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domingo,
02 de
octubre de
2005 |
Servir, no dominar
Carlos Duclos
Es posible, e imprescindible, trazar otro escenario de la existencia humana, muy distinto a este real que cotidianamente asedia y devasta gran parte de la estructura psíquica y espiritual del ser humano, socavando, como consecuencia demostrada, la estructura orgánica. En una primera instancia, este otro escenario -que en rigor de verdad ya existe en el pensamiento de muchos hombres, pero que no se ha instalado en los más poderosos- debería ser o es una magnífica idea. Claro que su belleza no debería -no debe, en todo caso, para no olvidar a estos idealistas de los que se habló recién- agotarse en eso: apenas una existencia imaginada. Porque recordando a Unamuno: "¿Vivir el sueño no es matar la vida?"
Veamos el escenario actual de la humanidad y circunscribamos, por razones egoístas o de interés en virtud de la dificultad mayor (como el lector prefiera) la cuestión al escenario de la humanidad argentina. Para no caer en la fácil tentación de criticar al poder de turno, a quien muchos ponderan por los logros, repasemos con una débil lupa los últimos 30 años de la historia, sin que el viaje por el recuerdo se detenga para analizar exhaustivamente cada caso: ausencia de derechos para muchos seres humanos; falta de justicia y denegación de la misma en muchas oportunidades; sometimiento de la dignidad de los más débiles; humillación del espíritu y el corazón; desamparo, de diversos modos. ¿Se reclaman ejemplos simples y visibles al recuerdo y a los ojos de hoy? Pues allí van: salarios históricamente indignos, aun en los ciclos de mucho empleo; derecho a la salud rudimentario y paupérrimo con hospitales públicos desatendidos por el Estado; servicio de educación degradado hasta el bochorno; haberes jubilatorios vergonzosos, aún en los tiempos de cajas previsionales repletas; perenne e injusta distribución de la riqueza. ¿Es menester seguir?
Los intereses de la casta
¿Cuál ha sido, mientras tanto, la actitud del liderazgo argentino, en especial del liderazgo político? Ciertamente que sobre la actuación de la pléyade política en este escenario no es posible decir que haya sido plausible, digna del reconocimiento y no es casual que el crédito del que hoy goza sea cero, o menos cero, en muchos casos. Esta elite, a la que algunos pensadores profundos, como el bien recordado monseñor Zazpe, comenzaron a considerar "casta" no hizo sino, históricamente, defender sus intereses y ocuparse de las necesidades del pueblo "en la medida de lo necesario". Y ya sabemos que este medida ha sido y sigue siendo mezquina, exigua a la hora de medir lo preciso para el ser humano. Esta "casta" argentina, ensimismada siempre en sus intereses, trabajó infatigablemente en pos del logro de los mismos y si hubo alguna vez necesidad de traicionar su propia ideología para seguir en el podio, lo hizo sin ningún miramiento. Es menester aclarar que este desenfreno no le corresponde a nadie en particular y a casi todos en general: derecha, centro, izquierda. Sólo por este desenfreno puede explicarse que algunos comunistas, por ejemplo, se aliaran con conservadores y liberales con el sólo propósito de impedir que Perón llegara al poder en aquella recordada Unión Democrática.
Claro que el propio peronismo no estuvo ausente a la hora de evitar las travesuras políticas cuando el país estuvo gobernado por otros signos y así, mediante su otrora poderoso brazo gremial, las 62 Organizaciones, hizo la vida imposible con paros y manifestaciones al gobierno de turno. ¿Cómo siguió la historia? Dirigentes de todo signo golpeando los cuarteles para entusiasmar a los generales a que sacaran los tanques para acabar con el proclamado y nefasto gobierno que llevaría al país a la ruina. ¿A qué país? ¿Al de ellos o al del pueblo? Muchos honestos militantes de izquierda, por ejemplo, verdaderos idealistas y prohombres, cuentan que se mandaron a mudar del mundo político cuando advirtieron que su dirigencia veía con buenos ojos a Videla y coqueteaba con él. Lo cierto es que la historia, a grandes rasgos, es por todos conocida y ha terminado de la siguiente forma: militares contra militares, radicales contra radicales, peronistas en internas feroces, una izquierda pulverizada que procura de llegar al poder llevando el peso de un discurso y un pensamiento que parece desajustado a los sentimientos del argentino medio de nuestros días y otra izquierda que no es izquierda sino por el disfraz que lleva, pero que en realidad está movilizada por un aire que en el mejor de los casos puede oler a stalinista. De la derecha, mucho es lo que se puede decir, pero mejor limitar la cuestión a expresar que por lo general todo lo hace, desde las estrategias políticas hasta las alianzas, en función de sus negocios.
Los intereses del pueblo
A los efectos de evitar el pesimismo a ultranza y un esceptisismo pernicioso, es relevante que se manifieste que tanto en la izquierda como en el centro y en la derecha, así como más allá de los compartimentos ideológicos, hay reservas morales que deben, de manera urgente, ser exhortadas a la lucha y participación activa. Son estas reservas morales a las que se puede calificar de gente talentosa y honesta, a quien no sólo se debe pedir que comience a moverse en la estructura política, sino a la que debe apoyarse para que la "casta" ni la fagocite mediante la contaminación, ni la destruya sin haber actuado. Guillaume Raynal decía que "la fuerza del gobernante no es más que la fuerza de los que se dejan gobernar" y en esto reside el secreto de la prosperidad de todos y cada uno de los seres humanos. Porque el sosiego que la persona se merece, en cuanto este dependa de su interrelación social, no se logrará sino por el establecimiento de personas que dirijan a la sociedad en crisis, antes que nada, desde su bondad e inteligencia y no desde su planteo ideológico. Y esta clase de personas, contrariamente a lo que distingue a la casta histórica argentina, suele unirse -a pesar de sus disidencias- en función del bien común. Esto es lo que ha hecho grande a muchas naciones y en tanto este establecimiento no ocurra en Argentina (y ocurrirá alguna vez por la fuerza de los no gobernantes) se estará en el escenario del antagonismo, de la confrontación temible, como la que seguimos viendo en estos días, mientras el hombre, como siempre, desfallece de hambre en lo físico y espiritual.
El interés del pueblo, en suma, no se verá satisfecho si el otro escenario, ese que ya ha cobrado forma en muchas mentes, no se materializa y se suben a él otros actores, con distintos roles y diverso díálogo, incluso con diferencias ideológicas, pero con un mismo guión que le de forma a la obra que debe llevar por título: unirse para servir, no para dominar.
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