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 domingo, 02 de octubre de 2005  
Interiores: Redundancia

Jorge Besso

La sociedad actual, es decir tanto la de aquí como la de allá, está inmersa y atrapada en la redundancia. Para entender la redundancia es necesario recurrir a su forma verbal, es decir a redundar, donde nos encontramos con que ahí lo que se conjuga es, nada más ni nada menos, que la abundancia. Es la conjugación preferida del capitalismo actual, capaz de hacer coexistir los extremos más opuestos. Se nos dice que la voz redundar se refiere a rebosar, salirse una cosa de los bordes o límites por demasiada abundancia. A esta redundancia con respecto a lo que está rebasado se le agrega un sentido más que de algún modo es el más consagrado por el uso: es el que entiende a la redundancia como cierta repetición de la información contenida en un mensaje.

Entre estos dos términos parecen estar buena parte de las claves de nuestra época, es decir una mezcla de redundancia y de desbordes, de cosas que rebosan los límites, tanto los individuales como los sociales. También la locura consiste en redundancia y en desbordes, en la reiteración de los temas, o lo que es más, en la repetición de un síntoma en el que el sujeto se reitera tanto en su padecimiento como en sus movimientos y pensamientos, siempre redundando muy lejos de la salida, tan buscada y tan ansiada.

Lo cierto es que estos son tiempos en que las locuras individuales y sociales tienen como mínimo un punto en común: la paranoia. Este es un viejo cuadro descripto por la psiquiatría que como todo lo humano tiene múltiples variantes, pero uno de sus rasgos característicos es el sentimiento de persecución, o las ideas persecución, razón por la cual el paranoico vive en la paradoja de creer sólo en la desconfianza, sobre todo en su desconfianza respecto de la que tiene más de un motivo lo que da como resultado un sujeto que vive acechado.

Más allá de las múltiples excepciones y limando un poco algunas aristas extremas, este podría ser el perfil del sujeto contemporáneo, y al mismo tiempo el de la sociedad contemporánea. Resultado: una paranoia generalizada. Razones objetivas y razones subjetivas se entrelazan en las vidas cotidianas de los humanos que no han sido expulsados por el sistema, y que se ven obligados a consumir buena parte de su tiempo y de su único turno de existencia en medidas de seguridad, tanto en guardias humanas como en electrónicas, o en una combinación de ambos sistemas de forma que lo electrónico controle y vigile a lo humano.

Tal combinación es más que conveniente ya que no deja de ser inquietante que haya pobres con uniforme y armas cuidando el descanso, el placer y los niños de los ricos. Ojos humanos y ojos electrónicos vigilando esa frontera entre la riqueza y la pobreza que se hace más ostensible aun en esos cotos contemporáneos tan de moda. La moda country que tiene a su vez un segmento que comparte su predilección por los nombres ingleses, con toda probabilidad para reforzar la alucinación de vivir en el primer mundo, moda que redunda en su oferta de tranquilidad, seguridad, vigilancia y felicidad, y que tiene el enorme mérito de mostrar lo que la religión oculta: que tanto el cielo como el infierno están en la tierra. Lo que en última instancia no garantiza nada, como bien lo supo (más bien tarde) Marta García Belsunce.

Pero la paranoia tiene un beneficio adicional que se vuelve esencial al otorgarle más que otras patologías un "plus" a la vida: coloca al sujeto en cuestión en el centro de su vida y en el centro de los acontecimientos. El paranoico todo lo refiere a sí mismo con lo que no sólo se cree y se siente dueño absoluto de su vida (lo que ya es mucho), sino que también se cree y se siente dueño de los acontecimientos que pasan, o en su defecto debieron pasar por él; todo en una danza de certezas redundantes, en una existencia impregnada de un sentido sin fisuras, siempre con su amado ser en el "centro" y con los otros en las periferias inquietantes.

Seres muy centrados, muchas veces representantes de la perfección, pero que al mismo tiempo encarnan, también a la perfección, al loco como alguien demasiado centrado en sí mismo. Contrariamente al prejuicio racionalista que cree y ve a la locura y a los locos como seres descentrados, el descentramiento es más bien un signo de salud mental. El descentrado, a pesar de su mala chapa, es un ser que vive en un espacio y en un tiempo en que también cabe el otro, no sólo su amado o su amada, su familia y sus amigos, sino los otros lejanos, incluyendo animales y plantas, y en lo posible sin el culto a los perros para demonizar a los gatos, o en el culto a los gatos para descalificar a los perros.

No está demás decir que la cosa se agrava cuando una sociedad tiene una mayoría que se cree y se siente en ese centro, en particular en el centro del mundo, y coloca a un presidente portador de un discurso elemental, y por si esto fuera poco, dicha mayoría redunda en su despropósito al otorgarle otro período. Un ser descarriado que vuelve al redil para caer justo en la presidencia del mundo rodeado de asesores religiosos que lo envuelven con mensajes católicos y luteranos logrando de él, y con él, un milagro: ya no se trata de un emisor sino que él mismo es un único mensaje que despliega el bien para desterrar el mal.

Claro está que con la redundancia de siempre un tanto agravada: el bien son los muchos bienes de unos menos, y el mal son los pocos o ningunos bienes de unos muchos. Si no podemos hablar con el Dios de los cielos de las cosas de la tierra, ya que no parece muy proclive al diálogo, que al menos podamos discutir y combatir a los dioses terráqueos (paranoicos) para no tener que esperar la salvación del planeta de la invasión de los marcianos.
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