente volvió a llamarse Novedades hasta que cerró el 21 de noviembre del 44.

La sala retomó sus actividades el 31 de marzo del 45 con el nombre de Teatro Cómico hasta el 7 de enero del 46. Tras una clausura prolongada reabrió el 31 de agosto del 46 con el clásico nombre de Sol de Mayo, con la dirección de Rosendo Carbonel, quien informaba que sólo se proyectarían películas de acción, aventuras y policiales, se permitiría fumar en la sala y se ofrecería un excelente servicio de buffet, del que sus habitués podían dar cuenta.

El 15 de junio del 55 -en vísperas del bombardeo de la Marina de Guerra a obreros convocados por Perón en la Plaza de Mayo- inauguró su pantalla panorámica con la proyección de "La guerra de los mundos", con Gene Barry.

El 17 de octubre del 56 el Sol de Mayo inauguró su equipo de Cinemascope con la producción de Walt Disney "20 mil leguas de viaje submarino", protagonizada por Kirk Douglas. Y el domingo 2 de diciembre del 56, a las 0.30, ofreció en la función trasnoche su primera proyección con el sistema Vistavisión, con la emisión de "El bufón del rey", interpretada por Danny Kaye.

Entre el 56 y el 58 ofreció algunos estrenos como "La ciudad del vicio", "Hombre del destino", "El hombre marcado", "Duelo en la noche" e "Imperio de balas".

La última función en El Sol de Mayo fue el domingo 26 de junio del 77, cuando proyectó "El investigador privado", con Fred Willanson; "Agente internacional", con Dirk Bogarde, y "Carrera de locos", protagonizada por Michael Sarrazin y Raul Julier.


La parada
"Imposible olvidar el colectivo 59 (después 78 y ahora 147). Viniendo por 27 de Febrero doblaba por Corrientes y al llegar a Pellegrini un guarda zumbón y petiso anunciaba a los gritos: «¡Facultad!», y casi se quedaba solo, con muy pocos pasajeros", confía Miguel Ferraro, operador del cine Sol de Mayo durante casi medio siglo, en una nota de la revista Aquí Estamos, de la vecinal del barrio del Abasto.

Los atorrantes del Abasto eran el paisaje natural del Sol de Mayo. El recordado cine parecía una extensión del mercado de Abasto (Mitre y Pasco), donde los jueves y sábados a la tarde, los domingos y los incomparables días de lluvia concurrían los changarines y la mayor parte de la gente que trabajaba en allí, junto a una marea que llegaba desde el sur.

Como los almaceneros y los carniceros de antaño, el Abasto cerraba los jueves y los sábados a la tarde. Y como el mercado, el Sol de Mayo era un ámbito eminentemente de hombres, mientras las mujeres iban al Esmeralda, que estaba en Pellegrini al 1300, donde ahora hay una galería, al lado de la pizzería Universal (o la de Bondino), que servía "la común y la picante", según advierte "El Nolo" Cozzi, hijo y sobrino de Domingo y Héctor, que tenían un puesto del Abasto, en Sarmiento casi Ituzaingó.

Otros tiempos en todo sentido. Pellegrini ostentaba unos bellísimos plátanos, igual que Corrientes, hasta que le achicaron las veredas para hacerla avenida, el Sol de Mayo era también el cine de los chupineros y de los que se pegaban el faltazo al laburo.

"Una tarde del 50 y pico por Pellegrini se armó un tiroteo bárbaro. Yo era un pibe y me acuerdo que bajaron las persianas del cine y seguimos viendo las películas como si nada", recuerda Antonio Di Gregorio, cuyo padre tenía una carnicería frente al Abasto y luego un piso (un lugar en la playa del mercado), donde vendía limones.

"El Gordo" Burgos toma de nuevo la pelota para describirlo: "El Sol de Mayo fue el cine. En los años de esplendor funcionó como continuado. Todos los días desde las 13 hasta la medianoche, y en la última época apareció el trasnoche. Su público era heterogéneo: pobres y acomodados, rateros, chupineros, atorrantes, levantadores de juego y, sobre todo, laburantes. Se podía asistir correctamente vestido o en pantalón pijama, chancletas y camiseta sin mangas, como yo los he visto, principalmente de tarde".


Esos días de lluvia
Los atorrantes del Sol de Mayo no se cansan de recordar aquellos mágicos días de lluvia, ideales para la chupina, no laburar, el amor, la poesía contra el vidrio de un bar y hasta el mate con tortas fritas. Como los recuerda Burgos: "Los días de lluvia, en los que más de uno faltaba al trabajo, eran increíbles, con gente sentada en los pasillos y escaleras. En ningún cine de la ciudad se vio nunca nada igual".

Y avanza en la descripción: "Los tranvías llegaban repletos de hordas provenientes en especial del sur. Las líneas 23, 26, 8, 18, 7 y 6 llevaban hasta el cine a una marea humana que integraban tipos simples que tan sólo pretendían pasarla bien y soñar durante unas horas con un cowboy invencible dueño de una mina infernal -digamos Gary Cooper y Ava Gardner-, olvidándose de los sueldos miserables, del reumatismo de la vieja y de la escasez de querosén".

Mientras Tebai advierte que "en un día de lluvia tenías que ir al Sol de Mayo a las 11 de la mañana. Era un cine donde podías fumar, gritar y comer".

Burgos recuerda que "siempre trabajó a sala llena, con días especiales como los lunes de los panaderos y los peluqueros, los jueves de los carniceros y almaceneros, y con estudiantes todas las tardes de los días de semana".

"Otra genialidad que tenía el cine en un rincón era un mostrador donde podías comer un sandwich de mortadela con pan de pan. Bien recostado en la butaca, te quedaba el pecho cubierto de miguitas y después la gaseosa provocaba un provechito que daba lugar a que todo el ambiente se embarcara en un intercambio de insultos y risotadas, que sólo se interrumpía cuando el operador paraba la proyección y encendía las luces. ¿Y el bombonero? ¡Pobre tipo! Cuando lo chistaban y no ubicaba al gracioso, profería una enorme cantidad de improperios que, por supuesto, eran respondidos por todos los asistentes".

Y otro clásico de la convivencia y connivencia entre el cine y el café consistía en la típica avivada de los levantadores de juego del bar que, como confía Burgos. Y sin ansia sancionatoria cuenta que cuando caía la policía estos personajes "encontraban un refugio ideal en las penumbras del glorioso Sol de Mayo".

Varias generaciones de rosarinos crecieron, soñaron y se divirtieron con la ñata contra la pantalla del viejo y querido Sol de Mayo hasta la infausta tarde del domingo 26 de junio del 77, en el invierno de la dictadura más atroz, cuando ofreció su última función. En realidad el mítico Sol de Mayo era muchísimo más que un cine: era una especie de club, de sitio mágico y el lugar ideal para soñar, pasarla bien y reirse como un chico, o a lo grande, elegido por varias generaciones durante más de seis décadas.

Empero, los reos del Abasto recuerdan y recrean las incomparables historias del templo, la catedral del cine o, como bien lo definía aquel recordado guarda del colectivo: La Facultad.
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El Sol de Mayo cerró sus puertas en la noche del domingo 26 de junio de 1977.

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