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domingo,
05 de
marzo de
2006 |
[Lecturas] - Una revisión necesaria
Los fundadores de la literatura argentina
Matías Píccolo
Ensayo. Los clásicos argentinos, Sarmiento, Hernández, Borges, Arlt, de Sergio Raimondi y otros. Editorial Municipal de Rosario, 2005, 145 páginas, $ 15. Cuando Jorge Luis Borges en su "Evaristo Carriego" (1930) remonta el viejo Palermo de Buenos Aires y escribe "abriéndose paso entre los oyentes lo alzó sobre el cuchillo", levanta, reafirma y apropia el léxico jugado en los versos "Por fin en una topada/ en el cuchillo lo alcé" del "Martín Fierro" (1872) de José Hernández. En esa eslabonada escritura habría que leer una vocación por fraguar el imaginario para una lengua literaria nacional.
"Los clásicos argentinos en la formación de la lengua literaria nacional" fue el epígrafe de unas jornadas desarrolladas en al ámbito de la Biblioteca Argentina de la ciudad de Rosario en octubre de 2004. Convocados por la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario, Sandra Contreras y Martín Prieto, titulares de las cátedras de Literatura Argentina I y II de la U.N.R., organizaron aquella serie de exposiciones convocando a once ensayistas (siete críticos literarios, un novelista, un poeta, un sociólogo y un historiador) para que expusieran sus lecturas, sus modos de sentir y disentir con la obra de los clásicos nacionales.
La Editorial Municipal publica ahora los textos de esas conferencias bajo el título "Los clásicos argentinos". El debate, según lo notifican Contreras y Prieto, estuvo apuntalado a partir de dos preguntas fundamentales: en qué consistía la condición de clásicos de estos autores y cómo es que sus obras construyeron y modificaron el canon de la literatura argentina. Los profesores, en nota de primera página, y apoyados en palabras de María Teresa Gramuglio dan con una idea de lo que podría entenderse por "clásico": es aquel que transforma el canon y que vuelve, a futuro, inutilizable una fórmula o una manera de escribir.
Se ocupan de Sarmiento: Sergio Raimondi sosteniendo que para el sanjuanino la "palabra y la institución de la palabra son ya cuestiones económicas"; Horacio González, que se detiene en "el delicioso e irresponsable abuso de las comparaciones" afirmando que mucha de la literatura argentina se escribe hoy en esos términos; y Tulio Halperin Donghi, para destacar que el dominio de la escritura literaria de Sarmiento está al servicio de un proyecto que no tiene nada de literario.
De Hernández, Laura Milano hace el recorrido de lo popular a lo culto en las dos apropiaciones de la gauchesca y Julio Schvartzman, que trabaja desde la problemática del glosario, expone la experiencia personal con esa lengua que lo desafía, confunde y alucina.
En Borges, Nora Avaro colecta el repertorio de temas y significantes que arman la enumeración y la serie, y en eso la preparación escrituraria de la perdurabilidad de autor y obra en el cosmos literario. María Teresa Gramuglio describe la ambivalente relación con las otras autoridades de la lengua y la literatura: lo español y Lugones. Y Nicolás Rosa se abisma y prolifera en la cadena de las traducciones en donde Virgilio lleva a Pierre Menard, que escribe a Cervantes e imita a Borges.
En Arlt, Analía Capdevila entiende que el idioma de sus novelas es "un campo de operaciones, un área de experimentación", un trabajo en la exasperación de la forma para acercarse al ideal de la referencialidad plena. Sylvia Saítta, a través de Borges como primer lector de Arlt, señala que con Silvio Astier ("El juguete rabioso", 1926) se encontró una voz y una lengua para la literatura argentina. A su vez, Alan Pauls se pregunta si no es el exotismo una de las razones más fuertes para seguir leyendo a Arlt y arriba desde allí a la conclusión de que quizás sea "el único escritor argentino que hace brillar por su ausencia cualquier cosa que se parezca a una lengua materna".
"Los clásicos argentinos" es la necesaria actualización del ejercicio que da conciencia al motor de la lengua literaria nacional. Este no es el descubrimiento de un patrón de continuidades y formas representativas comunes, sino el producto de una aseveración y una insistencia en el trabajo discursivo de la historia política argentina. Se sostiene en la testificación de sus clásicos y en la insistencia de sus escrituras en constante resurgimiento.
Por todo esto habrá que entender que la síntesis de su topografía no es la del conjunto vacío, no arrojará la conclusión de un "no se halla" (a no ser, claro -y esa pelea siempre surge-, que se emprenda el derrotero de tal objetivo). Encuadrados desde esta perspectiva es que puede -y debe- tentarse de hermanar las lecturas de, por ejemplo, las voces caudalosas de Arlt y Sarmiento como provenientes de una misma y urgente vertiente, constructoras del patrimonio tonal más fervoroso y violento de nuestra lengua literaria.
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Fotos
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Polémico. Sarmiento, una presencia permanente en la literatura nacional.
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