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domingo,
02 de
octubre de
2005 |
El cazador oculto: "Sueños de una tarde de lluvia"
Ricardo Luque / La Capital
¿Qué se puede esperar de una tarde de lluvia? Una escapada al cine. Un largo café mirando la espuma blanca del oleaje embravecido del río. Un romance. La reflexión del pensador Adalberto Montanaro pone las cosas en su lugar. "No hay nada qué hacer, salvo quedarse en casa a ver televisión". No se equivoca. Nunca se equivoca. Ni siquiera una tarde gris digna de un tango. Pero ni su sabio consejo puede evitar el error. Claro. Nada de sillón, hogar y pantuflas. No. Castagnino, champagne y bla, bla, bla. El coctail es una invitación de los "buenos muchachos" de Trascender. ¿Vieron la película de Martin Scorsese? Si la respuesta es sí, no hay nada más que hablar; si es no, pasen y vean. En el estrado, con la cara estirada como si fuera chicle, Raúl Milano. Sí, el hombrecito orquesta, que ameniza los actos escolares del Complejo Educativo de Alberdi con su órgano eléctrico. A su lado, "Long Tall Vale", Shapira, que con un trajecito negro y polera verde eléctrico parece el Boxitracio vestido en una feria americana del Once. El tercero en discordia era (pobre) Fernando Farina, que desde que bebe sólo gaseosas dietéticas perdió su eterna sonrisa de New Jersey. ¿Vieron la película? No importa, porque no tiene nada que ver. Como el jopo años 50 con el que insiste en peinarse Adrián Gallo y que hace que cada día se parezca más a Jim Carrey en "Mentiroso, mentiroso". El muchacho, que no se saca el traje y la corbata ni para remojarse los pies en la piscina de Canal 3, charla con una vieja amiga, la siempre inquietante Verónica Solina. Y lo de vieja, me veo obligado a explicarlo, es por el largo tiempo de la relación y no por la edad de la niña, que como todo el mundo sabe acaba de dejar la adolescencia (tardía). Hablan un rato largo ante la mirada impávida de Cecilia "Chechu" Vallina, que luce una vaporosa camisola clara, botas de tacos altos y el pelo negro azabache suelto sobre los hombros. Un hit. Sus formas voluptuosas atraen la atención del enjambre enardecido de empresarios que pululaba por el salón. Ella, que mira de lejos extrañada, se da cuenta de la situación y no le importa. Declina, por esta vez, ser la reina de la noche. Y no es para menos. Ella, la siempre clásica Nora Nicótera, no está sola. Un mozalbete juguetón la acompaña. A sol y a sombra.
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