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domingo,
02 de
octubre de
2005 |
La capacidad de afecto y superación
Resiliencia, cuando el amor vence a la adversidad
El psicoanalista Fernando Segal explica las claves de una personalidad capaz de sobreponerse a la fatalidad
María Laura Favarel / La Capital
Un niño a los tres años fue abandonado por su madre, prostituta, en medio del bosque. A los cinco, su padre le dio tan brutal paliza que lo desfiguró. Sufrió el maltrato institucional y el aislamiento afectivo en un orfanato. En el mundo adulto, su violencia y la delincuencia se convirtieron en su único orgullo. Sin embargo, su vida cambió cuando aparecieron personas con las que estableció un vínculo afectivo a través del cual descubrió una innata capacidad de superación, amor y perdón. El protagonista de esta historia es Tim Guénard, autor del libro "Más fuerte que el odio", en el que relata su transformación en un ser lleno de amor, padre de cuatro hijos y educador de niños abandonados en el sur de Francia.
¿Cómo escapar de un destino fatal y convertirse en una persona feliz a pesar de la desgracia? El médico psicoanalista Fernando Segal, quien participó recientemente en Rosario de las IV Jornadas del Ateneo de Estudios Psicoanalíticos, resumió que la capacidad de resiliencia o posibilidad de superar las adversidades "está en la carga genética". Sin embargo, aclaró, "es la educación recibida en el hogar desde el primer momento la que articula la carga genética y transforma esa potencia en capacidad".
- ¿Crecemos a los golpes?
- No, creo que es al revés. Los niños criados con amor se desarrollan más fuertes y sanos. Los animales nos enseñan: la perra no se separa de los cachorros hasta que no se valen por sí mismos. El amor de los padres es el fundamento de una personalidad madura. No sólo el amor de cada padre por su hijo, sino también el afecto entre ellos brindará una plataforma de confianza que generará una seguridad en el niño para toda la vida.
- ¿Hay una fórmula para criar hijos sanos y capaces de afrontar la adversidad?
- Los padres construyen resiliencia cuando mantienen una relación basada en el amor incondicional (lo cual no significa sin límites adecuados) con los hijos. Este cariño se expresa en los actos, por ejemplo, cuando favorecen la autoestima y la autonomía, estimulan la capacidad para resolver problemas y cuando logran mantener un buen ánimo en situaciones adversas e instalan un clima de afecto y alegría.
- ¿Y cómo se logra esto?
- Lo deseable es que los padres pudieran decidir, desde la madurez de su propio desarrollo, cuándo están en condiciones de cumplir las funciones que demandará el conducir y acompañar el crecimiento de los hijos. Es necesario saber que lo óptimo para un hijo es la "consagración" de los padres hacia él. Esto hará que el niño se sienta admirado, valorado por su mamá. Junto con esto es importante que su papá sepa gozar de esa unión cuasi simbiótica de la madre con el hijo y esté orgulloso de ser el sostén para ambos. En esta etapa los padres construyen la base de la personalidad, tarea que el hijo continuará durante toda su vida.
- ¿Qué pasa con los que no tienen esa oportunidad?
- No todo está perdido. Los seres humanos siempre tenemos otra oportunidad. Basta con que alguien sea capaz de brindarles el apoyo y el afecto que no le dieron sus padres para que esta persona sea capaz de desarrollar sus capacidades resilientes. Es verdad que otros no podrán sobreponerse y tal vez se harán delincuentes como una manera de sobrevivir. A otros, los golpes de la vida los aplastarán y terminarán sin fuerzas. Pero no siempre esto que pasa es para toda la vida. Por eso es que son necesarias las personas que brindan una atención personalizada y afectiva en lugar de instituciones (aunque a veces no queda otra) que puedan suplir lo que los padres no han podido hacer porque estaban disminuidos, tuvieron un accidente, eran inmaduros o murieron. Hoy sucede en muchos hogares con padres ausentes que este rol lo cumplen los abuelos. Insisto en que estas son maneras de arreglar lo que no anduvo bien, pero no es lo mismo cuando las cosas están bien desde el comienzo.
- ¿No hay riesgo de caer en la sobreprotección?
- Ese es el otro extremo. Cuando el chico es sobreprotegido no está recibiendo lo que necesita. Los niños precisan que los padres vayan por detrás y no por delante. A los hijos no hay que tironearlos para que crezcan. Hay que dejar que sean lo que naturalmente van a desarrollar. Si una mamá es muy ansiosa y tiene miedo de cómo crezca el hijo le transmitirá ese miedo. Ese hijo será inseguro y por lo tanto más vulnerable. En la medida que los padres controlen el miedo, el niño aprenderá que tiene una capacidad que desarrollar.
- Cuando los padres no están y otro cumple esa función, usted como profesional, ¿cómo maneja las emociones?
- A partir de la aceptación de un hijo, un paciente o un amigo, es necesario el compromiso emocional para que el otro desarrolle la confianza en sí mismo y pueda retomar su propia conducción. Así va logrando la madurez, esa capacidad de gobernar los propios impulsos. Pero es importante que esto sea sólo por un tiempo para no generar dependencia.
- ¿Entonces, solucionaríamos la pobreza, el desamparo y la violencia sólo dando afecto?
- Brindando lo que el otro necesita, estaremos creando las condiciones para su desarrollo. Las situaciones de pobreza, de inequidad son factores de riesgo. Eso sería lo contrario de las condiciones sociales (homologables a una situación familiar armónica), que consideraríamos factores de resiliencia comunitaria: equidad en la distribución de la riqueza, ausencia de corrupción, una justicia funcionando del modo que hiciera impensable la impunidad...
-Eso suena a utopía...
- Su comentario me recuerda la anécdota de Eduardo Galeano. Alguien pregunta qué son las utopías, y le contesta que es como cuando uno avanza un paso hacia el horizonte, y éste se aleja también un paso. Entonces vuelve a preguntar: ¿para que sirven las utopías? Y le responden: para seguir caminando. Nuestra ilusión, aunque utópica, sigue siendo un estado de cosas, en que la organización social resulte un amparo, una defensa del bienestar general, donde la resiliencia fuera una condición mas frecuente de encontrar y menos necesario utilizar. Donde lo traumático fuera lo excepcional, y la fortaleza permitiera la plenitud del encuentro, consigo mismo y con los demás.
La película "Los Coristas" es un claro ejemplo de un exitoso director de orquesta con una infancia terrible, rescatado por el afecto de un profesor de coro que despertará en él grandes capacidades. Se podría ver como utópico, pero en realidad si se brindan las condiciones necesarias el milagro se puede producir.
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Según Segal, la posibilidad de resiliencia está en la "carga genética".
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